LA MADRE GEA. 8 DE MARZO DE 2011.

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Juan Vicedo
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LA MADRE GEA. 8 DE MARZO DE 2011.

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Gea, que es la madre y señora de todo el Universo, no quiere irse ni alejarse ahora en estos momentos tan angustiosos. Cuando alumbró a sus hijos, creyó que sabría reconocerlos siempre, aunque fueran ya adultos y estuvieran mezclados con una multitud o debatiendo intrincadas cuestiones filosóficas. La Tierra, Gea, ha ido pariendo hijos, uno a uno, trillizos, mellizos, partos múltiples hasta llenar los continentes y las riberas del río Ganges. La Madre Tierra creyó que podría sevir como escudo y ejemplo para sus descendientes; cuando envolvía en pañales a cada una de sus criaturas o cuando velaba noche tras noche la fiebre de alguno de sus múltiples hijos, creía verse en el aire de una mañana espléndida a la que alguna vez tendría derecho ella.

Podría entonces, ya liberada de las procreaciones, cultivar sus jardines, cortar ésta o aquella hoja que sonaban disformes en un seto de margaritas; creía que alguien, alguna mano alimentada y creada por ella, le subiría el agua desde el pozo para que sus manos, las manos de la madre Gea, dejasen de sangrar después de tantos años por las grietas que jamás cicatrizaban. Podría entonces, y sólo entonces, comprarse un jarrón de Bohemia, que siempre estaría lleno de gladiolos blancos y caminar junto al mar y meterse en él, con el agua hasta la cintura, un tanto voluptuosa, sin añorar los millones de partos por los que había pasado cada año.

Pero sus hijos, estos hijos de Gea, se encumbraron: invadieron los escaños de todos los Parlamentos, las sedes vacantes de los Arzobispados, los Consejos Supremos de la Guerra, la Jefatura de las Divisiones Acorazadas o fueron Almirantes de la Mar Oceana. Aún quedaban puestos para ellos: los consejos de Administración en grandes Compañías Madereras, la Dirección de Capillas Reales y Coros de Cantores, Auditorías de todo lo creado y la Petroleum Company. Bajaban de un avión estos hijos de Gea para subir a otro, mientras una centuria de siervos y lacayos llevaba su equipaje y las jaulas de sus animales favoritos: los tucanes, papagayos, aves del paraíso, hurones amaestrados, gusanitos de seda, perritos de Ayacucho y mariposas del Jardín de las Hespérides.

La Madre Tierra, Gea, la Madre, vivía en un corazón roto, con un espejo roto, en una casa que carecía de ventanas.

Acaso porque soy el único testigo tengo que echar sobre mí toda la responsabilidad de este testimonio.
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