Me dijiste que no tenías miedo
Publicado: Jue, 10 Sep 2009 23:06
Me dijiste que no tenías miedo,
me prometiste que partirías
cuando las alondras decidieran no volver,
reiteraste que el sentido de vivir
era tan solo una imagen sin reflejar
en la arista de un espejo,
y creíste, que andar descalzo,
era ser libre como los pies de un angelito sin patucos,
te engañaste, me engañaste.
Quedé adormecido entre el arrullo de las palomas
posadas en el respaldo oxidado del parque,
atolondrado por el siniestro recuerdo de tu ineptitud,
y pensé que era mejor despejar los arbustos enredados
antes que exprimir sudores entre bastidores mundanos.
Y me tropecé con un zapato agrietado y sin tacón,
e imaginé por un solo instante
las miles de historias que encerraría
en su mal parado destino.
Ello me hizo pensar,
disputar las membranas de los pros,
y evaluar el sendero de los contras,
y en ellos, siempre te encontrabas tú,
con el traje de miedo,
con la falta de actitud,
con la sombra avergonzada de los párpados,
y vestido con un inmaculado estilo
y un semblante indemne pero ilegítimo.
Y me di cuenta que te faltaba,
¡qué curioso!
un zapato,
y pensé,
que sería capaz, con su veterana sabiduría,
de nivelar el centro de gravedad
que un día perdiste, y nunca procuraste encontrar.
Me dijiste que no tenías miedo,
y esa era tu gran pesadilla.
Las alondras, por fin, decidieron no volver,
y tu imagen se esfumó entre la brisa invernal.
Hoy, tan solo queda un vago recuerdo
y la huella deforme de un zapato agrietado.
me prometiste que partirías
cuando las alondras decidieran no volver,
reiteraste que el sentido de vivir
era tan solo una imagen sin reflejar
en la arista de un espejo,
y creíste, que andar descalzo,
era ser libre como los pies de un angelito sin patucos,
te engañaste, me engañaste.
Quedé adormecido entre el arrullo de las palomas
posadas en el respaldo oxidado del parque,
atolondrado por el siniestro recuerdo de tu ineptitud,
y pensé que era mejor despejar los arbustos enredados
antes que exprimir sudores entre bastidores mundanos.
Y me tropecé con un zapato agrietado y sin tacón,
e imaginé por un solo instante
las miles de historias que encerraría
en su mal parado destino.
Ello me hizo pensar,
disputar las membranas de los pros,
y evaluar el sendero de los contras,
y en ellos, siempre te encontrabas tú,
con el traje de miedo,
con la falta de actitud,
con la sombra avergonzada de los párpados,
y vestido con un inmaculado estilo
y un semblante indemne pero ilegítimo.
Y me di cuenta que te faltaba,
¡qué curioso!
un zapato,
y pensé,
que sería capaz, con su veterana sabiduría,
de nivelar el centro de gravedad
que un día perdiste, y nunca procuraste encontrar.
Me dijiste que no tenías miedo,
y esa era tu gran pesadilla.
Las alondras, por fin, decidieron no volver,
y tu imagen se esfumó entre la brisa invernal.
Hoy, tan solo queda un vago recuerdo
y la huella deforme de un zapato agrietado.