Editorial Alaire

Camina con andares felinos, la cabeza baja, olfateando el suelo. La mirada huidiza, temerosa de delatarse. Algo esconde entre las manos que se ocultan nerviosas dentro de los bolsillos del raído abrigo tres tallas más grandes que su pequeño cuerpo. Al llegar a la esquina, se vuelve disimuladamente mientras se asegura que nadie le sigue. Se para ante el primer portal que encuentra con la puerta abierta y vuelve a mirar con desconfianza de derecha a izquierda varías veces, al final, se decide a entrar. Ha escogido bien, el lugar es oscuro y está desierto. Se oculta al fondo, en donde la oscuridad es más evidente y una vez comprobado que no le molestará nadie, saca de su bolsillo algo diminuto envuelto en papel brillante que cruje mientras con dedos nerviosos, lo desenvuelve cuidadosamente. Lo mete con avidez en la boca, lo saborea y su rostro se transforma en una gran sonrisa de satisfacción mientras toda la escalera se llena de un intenso y dulzón olor a fresa.

Muy bien creado el ambiente in crescendo...

Me gustó, Mar.

Un beso,

Max

Creo que los pequeños ladronzuelos son más descarados a la hora de deleitarse con sus botines.
Saludos desde este Mediterráneo lluvioso en un septiembre primerizo.
Amparo.

Bueno, parece que a la ladronzuela sólo le remordió la conciencia lo que tardó en comerse el pastel.

Un beso.

Marcos

Maximiliano Rodriguez escribió:Muy bien creado el ambiente in crescendo...

Me gustó, Mar.

Un beso,

Max

Gracias por las palabras y por tu visita a mis letras. Un abrazo.

Amparo Guillem escribió:Creo que los pequeños ladronzuelos son más descarados a la hora de deleitarse con sus botines.
Saludos desde este Mediterráneo lluvioso en un septiembre primerizo.
Amparo.

Desde la añoranza de ese mismo Mediterráneo, que imagino igual de bello con lluvia, te agradezco el comentario. Abrazos.

Marcos de la Mancebía escribió:Bueno, parece que a la ladronzuela sólo le remordió la conciencia lo que tardó en comerse el pastel.

Un beso.

Marcos

Yo creo que no le remordió la conciencia en ningún momento. Creo que sólo defendía su botín para no compartirlo. Su esfuerzo le había costado conseguirlo. Gracias por tu comentario, para mí es un regalo que también defiendo de compartir. Besos.

Vaya, Mar, esperaba otro final, menos dulce.
Me gusto el relaro corto. Un abrazo.
Mario.

Creo que he de adentrarme más veces por este foro de relatos. Lo que voy leyendo me está gustando mucho.
Tu relato en cierta manera me ha producido una cierta tristeza. Me he imaginado (aunque quizás no sea tu intención) que la niña ladronzuela del relato es una pequeña indigente. Y algo tan natural y cotidiano como el que un niño saboree tranquilmente una golosina, en tu relato me ha parecido una pequeña tragedia. Después de ese momento dulce, fugaz... la niña volverá a la dura realidad de su existencia.
Aunque también pudiera ser que esa niña no sea sino lo que todos hemos sido alguna vez: pequeños ladronzuelos de fortuna. Si es así me quedaré más tranquilo.
Excelente Mar. Has conseguido hacerme reflexionar con tu precioso relato.
Un abrazo.
J. Manuel

Así es la vida, José Manuel. Para algunos niños un dulce es algo habitual, para otros, una pequeña recompensa que no siempre está a su alcance. Gracias por venir. Abrazos.

Un relato ameno, elocuente, bien llevado. Me encantó leerte, he de volver.
Besos y un abrazo fuerte,

Mar, me gustan especialmente los cuentos que me llevan por senderos imaginarios para develar el "misterio" en los últimos párrafos.
Es un cuento maravilloso, lleno de ternura y relatado de una manera excelente.

Besos y muchos aplausos.