.ventanas.

Cuentos, historias, relatos, novelas, reportajes y artículos de opinión que no tengan que ver con la poesía, todo dentro de una amplia libertad de expresión y, sobre todo, siempre observando un escrupuloso respeto hacia los intervinientes.

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Marina Centeno
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Ella está en la ventana a la hora de siempre”
Carlos Pellicer.


Las ventanas tienen un mal presagio de libertad en cada centímetro que abarca su estructura, resignadas a la eternidad, con la consigna de elevarse ante la luz y bajar los párpados en el invierno. Abren líneas en la cornea mostrando colores y matices cuando el infinito es un horizonte trazado en las persianas. Se engalanan de encajes para llamar la atención con sus desplantes arrogantes de estatua cubriendo las esquinas, el frente, hacia el jardín, cocina y los perfiles del patio. Guardan silencio ante los hechos sangrientos que traspasan los cristales maculados por la mirada y fingen demencia cuando alguien pasa frente a ellas interrogando su dulzura pétrea.

Las ventanas son carreteras pavimentadas de viento con espejismos a la orilla del camino que llevan a muchos lugares y a ninguno. Amplían el abismo con sólo abrir los labios y se suicidan al cerrar el paso a la plaga que repta la cuidad.

Hay ventanas hechas para los secretos, esas que se abren a determinadas horas del día y se cierran justo en el momento en que la voz quiebra su sonido.
Se vuelven indiferentes a los embates del tiempo y los sucesos que caen a su derecha, a su izquierda, hacia delante y hacia atrás. Empatan los años desgastando su brillo y se vuelven ancianas sumidas en el tejido, suspirando por las buenas costumbres y modales adquiridos en épocas preñadas con pájaros y lunas estranguladas por las ramas. Sirven para la decoración de los interiores del cuerpo, como vía de escape a la claustrificación de sentidos, cuando se fuga el aire entre la boca y el vino, entre el cristal y la nariz.

Hay ventanas que nacen no sabiendo que son ventanas porque se sienten heroínas de la luz, sol, lluvia, viento, fuego. Perseguidas por la mala costumbre de sentirse protagonistas de una historia de amor. Y mueren de claridad. Mueren de diabetes en dulcificación excesiva. Olvidan fácilmente el acontecimiento del balón al estrellarse en el centro del corazón. Se hacen añicos sin conocer el color de la ruptura y la sensación de la astilla entre las piernas.

Hay ventanas que sirven para hablar de ventanas. Se miran unas a otras sosteniendo la envidia en sus miradas y la inmensa sombra que las abarca y no les permite reflejarse en los estanques de la calle, saborear la última balada del árbol y la huidiza luz del atardecer. Advenedizas, bipolares y homicidas, se hacen daño para después entre ellas lamerse las heridas que la muerte deja colgada en los cerrojos.


Hay ventanas que se construyen frente a la pared, sin conocer más allá de la inmovilidad de la piedra saben que son ventanas y que al abrir los brazos les abarca el vacío y una sensación de libertad condicionada.

Samantha

Yucatán México
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