Mi Agradable Relación con las Cajas
Publicado: Dom, 13 Dic 2009 19:04
Mi Agradable Relación con las Cajas
—A Agustín Emmanuel Teicher, mi hijo, a quien le gusta Michael Jackson
Me gustan las cajas. Una caja es un corazón, lo central, el pulso. Creo que las palabras son cajas.
Imagino cajas de madera, laqueadas, con divisiones, tabicadas, propiciatorias. Siempre me han gustado los libros vagos, donde se describen las figuras castrenses, o bucólicas, que están representadas en los tapices. Es más, creo que la narración misma es un atajo, un inventario.
Un libro también es una caja, viento vivo.
Las cajas son intimidades, secretos, construcciones por la conversa.
Antes, de niño, adoraba los trucos. Soñaba cajas con formas de oreja de elefante, o cajas con tres picos. En todas ellas, la concavidad era infinitamente más extensa que el volumen correspondiente. Eran cajas de relativismo, pasos.
Seguramente la materia es la caja para un balanceo, lo vendado, el frío.
Me gustaría guardar una baraja marsellesa en una caja negra, creo que sería la maniobra política por excelencia, el reto.
Las cajas siempre tienden a ser cúbicas, pesadas. Yo me inclino a pensar en las cajas como párpados, o cortinados. Son escenas, vuelos.
Si guardas una llave en una caja, abres algo. No sé qué, pero te pone multitudinario, disparado, peligroso.
¿El cuerpo es una caja? Las ideas son cajillas de qué sustancias, ¿son caídas?
Adán era la brisa, pero Eva era un puño, una caja.
Si Dios existe ha de ser la apertura, el descosido.
En cambio, a mí, me placen los sitios ignorados, los bajos fondos de las mesas, los disloques.
Me gusta el mar porque está afuera, desleído, completamente móvil. El mar es relleno, disolución.
Dejaré este texto en una caja de habanos de Cuba, quizás viaje a través de las mallas como un relámpago. Y Quizás, y felizmente, se extinga
Rafael Teicher
—A Agustín Emmanuel Teicher, mi hijo, a quien le gusta Michael Jackson
Me gustan las cajas. Una caja es un corazón, lo central, el pulso. Creo que las palabras son cajas.
Imagino cajas de madera, laqueadas, con divisiones, tabicadas, propiciatorias. Siempre me han gustado los libros vagos, donde se describen las figuras castrenses, o bucólicas, que están representadas en los tapices. Es más, creo que la narración misma es un atajo, un inventario.
Un libro también es una caja, viento vivo.
Las cajas son intimidades, secretos, construcciones por la conversa.
Antes, de niño, adoraba los trucos. Soñaba cajas con formas de oreja de elefante, o cajas con tres picos. En todas ellas, la concavidad era infinitamente más extensa que el volumen correspondiente. Eran cajas de relativismo, pasos.
Seguramente la materia es la caja para un balanceo, lo vendado, el frío.
Me gustaría guardar una baraja marsellesa en una caja negra, creo que sería la maniobra política por excelencia, el reto.
Las cajas siempre tienden a ser cúbicas, pesadas. Yo me inclino a pensar en las cajas como párpados, o cortinados. Son escenas, vuelos.
Si guardas una llave en una caja, abres algo. No sé qué, pero te pone multitudinario, disparado, peligroso.
¿El cuerpo es una caja? Las ideas son cajillas de qué sustancias, ¿son caídas?
Adán era la brisa, pero Eva era un puño, una caja.
Si Dios existe ha de ser la apertura, el descosido.
En cambio, a mí, me placen los sitios ignorados, los bajos fondos de las mesas, los disloques.
Me gusta el mar porque está afuera, desleído, completamente móvil. El mar es relleno, disolución.
Dejaré este texto en una caja de habanos de Cuba, quizás viaje a través de las mallas como un relámpago. Y Quizás, y felizmente, se extinga
Rafael Teicher