Al río no le importaba la parte más sencilla de una caricia
Publicado: Dom, 19 Abr 2009 23:41
Cuando enmudecía la piel de la tarde y era imposible
tu espalda de abarcar con una boca.
Cuando ocurría que las manecillas de un reloj apuntaban
a la noche interrumpidamente,
al río, no le importaba tu mundo, ni el mío, ni tampoco
la parte más sencilla de una caricia.
Era entonces, cuando nos dejábamos caer en el agua,
de la misma forma en que los azulones
lo hacían en el viento,
y no teníamos ni siquiera un segundo para detenernos
a mirar de cerca las ventanas de los eucaliptos,
ni su sombra de punzón en nuestras cabezas.
Cuando se desnudaba la tarde y se nos empequeñecía
la luz en las orillas, el río, ponía música de niños
y nos ignoraba los abrazos como los balcones ignoran
a los cuerpos que desfilan por las aceras sin detenerse.
Pero ahora,
aquel entonces está dispuesto a respirarnos,
a dejar que las hormigas nos cubran los pies,
y hasta incluso,
a que recordemos el animal sabor de nuestras lenguas enjauladas
en la boca del otro.
Ahora hay un tiempo que se acerca y se retuerce y tú
me llamas y miramos el cauce como quien mira a un difunto y
se despide de él sencillamente.
Y te empeñas en creer que estamos aquí porque el río nos lleva
y nos trae, tibios, helados, títeres sin ojos, y pretendes
que nos ahoguemos, y yo qué sé que otras cosas más,
y te niegas a reconocer que todo esto es una disculpa,
una nueva disculpa para construir recuerdos
con sus juncos y sus veranos.
Porque ya no vamos a ser otra cosa que no sea parte de él
y nada de nosotros mismos.
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tu espalda de abarcar con una boca.
Cuando ocurría que las manecillas de un reloj apuntaban
a la noche interrumpidamente,
al río, no le importaba tu mundo, ni el mío, ni tampoco
la parte más sencilla de una caricia.
Era entonces, cuando nos dejábamos caer en el agua,
de la misma forma en que los azulones
lo hacían en el viento,
y no teníamos ni siquiera un segundo para detenernos
a mirar de cerca las ventanas de los eucaliptos,
ni su sombra de punzón en nuestras cabezas.
Cuando se desnudaba la tarde y se nos empequeñecía
la luz en las orillas, el río, ponía música de niños
y nos ignoraba los abrazos como los balcones ignoran
a los cuerpos que desfilan por las aceras sin detenerse.
Pero ahora,
aquel entonces está dispuesto a respirarnos,
a dejar que las hormigas nos cubran los pies,
y hasta incluso,
a que recordemos el animal sabor de nuestras lenguas enjauladas
en la boca del otro.
Ahora hay un tiempo que se acerca y se retuerce y tú
me llamas y miramos el cauce como quien mira a un difunto y
se despide de él sencillamente.
Y te empeñas en creer que estamos aquí porque el río nos lleva
y nos trae, tibios, helados, títeres sin ojos, y pretendes
que nos ahoguemos, y yo qué sé que otras cosas más,
y te niegas a reconocer que todo esto es una disculpa,
una nueva disculpa para construir recuerdos
con sus juncos y sus veranos.
Porque ya no vamos a ser otra cosa que no sea parte de él
y nada de nosotros mismos.
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