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Martha Rosenthal
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Mensaje sin leer por Martha Rosenthal »

A pesar de su tenue sonrisa, la inquietud le delataba.
De corta estatura, desarrapado, a sus espaldas carga un morral y con una mano, levanta una maleta, de esas que se ven en viejas películas en blanco y negro, las de hace no menos de cuarenta años. Vestido a la usanza de los hippies de los años cincuenta del siglo pasado, los vaqueros viejos y desgastados, señalaba con su aspecto inadecuado, la estirpe de un sujeto que llegaba de un país del tercer mundo a uno del primero… pero en realidad era a la inversa, tan sólo que él, jamás había cruzado el océano. Miraba hacia todos lados, intentando encontrar, entre el grupo de gente esperando a la salida, el rostro que conocía bien por una foto. Su alma, ya la había explorado, en su rostro nada se escondía para ocultar sus sentimientos, pero quien calcaba el rostro de la manoseada foto, era una mujer más bella aún y al encontrarla, su mano extendida le invitó a abrigar la suya en la de ella.
A Endrina ¡el corazón le había dado un vuelco! De él, tenia ciento seis correos y ninguna foto, para lo que él siempre puso una excusa. Hasta que finalmente, unos días antes de llegar, logró que le enviara una de esas rápidas, que se usan en los documentos. Muy arregladito y sin corbata, desde luego, pero era lo único físico que conocía de Matías.
Apenas le vio salir del aeropuerto y detallo su conjunto, comprendió súbitamente su error.
Se había dejado llevar por unos escritos, que si bien mostraban conocimiento, ahora, el encuentro físico, le enseñaba lo poco cosmopolita de Matias, y ella… era una mujer de mundo, viajes, ropas de lino y servilletas de tela.
Destacaba en él la inocultable timidez, una brillosa dulzura de sus ojos y la arrebatada sonrisa que dejaba ver sus dientes, descuidados y tan raídos como su ropa, conjunto que se acentuaba ante la gruesa pincelada blanca sobre su cabeza.
De no haberse fijado en estos detalles, Endrina jamás habría extendido su mano para continuar con la experiencia, que ahora llegaba muy lejos: sería huésped en su casa por unos días.
Sus ojos se tornaron tristes.
_¿A quién esperas, bonita?
Ella en cambio, se había preparado con esmero para el encuentro. Reacia a expresar públicamente sus soledades prefería vivirlas y asumirlas. ¡Qué difícil se le hacía hablar del tema!
Profesión: ama de casa y abuela, ambas a tiempo completo, se había enamorado de un intelecto que le hablaba de Bécquer y Cela, conocía las letras de las canciones de Serrat y sembraba pimientos y mirtos en su casa montañera de veraneo, con el agravante, de que en la distancia, se percataba de sus sentires, intuía los pensamientos, sus necesidades eran un libro abierto para él. Y así la fue conquistando. Un día si y otro también, con frases y compromisos.
Era sencilla pero impecable, parecía salida de un estudio de belleza, ni una arruga se traslucía en su ropa. Y no sólo lo exterior denotaba la pulcritud, había limpiado su mundo interior, y ello se manifestaba en la tersura de su rostro, logrando una armonía desplegándose a su paso. Ahora entendía que había abierto una ventana., y un desconocido se había colado por ella, se habían hecho promesas, la propuesta de intentarlo a pesar de las diferencias había vencido la resistencia, pero ahora, cuando ya le tenía delante, el impacto de ese encuentro casi la hace olvidar su propósito de consentir dejar fluir más el sentir que el pensar, como había hecho en todos estos meses.
El aspecto casi andrajoso del sujeto en cuestión, semejaba al de un grupo de chicos adolescentes, quienes venían en el mismo vuelo. Tan sólo que en los jóvenes esa vestimenta se veía cónsona con los aires de rebeldía propios de la edad, y en él, a más allá de la sexta vuelta del almanaque, lucía una vergüenza.
A ella, verle tal como le veía, la hacía desconocer todo cuando había sentido en esos meses. Sin embargo una gran tentación, esa educada insolencia que la ha hecho siempre osada, la impulsa a seguir el juego haciendo ver que tiene todas las cartas en sus manos.
¡Cuan errada estaba!, pero eso, aún no lo sabía.
Él ha encontrado un lazo que surge al cambiar la forma de relacionarse, escudado en el anonimato y la clandestinidad. Le muestra la espontánea búsqueda de una pertenencia que lo vincule a la vida, por que de tanta soledad, de tanto vagar por el bosque buscándose a si mismo, ha olvidado existir. Dejo atrás los modales y se refugio en el ayer.
Según la costumbre en el país del frío, es necesario tener una casa en la espesura, sembrar flores y recoger bayas silvestres. Distracción común a todos. Pero él intuía que había otras formas de ocio, que no sólo eran sembrar mirtos y rosas para hacer pasar el tiempo.
Entonces aprendió a manejar la computadora y hace muy poco, se iniciaba en un foro que ofrecía relacionarlo con gentes iguales a él. Amoremio.com resultó ser donde aprendió de esa otra posibilidad que la tecnología le podía dar. Aceptó darle paso al escondido toque de arrebatada lujuria, que oculto entre sus sentires, siempre le había acompañado, y ahora, apoyado en el anonimato y la tecnología se dio el permiso de expresar, mientras continuaba galanteando esa virtual desconocida, de quien se hizo novio de pantalla.
Ella, se aburrió de la casa impoluta y el abuelazgo, ahora deseaba destejer la maraña de sentimientos para dejar las cosas definidas: añoraba una compañía masculina.
A Endrina, Amoremio.com le ocupaba algunos ratos de su día, lo inicio y le pareció un juego a distancia… hasta que le conoció a él. Ahora, en cuanto sujeto le escribe –que son pocos por cierto dada su guapura, no ha encontrado esa complicidad que casi de inmediato sintió con él, y atenta a sus sentimientos, decidió no seguirles respondiendo para no crearles falsas expectativas.
Ella encontró con quien volcar su alma.
Él necesita una brújula que lo oriente, un sueño que lo llene de fantasía, un zurcidor que remiende estos agujeros que se han creado en jirones de bruma.
Y así, cuando cada uno creyó haber encontrado lo que deseaba, correos vienen, correos van. Comenzaron escribiéndose hasta que se hicieron interdiarias las misivas, luego no pasa una noche sin que uno escriba y el otro lea. Ni una mañana en que el otro lea y escriba.
Jugaban a los acertijos, un juego de intelecto y poder.
Ambos se reconocen vulnerables y sienten el temor a una nueva erosión, hasta que deciden abrirse a mostrar sus emociones.
Ella sigue teniendo esa sensación de saber, conocer y retomar como cuando hace mucho que no escuchas a alguien y súbitamente su voz te dice:
– ¡Hola querida, tanto tiempo!
Esa frase tan breve revuelve y aleja las incertidumbres pero siembra nostalgias y eso siente.
Morriña.
Y se pregunta ¿de qué, de quién? ¿Qué les ocurre si apenas comienzan a conocerse o se reconocían ya ? ¿Qué les pasa?
Es cuando acuerdan que ha llegado el tiempo del encuentro. El momento de verse a la cara y definir si eso que había sido una relación virtual podía convertirse en real. Mientras, allí en la aldea montañera donde él veranea amenaza una lluvia interminable.
En el entorno masculino sólo tres sonidos se pasean: Vivaldi o Händel, haciéndose eco unos con otros, sus pensamientos y la fuerte lluvia que de no ser por los visillos de las ventanas, ya habría entrado a un espacio que no le corresponde. Ellos, los sonidos diversos, se entrelazan y le es difícil definir cuál es cuál.
La realidad es que una fuerte oleada de voluptuoso deseo había comenzado a apoderarse de esa nada intangible, representaba en un ser conocido a alguien a quien no conoces. Se aderezaba con toques de ternura y pasión. Mezclaba todo. Era la fantasía del encuentro.
Como si se lanzara desde un trampolín, necesitó descender a esa profundidad y sumergirse precipitadamente, pero no, se mantuvo el tiempo suficiente como para aquietar la totalidad sino una parte de su ser.
Hacía preparativos de toda clase, inventaba palabras, en su imaginación recreaba situaciones, pero ninguna de sus creaciones logró acercarse a lo que luego fue la realidad.
Y faltando sólo un día para su partida hacia el país donde habita su amada, una sensación de suspendida añoranza se fue depositando en su plexo generándole ansiedad. Salio un rato a caminar y anduvo por unas caminerías delineadas en forma natural entre la espesura del cercana. Bordeó los lagos, notó la blanca presencia de los lotos navegando el más cercano cuando un enjambre de libélulas le cerró el paso.
La sombra de los árboles, ya al atardecer, cobijó sus pensamientos. Abstraído caminaba siguiendo el hilo conductor que el último rayo de sol del día iba señalando… hasta que se notó bruscamente erecto, con un acre sabor de deseo expectante, que de solo imaginarla, lograba ese efecto. Palpitante y decidido, se dio la licencia de jugar a que ya la tenía en sus brazos hasta que notó la humedad en su entrepierna. Le apenaba contárselo. Se conducía como un adolescente impúber cuando hacia tanto que ese tiempo era pasado. Agradeció la soledad del entorno y el final de la lluvia que disimularía lo ocurrido ante cualquier vecino inoportuno. Decidió dar la vuelta y regresar.
Ella, una vez se queda en casa, la disfruta, hace cuanto desea, sólo deja que su alma descorra velos, transite caminos. Ahora, está sola, se fueron los empleados. No sabe expresarse como no sea amasando el barro con que trabaja la forma. Se siente tontísima intentando dar una explicación de la locura nocturna, asumiendo que sería entendida.
¿Alguna vez has saltado de la cama porque alguien te está acariciando y al abrir los ojos… no hay nadie? Pero además reconoces esa morbidez, la suavidad de la mano que se desliza por su cadera, tampoco le es ajena. ¿Qué sucedía? ¿Por qué no duerme?
No lo supo, sólo pudo decir que fue al alba cuando logró –a medias– volver a conciliar el sueño.
Tampoco en ella hay paz absoluta. Una inquietud que no sentía años ha, la lleva a buscar palabras para expresarse pero no las encuentra. Negarse que la tormenta persiste hubiese sido infantil, como lo es desconocer que algo, alguien, una esencia conocida pero lejana ha emergido recordándole como se es mujer.
También tiene otras pasiones: las manualidades, la música y la cocina. En esos menesteres se encontraba cuando escuchó a Domingo:
Los dos estamos queriendo, Y yo lo sé y tú lo sabes
Pero no nos atrevemos
–¡Abrazame, que lo necesito!, era cuanto podía pensar.
Esas tres líneas escuchadas abrían un espacio a su entendimiento que hasta hace poco sólo se manifestaba en inquietud. Fue cuando continuó escuchando la vibrante voz que dejó todo aclarado en su mente:
Sabes que muero por verte, Sé que me estás deseando
Pero seguimos callados, Porque nos falta el valor
Y así, recordando las primeras misivas electrónicas intercambiadas que diferían totalmente de las actuales, sumado a la claridad del mensaje recibido a través de la letra de esa canción cuando ajustó el engranaje que le permitió comprender qué le ocurría. Prefirió esperar.
No lo estaba haciendo mal del todo, aguardaba serenamente –no tanto! hasta que un buen día una llamada que sonaba a usual la sacó de su centro:
–¡Soy Matías! Y un borbotón de cosas detonó allí en las memorias. Esa voz atrajo evocaciones que hasta sus células recordaban. Una sacudida recorrió su espalda señalando nostalgias.
No hicieron falta palabras, ni explicaciones, ni tan siquiera aclaraciones.
Entre los dos corre un río, Que no sabemos cruzarlo Como si fuéramos niños
Y el agua sigue bajando Llena de tiempo perdido Llena de ya nos abrazarnos
Se entendían, se necesitaban, se arrullaban. Mediaba la caricia con el requiebro sumado a un toque de lujuria, sabían que ya no habría más contacto vía electrónica porque no era necesario.
Fue cuando decidieron encontrarse.
Después… ya no hubo esperas, ni soledades ni correos vía internet, todo se transformó en hacer planes, mientras contaban en reverso los días para el reencuentro, para el siempre.
Entonces él llegó como llego mientras ella hizo gala de mostrarse y a pesar de eso, Endrina decidió darse otra oportunidad. ¡Bah! Sólo serían veintiún días para conocerse, lo que duraba un boleto aéreo entre Gotemburgo y su país.

Lo excusaba pensando que él venía de las orillas del río Göta, mientras ella, venía del país donde la gran montaña hace de collar divisorio entre cielo y tierra. Él venía del frío, los mirtos y las bayas y ella procedía de la primavera, el sol y nunca frío y primavera tuvieron un final feliz.
Blanca Sandino
Mensajes: 3024
Registrado: Jue, 22 Nov 2007 14:30

Re: AMOREMIO.com

Mensaje sin leer por Blanca Sandino »

Creo que has conseguido expresar muy bien la soledad que puede llevar a un encuentro como el que nos relatas. Me ha gustado.

Bienvenida al foro, Martha.

Blanca
Martha Rosenthal
Mensajes: 2
Registrado: Mié, 18 Mar 2009 22:58
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Mensaje sin leer por Martha Rosenthal »

Gracias Blanca por darme la bienvenida a este foro y me alegro de que te haya gustado el cuento y de que haya podido expresar esa soledad. Gracias de nuevo.
Martha
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