
En una esquina del alma,
donde nacen las flores de la añoranza,
donde adormecen los sueños que vistieron
en otros tiempos sus mejores galas,
tengo prendida una estrella fugaz,
venero de blanca luz
donde brota ardiente la palabra.
Como un torrente infinito
que lleva sus enloquecidas aguas
por los desnudos paisajes que pueblan
tierras ávidas de amor y calma,
así me discurre el verso, fogoso,
cargado de aliento fresco,
golpeando con pertinaz estruendo
las cerradas puertas que en silencio callan.
Tengo el pecho labrado de sosiego,
la frente sin arruga, descubierta,
la mirada suspendida entre las nubes
y la mano generosa abierta al gozo.
Quiero poner alas al noble canto
nacido entre la paz y el albedrío,
y que vuele como alondra en la nevada.
¡Qué mi voz nunca muera en el olvido!
Por lo demás no pido nada.
*Andros