En los Sotos del Ebro (Premio Literario)
Publicado: Mar, 27 Oct 2009 20:43
Este poema que os dejo hoy, queridos amigos, ha sido distinguido con el Primer Premio en el Certamen Literario "Ciudad de Alfaro" de mi localidad, de este 2009, en el apartado de Poesía.
Ayer mismo me fue entregado el diploma y el premio en metálico correspondiente.
Quizá sea un poco extenso, aunque espero que os guste, relata, en verso, un placentero y sosegado paseo por una de las zonas más bellas de mi zona: Los Sotos del Ebro.
En los Sotos del Ebro
Parece detenido. El tiempo
se ha quedado a dormir en las orillas
del caudaloso Ebro.
La vereda, transita suavemente
junto al cauce del río,
que sinuoso, se curva entre meandros,
en islas y playas pedregosas
con la dócil cadencia
de las aguas sin prisa del verano.
También yo me detengo.
Y miro ensimismado
la tersa superficie que refleja,
como líquido espejo,
el rojo moribundo de la tarde
navegando en silencio.
Una engañosa calma, que rompen
en circulares ondas que se cruzan,
con su saltar los peces,
o el raudo cormorán que se zambulle
buscando su alimento.
Serpentea el camino. Río arriba
me admiro descubriendo
el vuelo de una garza cenicienta,
dos ánades fugaces,
o el canto inconfundible
de un ruiseñor sin sueño.
Uno tras otro, raudos, dos gazapos,
temiendo mi presencia,
traspasan la vereda y se diluyen
con gris evanescencia entre las zarzas
de verdecidos frutos, para luego,
entre ortigas, carrizo y pastizales,
fugándose del miedo,
hallar la madriguera salvadora.
Y encima del espléndido follaje,
del verde exuberante de la hierba
que abriga los endrinos,
los rosales silvestres, tamarices
y juncos florecidos,
se extienden como antaño
frondosas las choperas, los álamos,
los olmos y los sauces, todo un bosque
de frescor y de sombra,
de fértil humedad y tierra virgen.
Paseo por los Sotos. Los frutales
se mezclan sin fundirse
con alineados chopos de cultivo
e impenetrables manchas donde medran,
en enredado abrazo,
auténticas reliquias de la flora.
Imagino la vida deslizarse
bajo la verde umbría
en forma de tejones, ratas de agua,
algún pequeño zorro, y hasta incluso,
jabalíes hambrientos que apurados
en su escasez de monte,
han buscado refugio en las riberas.
La paz lo llena todo.
El silencio estremece.
Se palpa la opulencia de un pasado
que luce inalterada su hermosura.
La tarde me rodea
con sus brazos de noche
mientras trato de romper el embrujo
y alejarme sin prisa,
como esa luz que pierde sin remedio
su clara consistencia.
Mientras al fondo, recio,
lamiendo esta defensa que constriñe
puntuales avenidas,
y ajeno totalmente al caz de sensaciones
que su entorno despierta,
el Ebro, creador de vergeles,
desliza su corriente curso abajo
con la mínima urgencia.
El tiempo, más que nunca,
se ha quedado dormido entre los Sotos.
Mario.
Ayer mismo me fue entregado el diploma y el premio en metálico correspondiente.
Quizá sea un poco extenso, aunque espero que os guste, relata, en verso, un placentero y sosegado paseo por una de las zonas más bellas de mi zona: Los Sotos del Ebro.
En los Sotos del Ebro
Parece detenido. El tiempo
se ha quedado a dormir en las orillas
del caudaloso Ebro.
La vereda, transita suavemente
junto al cauce del río,
que sinuoso, se curva entre meandros,
en islas y playas pedregosas
con la dócil cadencia
de las aguas sin prisa del verano.
También yo me detengo.
Y miro ensimismado
la tersa superficie que refleja,
como líquido espejo,
el rojo moribundo de la tarde
navegando en silencio.
Una engañosa calma, que rompen
en circulares ondas que se cruzan,
con su saltar los peces,
o el raudo cormorán que se zambulle
buscando su alimento.
Serpentea el camino. Río arriba
me admiro descubriendo
el vuelo de una garza cenicienta,
dos ánades fugaces,
o el canto inconfundible
de un ruiseñor sin sueño.
Uno tras otro, raudos, dos gazapos,
temiendo mi presencia,
traspasan la vereda y se diluyen
con gris evanescencia entre las zarzas
de verdecidos frutos, para luego,
entre ortigas, carrizo y pastizales,
fugándose del miedo,
hallar la madriguera salvadora.
Y encima del espléndido follaje,
del verde exuberante de la hierba
que abriga los endrinos,
los rosales silvestres, tamarices
y juncos florecidos,
se extienden como antaño
frondosas las choperas, los álamos,
los olmos y los sauces, todo un bosque
de frescor y de sombra,
de fértil humedad y tierra virgen.
Paseo por los Sotos. Los frutales
se mezclan sin fundirse
con alineados chopos de cultivo
e impenetrables manchas donde medran,
en enredado abrazo,
auténticas reliquias de la flora.
Imagino la vida deslizarse
bajo la verde umbría
en forma de tejones, ratas de agua,
algún pequeño zorro, y hasta incluso,
jabalíes hambrientos que apurados
en su escasez de monte,
han buscado refugio en las riberas.
La paz lo llena todo.
El silencio estremece.
Se palpa la opulencia de un pasado
que luce inalterada su hermosura.
La tarde me rodea
con sus brazos de noche
mientras trato de romper el embrujo
y alejarme sin prisa,
como esa luz que pierde sin remedio
su clara consistencia.
Mientras al fondo, recio,
lamiendo esta defensa que constriñe
puntuales avenidas,
y ajeno totalmente al caz de sensaciones
que su entorno despierta,
el Ebro, creador de vergeles,
desliza su corriente curso abajo
con la mínima urgencia.
El tiempo, más que nunca,
se ha quedado dormido entre los Sotos.
Mario.