En tiempos de crisis, cuando los dioses duermen...
Publicado: Lun, 27 Jul 2009 22:55
Tras el dolor, el miedo y el peligro,
surgen todas las cualidades,
puede, por fin, la verdad del hombre revelarse.
En estos tiempos de crisis, donde no hay valores,
la misión impone ganar el pulso al tiempo,
interrogarse por el verdadero valor,
y el genuino sabor de las cosas.
Emulando al poeta Lucrecio,
ahondemos en nuestras pasiones invisibles,
quitémonos todas las máscaras
siendo así las mentiras desterradas.
Yo invoco toda mi cólera,
cansado de una vida putrefacta,
de tanta humanidad maloliente,
de todo grito, aun latente, moribundo.
No escucho a los dioses
que duermen junto al olvido.
Tal vez debamos celebrar, cantar,
crear en calma, en silencio, la belleza,
sea nuestro deber- sin remisión- amar.
Nosotros, los poetas, hemos de hallar la forma
de paliar, en nuestra medida, toda herida,
buscar los recovecos donde descifrar
el levantarse, tras una nueva caída.
No tropezar de nuevo, no desfallecer, recuperar el aliento
y respirar hondo un halo de oxígeno renovado
para seguir viviendo e insuflar la esperanza
a los que ciegos vagan errantes sin rumbo conocido,
sumidos en el desconcierto.
Entre la penumbra y el cielo azul
alzemos nuestra voz, peculiar.
Yo clamo mi dignidad:
ser veraz sin importar qué opinen los demás.
Es esta mi singularidad, que hago vuestra,
desnudo mi piel, ante vuestros ojos muestro todo mi ser.
Aquí apelo a Whitman cuando decía
"esto no es un libro", yo digo: no es poesía,
soy yo con todas mis grandezas y miserias
que se tambalea, y se halla entre el páramo y el vergel,
entre la estepa y la pradera,
intentando distinguir la luz entre las tinieblas
que pueblan la tierra.
Invoquemos a Séneca
cuando decía nada hay que temer ni desear,
para ser feliz, caminar, esperar,
siempre, junto a una pizca de esperanza,
navegar, conservando todo atisbo de duda.
Es nuestro derecho a soñar,
mirar más allá del mar,
besar el cielo, cortar el viento;
yo lo intento con mi espada oxidada de guerrero.
Aun siendo esclavo dentro de mi propia prisión,
podré morir, pero siempre diré,
ante el último suspiro, orgulloso y altivo,
gritaré:
¡ L i b e r t a d !
surgen todas las cualidades,
puede, por fin, la verdad del hombre revelarse.
En estos tiempos de crisis, donde no hay valores,
la misión impone ganar el pulso al tiempo,
interrogarse por el verdadero valor,
y el genuino sabor de las cosas.
Emulando al poeta Lucrecio,
ahondemos en nuestras pasiones invisibles,
quitémonos todas las máscaras
siendo así las mentiras desterradas.
Yo invoco toda mi cólera,
cansado de una vida putrefacta,
de tanta humanidad maloliente,
de todo grito, aun latente, moribundo.
No escucho a los dioses
que duermen junto al olvido.
Tal vez debamos celebrar, cantar,
crear en calma, en silencio, la belleza,
sea nuestro deber- sin remisión- amar.
Nosotros, los poetas, hemos de hallar la forma
de paliar, en nuestra medida, toda herida,
buscar los recovecos donde descifrar
el levantarse, tras una nueva caída.
No tropezar de nuevo, no desfallecer, recuperar el aliento
y respirar hondo un halo de oxígeno renovado
para seguir viviendo e insuflar la esperanza
a los que ciegos vagan errantes sin rumbo conocido,
sumidos en el desconcierto.
Entre la penumbra y el cielo azul
alzemos nuestra voz, peculiar.
Yo clamo mi dignidad:
ser veraz sin importar qué opinen los demás.
Es esta mi singularidad, que hago vuestra,
desnudo mi piel, ante vuestros ojos muestro todo mi ser.
Aquí apelo a Whitman cuando decía
"esto no es un libro", yo digo: no es poesía,
soy yo con todas mis grandezas y miserias
que se tambalea, y se halla entre el páramo y el vergel,
entre la estepa y la pradera,
intentando distinguir la luz entre las tinieblas
que pueblan la tierra.
Invoquemos a Séneca
cuando decía nada hay que temer ni desear,
para ser feliz, caminar, esperar,
siempre, junto a una pizca de esperanza,
navegar, conservando todo atisbo de duda.
Es nuestro derecho a soñar,
mirar más allá del mar,
besar el cielo, cortar el viento;
yo lo intento con mi espada oxidada de guerrero.
Aun siendo esclavo dentro de mi propia prisión,
podré morir, pero siempre diré,
ante el último suspiro, orgulloso y altivo,
gritaré:
¡ L i b e r t a d !
