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Estaba Miguel tan a gusto, que se dijo a sí mismo:-Voy a darme un baño, llenaré la bañera y me relajaré en ella.Colocó el tapón en el desagüe, abrió los grifos y dejó que el agua corriese; comprobó que la temperatura era la ideal. Mientras se desvestía, buscó en su listado de cedés algo relajante para escuchar durante el baño.-Ajajá- se dijo. -Aquí está... Buddy Guy & Junior Wells in "Play the Blues".Apenas se oían los primeros acordes del blues y ya se disponía a entrar en el baño, cuando sonó el timbre de la puerta. En un principio pensó en dejarlo así.-No abriré- se dijo -Será algún vendedor de esos.Pero el timbre volvió a sonar y pudo más su curiosidad, así que se colocó la toalla alrededor de la cintura y acudió a abrir.Ante él se hallaba una mujer, joven aún, ataviada con un sobrio traje azul marino, cuya falda apenas sí dejaba ver unos calcetines altos del mismo color y que subían firmes desde los negros zapatos de tacón bajo; las solapas de la chaqueta custodiaban el blanco impoluto de una blusa abotonada hasta el cuello, que le daba un aire como de maestra de escuela, acrecentado con las gafas de finas patillas y mínima moldura, pero de enormes y redondos lentes, que apenas sí se sostenían en su escasa naricita; sus brazos aferraban contra su pecho, como en un abrazo, una carpeta y un par de libros encuadernados en piel.-Perdone que la reciba así, pero estaba a punto de ducharme... ¿Le importaría volver en otro momento?- Dijo él.-Claro que no. No se preocupe y perdone usted que le haya importunado. Volveré en otra ocasión.- Dijo ella mientras giraba su cuerpo para salir por donde había venido. Pero en ese instante uno de los libros que llevaba en su regazo se vino al suelo y al pretender recogerlo, se le cayó también el otro libro y tras él, las gafas y la carpeta.Miguel, al verlo, acudió presto en su ayuda, con tan mala fortuna que, en su intento de llegar a tiempo para socorrer a la joven, no se percató de que la toalla, que cubría su desnudez y que como única prenda llevaba, se enganchó en la manilla de la puerta, empujándola en la misma dirección, con el suficiente impulso para que no sólo se cerrase, sino que la toalla se soltase, quedando ésta dentro de la casa y Miguel en medio de la escalera, completamente desnudo y sin la posibilidad de un retorno inminente a su hogar. Entretanto, la joven maestra hacía ímprobos esfuerzos por recoger sus cosas y en especial, sus gafas. Miguel no sabía qué hacer, se moría de vergüenza... Y la mujer encontró las gafas, se volvió y al verlo allí desnudo, ahogó un grito, lo miró y dijo a continuación:-¡Degenerado!Y echó a correr escaleras abajo.Miguel quiso explicarse, balbució algo, emitió cierto sonido inconexo e inició el camino tras ella, con sus brazos hacia delante, como implorando. Pero por lo visto, la fortuna no estaba de su lado, pues tropezó con uno de los libros que la joven, en su huída, había olvidado en el descansillo, perdiendo el equilibrio, lo que le hizo rodar por la escalera. Se detuvo con un sonido seco, el que produjo su rostro al estamparse contra el penúltimo escalón. Y allí quedó, con su labio superior partido y la prótesis dentaria clavada en la madera de la escalera. Se incorporó como pudo y echó sus manos a la cara, para evitar así que el resto de su dentadura se desparramara por doquier y mitigar en algo la pequeña hemorragia que manaba de su boca. Y en ese momento y por el escándalo producido, Doña Engracia, la solterona del primero, salió al descansillo para curiosear. Y mientras veía como una joven salía corriendo por el portal, se topó con un hombre desnudo, que se tambaleaba delante de ella. Detuvo la vista en cierta parte de su anatomía y así permaneció un rato, como perdida en ensoñaciones más propias de una jovencita que de damas de su avanzada edad (quizás evocaba hechos o actos que tan sólo habían sucedido en su imaginación). Y tras ese momentáneo y reconfortante ensimismamiento, alzó la vista para comprobar si el resto de la anatomía del individuo estaba en consonancia con sus, al menos para ella, bien dotadas partes... Pero en ese mismo instante (un cúmulo de coincidencias ciertamente notable) saltó el temporizador que controlaba la luz de las escaleras, dejando el rellano como en penumbra. Y así fue como lo vio ella: Dos ojos brillando en la semioscuridad, un hombre completamente desnudo y una sustancia viscosa manando de su boca. La visión de la sangre, el brillo de los ojos, la desnudez y la huida apresurada de la joven, le hicieron pensar en un ser de ultratumba, en un vampiro que acudía a hurtadillas para poseerla, para devorarla, hincarle literalmente el diente y llevársela con él a esa vigilia entre la vida y la muerte para vagar por siempre como un espectro alimentándose de sangre humana. Y aunque en un principio la idea le sedujo (vivir en lujuria con un vampiro), se lo pensó mejor y haciendo gala de unas dotes para la lírica que ya querría para sí la Calas en sus momentos de máximo esplendor, alzó su voz en un grito, que casi revienta los tímpanos de Miguel y partió en veloz carrera en pos de la joven maestra. Miguel, al borde ya de la desesperación, quiso detenerla, pero, en el colmo del infortunio, se trastabilló nuevamente, perdiendo el equilibrio y cayendo sobre Doña Engracia, de tal suerte que, en el descansillo de acceso a la vivienda, quedó tendido a horcajadas sobre el cuerpo de Doña Engracia, mientras ésta miraba con su ojos casi desorbitados, a una gigantesca araña que se paseaba por el techo.Y así los vio la portera. La escalera en penumbra, Doña Engracia tendida en el suelo y un extraño sujeto sobre ella, desnudo y con su boca ensangrentada, tan cerca estaba ésta del cuello de su víctima, que sólo pensó en un espíritu tenebroso devorando a su presa. Tomó entonces con ambas manos la escoba y comenzó a golpear frenéticamente el cuerpo de Miguel, mientras gritaba histéricamente:-Socorro, un monstruo, aquí hay un monstruo... ¡Vade retro, satanás!... ¡Has matado a Doña Engracia!... ¡Has matado a Doña Engracia!... ¡Vete vampiro, vete, vuelve al infierno del que has venido!Y con éstas y otras lindezas por el estilo, consiguió que saliera todo el vecindario.Varias horas después, Doña Engracia calmaba su histeria ante una taza con tila bien caliente, mientras relataba, a su manera y con toda suerte de detalles (los más, exagerados), lo sucedido, ante un público compuesto en exclusividad por la portera del edificio colindante y sus tres amigas, también solteras, Encarna, Eulalia y Emilia.Y Miguel se reponía de sus heridas, que consistían en algunas magulladuras y moratones diseminados por todo su cuerpo, dos puntos en su labio superior que apenas sí le dejarían marca y, eso sí, una nueva prótesis dental, que le iba a salir por un ojo de la cara. Y menos mal que tenía seguro en su vivienda, pues se había olvidado de cerrar el grifo del agua y ésta se había desbordado, hasta casi anegar el edificio (aunque esto es ya otra historia).Y ahora sólo tiene que soportar los cuchicheos que sobre su persona se propagan por el vecindario. Pero lo que verdaderamente le desquicia es cuando sus amigos le llaman Vampi.
Jajaja...Qué bueno, Pobre Miguel...y es que hay días que todo se conjura para que los desastres llegen encadenados. Me ha gustado mucho tu relato.
Me quedo imaginando esta otra historia, la del edificio con el agua salíendo por las ventanas como si fueran lágrimas. Un abrazo, María.