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La mujer está sentada en una banqueta de mimbre frente a una heladera abierta<o></o>
Son persianas peciformes, insurrectas como medias, pecaminosas como medias, desajustadas, circunscriptas al tercer o quinto mundo de las gónadas—reflexionó.<o></o>
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Las manos se posan como grullas sobre la carne de la hoja
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Alguien tuvo en mente una sobriedad glacial, rústica; como la de un barco turístico decimonónico, escueto, vacuo, afable, que navega entre las cuchillas inmóviles del agua.<o></o>
Primer Doblez
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A través de las cortinas tiemblan las nalgas del gran meteoro, las ubres del mundo. Y las cortinas mismas son bragas apenas sudantes o sudarias de la gran mujer doméstica: la tierra asfaltada y caliente.
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Segundo Doblez <o> </o>
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Viajo constantemente hacia mí mismo.<o></o>
Viajo persistentemente hacia mi niño muerto.<o></o>
Nace en mí otro niño más sano, más fuerte, más bueno.<o></o>
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Tercer Doblez <o> </o>
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De vez en cuando creo que la vida es sonreír junto alguien que quizás conocemos.<o></o>
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Las manos abren e iluminan como si fueran ojos<o> </o>
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¿Qué hacer sino masturbarse mirando, tocando, pudiendo, violando, esos vendajes de coco empolvado, ese liguero de luces verde-lluvia, esa fuente vaginal o lagrimal o mitocóndrica o bacteriana —de las bacterias estilo Paul Klee—, esa medalla higienizante mal servida, o servida por una niña torpe como Alicia la maravillosa?<o></o>
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Doblez sobre Doblez <o> </o>
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La noche está servida. Mal servida en una fuente de alpaca. En un camisón de pimientos y canela —se podría pensar. También podríamos tirarnos sobre el césped tibio de una plaza inmensa, y leer, y dormir…<o></o>
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Doblez contra Doblez[CENTER ALIGN=CENTER]<o> </o>[/CENTER ALIGN]
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Somos frágiles.<o></o>
Somos el intento que se encarna, o se alegra, o se plasma simplemente al empezar a moverse.<o></o>
Somos la pasividad distinta, elegante.<o></o>
Somos la conciencia de la posible inconsciencia, del edénico automatismo de las flores.<o></o>
Somos una adicción a nosotros mismos —esos fantasmas imposibles e imposibilitados— que comienza a ceder.<o></o>
Somos la pitada inaugural, el fruto inaugural.<o></o>
Somos los que escuchamos la resonancia de nuestro aroma impregnado levemente en las cosas que nos toca administrar —jugando el juego más severo e inútil.<o></o>
Somos la resistencia de los zapatos de taco que estallan en las vidrieras mojadas.<o></o>
Somos el grito de un melón rubio iluminado.<o></o>
Somos el viento.<o></o>
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Las manos se detienen como un cervatillo que huele manojos de césped<o> </o>
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A través de las cortinas se edifican a sí mismas todas las cosas y ninguna.<o></o>
Del otro lado hay una vertiente o un sumidero indeterminado del que brotan o en el que se consumen los arcos iris y las naranjas y los aviones de plástico.<o></o>
Y las cortinas mismas son mujeres, o las mujeres son cortinas, o la brisa que las revela, que las manifiesta, que las agolpa y las sostiene a salvo.<o></o>
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Fuelles transparentes, hélices rugosas, arquitecturas volátiles en el papel de uva <o> </o>
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Viajo frugalmente hacia ti misma —o mismo.<o></o>
Viajo estática y nómademente hacia el cadáver pacífico, hacia el otro que soy algunas milagrosas veces.<o></o>
Muere en mí el mismo anciano efímero, perversamente suave, eólico y gentil.<o></o>
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Las manos marcan y señalan con la natural solvencia de la lluvia <o> </o>
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De vez en cuando creo que la muerte es sonreír junto alguien que quizás conocemos.<o></o>
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Otro Doblez <o> </o>
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Alguien tuvo en mente una sobriedad glacial, rústica; como la de un barco turístico decimonónico, escueto, vacuo, afable, que navega entre las cuchillas inmóviles del agua.<o></o>
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Y otro definitivo, religioso<o> </o>
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Son persianas peciformes, insurrectas como medias, pecaminosas como medias, desajustadas, circunscriptas al tercer o quinto mundo de las gónadas—reflexionó.<o></o>
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Las manos echan al viento de la noche el cisne violeta <o> </o>
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Y la heladera sigue abierta iluminando<o></o>
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Rafael Teicher<o></o>