Interrupción de un texto por la puerta de una chimenea
Moderador: Hallie Hernández Alfaro
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Interrupción de un texto por la puerta de una chimenea
El hombre caminaba hacia la chimenea. Le gustaba pensarse caminando hacia algo. Creía que el intento arcano de las cosas tenía relación con el traslado, con la motilidad y el declive. Y en este sentido, todas las cosas, resultan meras trompadas o intenciones.
El hombre dicho caminaba hacia una torre. Básicamente las chimeneas son torres, por lo menos esta chimenea pasiva e inglesa, era una torre. Y sabido es que las torres crecen como postes de jazmín o como enfados. Crecen y pellizcan la panza muerta de las nubecillas deshinchadas.
Aquí, la chimenea estaba vieja como para echar humos, estaba de pie, eso sí, pero fatigosa, casi enferma, vocacionalmente rendida al tedio. Lo cual confería a la caminata del hombre cierto tono banal, cierta inutilidad preciosa y también cierto desdén.
El hombre marchaba hacia la torre a paso de arena. Claro que toda marcha es un poco una tracción dificultosa sobre polvo de piedra. Como todo proceso sucede por desenmascaramiento, por derroche.
Decir que la chimenea gateaba hacia el sujeto consciente hubiese sido al menos extremoso. Nada de paradojales relativismos de observador. Hay que tallar el verbo sin decoros afectados. Lo que se registra es que la torre estaba inmóvil como un hueso, impávida, helándose, odiándose, odiándolo. ( Hay algo agudamente rencoroso en la quietud, algo terrible, inminente. )
El hombre se encontraba mediante el paso hacia la referencia. Iba según la columnata de las sombras. Iba bajo el embeleco de las cañas de sombra cruzantes. Iba dentro de la memoria de las cosas cual una bolilla de plomo que rueda en una tela floja.
Y si bien la peregrinación definía al hombre, a la torre, al camino y al texto sobre el hombre que camina hacia la torre, nada ocurría que no fuera una brisa un tanto masiva o ancha: un frente de aire ligero complotado contra el rostro.
Caminar es escribir en cursiva, pensó. Caminar es tallar en el corazón de la caliza tierna con el dedo o con el ojo, o con silbidos húmedos.
Camino como quien inventa el color azul, nunca hacia el lado negro del contorno. Camino por dentro, como las pulsiones fóbicas. Soy la punta de la flecha que rasga en la muela. Dolor de cambio de estado. Expiración de la hoja que cae del pico, o incluso, dolor del pico que pierde lo que cae.
La chimenea es —basta de tiempos viejos— de ladrillos, curva, alta. La chimenea es tosca como el choque de los dientes. Es babilónica, bruta. En cambio la arenilla que suaviza el hundimiento de los pies es dulce como un beso de araña de agua, es interlineal, pasante.
Atrás de la torre hay agua. Seguramente un retazo de mar exiliado de un sueño vertical o vertiginoso —que es lo mismo.
Atrás del mar sonríe una cara panorámica y desagradable, quizás la de un payaso sin maquillaje y sin espejo.
Atrás del hombre sólo hay ventilación blanca, trastos.
El hombre llega, trepa, toca, reconoce las caderas de la torre de ladrillos vencidos. Se abraza a la redondez como a un muslo o a un reloj de oro. Gime, pega, se roe los labios con los labios, suda. Muere otro poco.
Hay silencio. Hay resquemor, pausa de músculos vibrando en la oscuridad.
En la chimenea hay una puerta de hierro enana, verde. La abre, cruge, muge, ruge, empuje —dice.
Rafael Teicher
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Re: Interrupción de un texto por la puerta de una chimenea
Deleite para los sentidos y el alma pasar a leerte.
Un abrazo. Rafael.
- Maria Pilar Gonzalo
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nada de "Nada de paradojales relativismos de observador" o que "atrás de la torre hay agua" no me hace falta nada más para suponerlo cierto o definitivo aunque sea por unos breves instantes.
sin el poema que rejunte una a una las migajas"
Alberto Szpunberg