Diez augures.
Publicado: Vie, 24 Abr 2009 0:53
I
En los valles más húmedos de la mente
descansa el primer destello de tiempo.
Lentas muertes sobre la hierba
en las orillas del dolor,
allí donde el sol se crucifica
y sangra gotas de oro.
Un universo sin luz.
Negro.
Solo el brillo en los ojos
de los que aquí mueren,
y el amarillento lumen de sus huesos.
II
He visto los murciélagos
que nadan en la voces de la gente,
las hienas instaladas en el lomo de sus ojos,
leopardos verdes agazapados
en la recta de sus hombros.
He visto el águila imperial
sobrevolando sus raquíticos cerebros.
III
Ha muerto el verano en la ciudad
y sus cenizas se desploman sobre el asfalto.
Los colectivos pasan roncos
con su atroz cargamento humano,
nadie me ve
nadie me oye.
Quizás alguien esté muriendo
en un sucio departamento.
Quizás estés siendo concebido
en un milagroso orgasmo de motel.
IV
A menudo
la soledad viene,
se sienta a mi lado,
me contempla un rato,
y luego se va.
V
Mi mente trata de huir de mí,
se vuela, se va,
yo la tomo fuerte por las caderas,
la manoseo, abuso de ella,
mi mente grita,
yo la violo
descarnadamente,
una y otra vez,
hasta que allí queda:
sucia y vejada
llorando como una puta
detrás de los ojos
VI
Cuando el otoño pare lágrimas de viento
y arroja compases de amapolas negras
a los magmas de la noche,
el mar calla pesadamente
para siempre ser
una masa muerta de cristales rotos.
VII
Siendo sal,
mis manos son incapaces
de rodear la cintura de la luna,
solo los brazos de fuego
asumen tal osadía.
VIII
El cielo
y sus huestes de nubes derrumbadas
parecen querer morir con el ocaso
IX
Cuando se derritan las encostradas mascaras
sobre el cadalso inexpugnable de la existencia,
cuando se derriben todos los muros
que dividen la piel del ser,
cuando ya nadie crea en sí mismo,
cuando caigan todos los castillos de naipes
que nos sostienen,
cuando no haya más posturas que asumir,
cuando nadie pueda, nunca más,
huir de sus propios abismos.
Cuando cada uno de nosotros se encuentre
y se vea, se sienta y se toque,
y por fin descubra
lo desesperadamente vacío y solo que está,
ese día será el fin de la humanidad.
X
Tengo un rostro, mi rostro,
que, creo, se parece a mí,
yo no me conozco,
pero estoy seguro de que mi rostro
se asemeja a lo que soy.
A cada paso muero
y a cada muerte
renace un engendro.
Soy el compendio de mis muertes
mirando hacía lo profundo del abismo.
Fermín Lasarte
En los valles más húmedos de la mente
descansa el primer destello de tiempo.
Lentas muertes sobre la hierba
en las orillas del dolor,
allí donde el sol se crucifica
y sangra gotas de oro.
Un universo sin luz.
Negro.
Solo el brillo en los ojos
de los que aquí mueren,
y el amarillento lumen de sus huesos.
II
He visto los murciélagos
que nadan en la voces de la gente,
las hienas instaladas en el lomo de sus ojos,
leopardos verdes agazapados
en la recta de sus hombros.
He visto el águila imperial
sobrevolando sus raquíticos cerebros.
III
Ha muerto el verano en la ciudad
y sus cenizas se desploman sobre el asfalto.
Los colectivos pasan roncos
con su atroz cargamento humano,
nadie me ve
nadie me oye.
Quizás alguien esté muriendo
en un sucio departamento.
Quizás estés siendo concebido
en un milagroso orgasmo de motel.
IV
A menudo
la soledad viene,
se sienta a mi lado,
me contempla un rato,
y luego se va.
V
Mi mente trata de huir de mí,
se vuela, se va,
yo la tomo fuerte por las caderas,
la manoseo, abuso de ella,
mi mente grita,
yo la violo
descarnadamente,
una y otra vez,
hasta que allí queda:
sucia y vejada
llorando como una puta
detrás de los ojos
VI
Cuando el otoño pare lágrimas de viento
y arroja compases de amapolas negras
a los magmas de la noche,
el mar calla pesadamente
para siempre ser
una masa muerta de cristales rotos.
VII
Siendo sal,
mis manos son incapaces
de rodear la cintura de la luna,
solo los brazos de fuego
asumen tal osadía.
VIII
El cielo
y sus huestes de nubes derrumbadas
parecen querer morir con el ocaso
IX
Cuando se derritan las encostradas mascaras
sobre el cadalso inexpugnable de la existencia,
cuando se derriben todos los muros
que dividen la piel del ser,
cuando ya nadie crea en sí mismo,
cuando caigan todos los castillos de naipes
que nos sostienen,
cuando no haya más posturas que asumir,
cuando nadie pueda, nunca más,
huir de sus propios abismos.
Cuando cada uno de nosotros se encuentre
y se vea, se sienta y se toque,
y por fin descubra
lo desesperadamente vacío y solo que está,
ese día será el fin de la humanidad.
X
Tengo un rostro, mi rostro,
que, creo, se parece a mí,
yo no me conozco,
pero estoy seguro de que mi rostro
se asemeja a lo que soy.
A cada paso muero
y a cada muerte
renace un engendro.
Soy el compendio de mis muertes
mirando hacía lo profundo del abismo.
Fermín Lasarte