DOS
Publicado: Mié, 10 Jun 2009 16:46
Hace tiempo que no deja de llover en este abatido invierno,
donde un llanto punzante de un viento sin excusa,
sopla codicoso con cáustica abrasión sobre dos sombras caducas
que naufragan con pericia en los reciales inasibles del olvido.
Sé que la vida apenas nos prologó un contrahecho argumento,
un débito de tristeza decalvado de intercisos
y un calendario sin fechas tachonado por el hábito,
como un lívido sudario
que sólo nos prodigó el rastro de la desdicha.
Apenas hemos quedado en eso:
dos fragmentos de prófuga existencia armados de levedad,
deambulando en una nebulosa encrucijada
de un callejón siempre umbrío.
Un albañal de cansancios que supura su agonía
fluyendo hacia un pudridero.
Habitamos de pestado entre los mudos escombros
de este absurdo compartido
sobre el que un día edificamos infinitas certidumbres.
Permanecemos unidos en este transitar esquivo,
ya enmohecidos por la lluvia,
los lamentos y la herrumbre del hastío.
Hemos de aprender a vivir esta debacle
con los ojos bien cerrados,
para ingresar dormitando en esta tribulación,
devastada por la fiebre contraída por la sed y el desalojo.
Pero sólo disponemos de una flema mal curada por el frío
en el victo de una abulia resignada,
definitivamente impúdica.
Estamos abocados a cancelar todo lo no iniciado
con el lodo del fracaso adherido a nuestros pies,
porque no nos quedan fuerzas para reemprender la huída,
y así, poder adentrarnos en un cielo itinerante de alquiler,
afanoso en el saqueo para expropiar paraísos.
Aprenderemos a despertar con fatiga en las palabras
sin esperar concesiones,
sedientos de vino y brasas,
sitiados en la misma almohada
como retazos de vida intentando construir
constelaciones de paja
con lo estéril de la fe del credo de un indeciso
en el patio trasero de los días,
a golpe iterativo de perdón y de apatía,
para acabar transitando por la oquedad de las noches,
sobornando nuestro insomnio con alguna escaramuza suspendida
de un instante de deseo,
como indefensos convictos en su cita inapelable con el frío.
Y cuando el fiel del fracaso escrute como una hazaña
todo el éxito obtenido
y se nutra la desgana de balbuceos de silencios,
ganaremos una paz lacustre y embalsamada,
dormitando a la intemperie,
sobre el lecho de un jardín plácido y tibio
donde florece un agraz malentendido,
y se pudre deprecando su soliloquio sin sol
un malherido limonero,
que hace acopio del bullicio del desdén y el vencimiento,
gangrenado brutalmente de necrótica costumbre,
gesticulando rutina
con todas las tripas fuera.
Nésthor Olalla
donde un llanto punzante de un viento sin excusa,
sopla codicoso con cáustica abrasión sobre dos sombras caducas
que naufragan con pericia en los reciales inasibles del olvido.
Sé que la vida apenas nos prologó un contrahecho argumento,
un débito de tristeza decalvado de intercisos
y un calendario sin fechas tachonado por el hábito,
como un lívido sudario
que sólo nos prodigó el rastro de la desdicha.
Apenas hemos quedado en eso:
dos fragmentos de prófuga existencia armados de levedad,
deambulando en una nebulosa encrucijada
de un callejón siempre umbrío.
Un albañal de cansancios que supura su agonía
fluyendo hacia un pudridero.
Habitamos de pestado entre los mudos escombros
de este absurdo compartido
sobre el que un día edificamos infinitas certidumbres.
Permanecemos unidos en este transitar esquivo,
ya enmohecidos por la lluvia,
los lamentos y la herrumbre del hastío.
Hemos de aprender a vivir esta debacle
con los ojos bien cerrados,
para ingresar dormitando en esta tribulación,
devastada por la fiebre contraída por la sed y el desalojo.
Pero sólo disponemos de una flema mal curada por el frío
en el victo de una abulia resignada,
definitivamente impúdica.
Estamos abocados a cancelar todo lo no iniciado
con el lodo del fracaso adherido a nuestros pies,
porque no nos quedan fuerzas para reemprender la huída,
y así, poder adentrarnos en un cielo itinerante de alquiler,
afanoso en el saqueo para expropiar paraísos.
Aprenderemos a despertar con fatiga en las palabras
sin esperar concesiones,
sedientos de vino y brasas,
sitiados en la misma almohada
como retazos de vida intentando construir
constelaciones de paja
con lo estéril de la fe del credo de un indeciso
en el patio trasero de los días,
a golpe iterativo de perdón y de apatía,
para acabar transitando por la oquedad de las noches,
sobornando nuestro insomnio con alguna escaramuza suspendida
de un instante de deseo,
como indefensos convictos en su cita inapelable con el frío.
Y cuando el fiel del fracaso escrute como una hazaña
todo el éxito obtenido
y se nutra la desgana de balbuceos de silencios,
ganaremos una paz lacustre y embalsamada,
dormitando a la intemperie,
sobre el lecho de un jardín plácido y tibio
donde florece un agraz malentendido,
y se pudre deprecando su soliloquio sin sol
un malherido limonero,
que hace acopio del bullicio del desdén y el vencimiento,
gangrenado brutalmente de necrótica costumbre,
gesticulando rutina
con todas las tripas fuera.
Nésthor Olalla