Como el color púrpura de cualquier cielo
Publicado: Lun, 14 Sep 2009 23:59
Como el color púrpura de cualquier cielo,
sería comprobar el aroma de las flores
fuera de temporada,
amainar la bandera del viento
y remar hacia el horizonte, aunque,
no poseamos timón que nos guie.
Como un escorpión cuando huye herido,
una gota que colma en demasía un vaso,
se mueve la estría traicionera y tendenciosa,
la piel caída por las laderas de los impertinentes días.
Como un grano de arena
cuando choca insolente con un desierto de arenisca,
la sonrisa se agrieta y adormece lentamente,
pecado tras pecado, golpe a golpe,
otoño por otoño,
esfumándose el calor de la ilusión,
la sabiduría que se nos supone,
el oráculo de algunos dioses dormidos en su embriaguez
y las leyendas que nunca se creyeron
pero dieron ilusión a cada paso de esquina a esquina,
todo fumado al reclamo de unos dedos de piel amarilla,
al canto de un pájaro carpintero
y a la innegable actitud destructiva del tiempo.
Como el color púrpura de aquellos días pasados
y el sendero de paja y estiércol
convertido hoy en autovía principal
de los diablos de metal.
Como cualquier recuerdo vago
y estrafalario lacrado en lágrimas
incapaces ya de secar.
Tiempo,
trabado, erguido, indispuesto,
botarate, sabio, elegante,
pendenciero, arlequín y hasta un poco truhán.
Nos marchita,
entregado a sí mismo y a la historia,
a la piel de un recién nacido
y al hedor caduco de un ente con reloj inmóvil.
Casi, como un miserable grano de arena
cuando fenece en un inmenso arenal.
Tiempo…,
¡que poco nos dura!
sería comprobar el aroma de las flores
fuera de temporada,
amainar la bandera del viento
y remar hacia el horizonte, aunque,
no poseamos timón que nos guie.
Como un escorpión cuando huye herido,
una gota que colma en demasía un vaso,
se mueve la estría traicionera y tendenciosa,
la piel caída por las laderas de los impertinentes días.
Como un grano de arena
cuando choca insolente con un desierto de arenisca,
la sonrisa se agrieta y adormece lentamente,
pecado tras pecado, golpe a golpe,
otoño por otoño,
esfumándose el calor de la ilusión,
la sabiduría que se nos supone,
el oráculo de algunos dioses dormidos en su embriaguez
y las leyendas que nunca se creyeron
pero dieron ilusión a cada paso de esquina a esquina,
todo fumado al reclamo de unos dedos de piel amarilla,
al canto de un pájaro carpintero
y a la innegable actitud destructiva del tiempo.
Como el color púrpura de aquellos días pasados
y el sendero de paja y estiércol
convertido hoy en autovía principal
de los diablos de metal.
Como cualquier recuerdo vago
y estrafalario lacrado en lágrimas
incapaces ya de secar.
Tiempo,
trabado, erguido, indispuesto,
botarate, sabio, elegante,
pendenciero, arlequín y hasta un poco truhán.
Nos marchita,
entregado a sí mismo y a la historia,
a la piel de un recién nacido
y al hedor caduco de un ente con reloj inmóvil.
Casi, como un miserable grano de arena
cuando fenece en un inmenso arenal.
Tiempo…,
¡que poco nos dura!