El ocaso de la meretriz
Publicado: Lun, 05 Oct 2009 21:19
Luciérnagas ancladas, las farolas
tiritan bajo el puente mientras deja
la niebla su esplendor sobre las calles.
Rezuman las aceras soledades
de negra fetidez, penumbras ciegas
tratando de buscar escapatoria
en terco laberinto de silencios.
Busca la noche amparo en las esquinas
del extrarradio urbano, con estéril
y vana pretensión de ocultar sombras.
Mil luces de neón tartamudean
allí en la lejanía, donde ruge
con goces de ciudad la madrugada.
Recalcitrantes restos de progreso
en la calzada gris, vasta inmundicia
que se eterniza exenta de limpiezas
en un rastro de humanas evasiones.
Pululan cual fantasmas todo tipo
de noctámbulos seres, buscadores
del placentero pico de la muerte,
camellos sin entrañas, embriagados
tratando de orientar su rumbo errante,
y un par de prostitutas empeñadas
en que la suerte premie sus desvelos.
Se muestran y se ofrecen, pero nadie
parece de lujuria enfebrecido.
Para otro coche más; un regateo
que al parecer termina en compromiso,
ya que la joven sube, y acelera
la niebla su latido. Mientras tanto,
la que quedó plantada balancea
con rítmico desdén bolso y caderas,
y acepta que la noche la ha vencido.
Otra jornada más en que no salen
las cuentas al final, otra semana
que ha de faltar quizá lo necesario.
No perdona la edad y ya no hay senda
donde un futuro nuevo se vislumbre.
El brillo de luciérnagas se extingue
mientras el alba asoma entre montañas
de cemento y cristal. Ella camina
dejando atrás la noche, de regreso
a algo que de hogar tiene tan sólo
un techo y seis paredes, a la espera
de retomar de nuevo su destino,
que habrá de ser si nada lo remedia,
la muerte inexorable en una esquina
de un miserable barrio de suburbios.
Mario.
tiritan bajo el puente mientras deja
la niebla su esplendor sobre las calles.
Rezuman las aceras soledades
de negra fetidez, penumbras ciegas
tratando de buscar escapatoria
en terco laberinto de silencios.
Busca la noche amparo en las esquinas
del extrarradio urbano, con estéril
y vana pretensión de ocultar sombras.
Mil luces de neón tartamudean
allí en la lejanía, donde ruge
con goces de ciudad la madrugada.
Recalcitrantes restos de progreso
en la calzada gris, vasta inmundicia
que se eterniza exenta de limpiezas
en un rastro de humanas evasiones.
Pululan cual fantasmas todo tipo
de noctámbulos seres, buscadores
del placentero pico de la muerte,
camellos sin entrañas, embriagados
tratando de orientar su rumbo errante,
y un par de prostitutas empeñadas
en que la suerte premie sus desvelos.
Se muestran y se ofrecen, pero nadie
parece de lujuria enfebrecido.
Para otro coche más; un regateo
que al parecer termina en compromiso,
ya que la joven sube, y acelera
la niebla su latido. Mientras tanto,
la que quedó plantada balancea
con rítmico desdén bolso y caderas,
y acepta que la noche la ha vencido.
Otra jornada más en que no salen
las cuentas al final, otra semana
que ha de faltar quizá lo necesario.
No perdona la edad y ya no hay senda
donde un futuro nuevo se vislumbre.
El brillo de luciérnagas se extingue
mientras el alba asoma entre montañas
de cemento y cristal. Ella camina
dejando atrás la noche, de regreso
a algo que de hogar tiene tan sólo
un techo y seis paredes, a la espera
de retomar de nuevo su destino,
que habrá de ser si nada lo remedia,
la muerte inexorable en una esquina
de un miserable barrio de suburbios.
Mario.