El sexo según Mallarmé
Publicado: Sab, 14 Mar 2009 18:02
Estaba frete a ella. Sabía que lo más seguro era queentendía mi postura sobre su cuerpo demujer, sobre sus piernas que se cruzaban blancamente negándome la algodonosa raíz que yo deseaba hacer brotar entre mis labios. Pero al negarme con elcruzamiento de sus piernas, comprendí que aquello también significaba el puntofijo en donde se encontraba el rubí que tenía que escarbar siguiendo nuestrassubjetividades. Miraba desde sus rodillas hasta el borde de su falda (muy bienhecho por lo demás), el cual frenaba el libre albedrío de mi vista y de mispasiones que estaban empezando a no ya dar argumentos para la suspensión de loque no debía hacer y para la vuelta a la sumersión de la escapada de la vida.Miraba y me detenía. Todo empezaba a desarrollarse de otra manera. El miembroendurecía y cada vez miraba más allá de donde la observación sobra y las manosnecesitadamente se agitan. Se notaba el bulto de mi entrepierna, y aquel fue elsistema, el motor inmóvil, que ella necesitó para hacer funcionar el roce quese venía. Se acercó a mí, y yo mantenía la concentración sobre su cuerpoentero, aunque esto significaba no sacarle el provecho o a sus blancas y largas piernas, suaves a la vista, o sus pechos quese escondían bajo un juego en donde mi recepción parecía fácil y cercana ¿su rostro? Su rostro ya nome interesaba. Se puso frente de mí, las palabras no nacían, su olor era claro,su olor era madurez, su piel era joven, su todo era un hidrófilo húmedo. Pusemi mano en el arco de su espalda, sentí la fibra adolecente. Puse la otra mano,apoyando la palma sobre su vientre, y empecé a jugar con un apretamientodelicado de su carne. Mientras comenzabaa subir mi palma hacia el centro de sus pechos, sentí como su pelo caía en mipelo; se desbordaba la confianza, la libertad de hacerle mía. Sobé un par deveces su pecho estirando lentamente mis dedos hacia cada uno de sus duras y firmestetas. Rozar suave cada camino hasta llegar a la cima de sus pezones, era loque nos comprometía; pero las manos ya creía no necesitarlas, por lo queacerqué mi cabeza y con ella mi lengua y fui bebiendo como un pequeño felino lamiel que su piel me daba. El pezón derecho había endurecido, pero nunca dejó deser carne. Moví la lengua en un sentido, luego en el otro, en círculo sobre subotón hinchado. Enseguida comencé apretarlo intermitentemente. Su respiraciónllegaba al aura de mi faz. Sentía como su pecho roncaba áspero en mis mejillas.Mordí como niño su pecho izquierdo, comenzando a turnar mi boca para cada unade sus tetas. Levemente mi entrepierna sentía como la cadera de mi amanterompía con su quietud y que levemente comenzaba a moverse hacia delante, en unaacción que ya se escapaba de toda reglamento, de todo arrepentimiento, y quedaba paso a chuparme el lóbulo como una principiante. Mi lengua parecíagustarle bajo su mentón, por lo quepensé seguir un poco más, sin embargo repentinamente tomó mi verga como sumadre, con experiencia, pasando a agacharse, a abrir rápidamente el cierre yhacer un sexo oral con madurez, con profundidad y casi sin respirar. Sin lugara dudas me había equivocado con pensar que estaba tomando el control de hacerlamía; mi subestimación estaba siendo basureada. Lo único que se me ocurrió fuetomarle el pelo y masajearlo, pero cuando estaba punto de hacerlo, el anilloque con su boca hacía en mi pene cada vez era más intenso; fue como un gustosocalambre a toda mi zona genital. Escuchaba como respiraba con su boca ocupada;eran los balbuceos más calientes. Sentía mi verga apunto de estallar, sentíacomo los indicios seminales quedaban por el borde de sus labios y moría con elroce áspero de su lengua que pasaba una y otra vez por mi gruesa carnosidad. No podía quedarme pasivo: estiré mi brazo yalcancé su nalga respingada y empecé a mover la mano sobre su ropa,acariciándole rápidamente su culo fibroso. Levanté su corta falda y metí todosmis mojados dedos bajo su pequeñocalzón. La lisura de sus nalgas me hizo deslizarme de vez en cuando hacia su gordo corazón de carne.Penetré con mi largo dedo su zanjahumedecida. Me moría por besársela y succionarle el alma y los gritos quecomenzaban a salir hacia mi verga. Mientras sus labios seguían pasando en bandahacia mi pubis, introduje en lo profundo dos dedos y los asimilé a un pene. Laidea le pareció bastante bien, y sacó de mí su boca humectada y comenzó amasturbarme tan rápido como yo se lo hacía. Pareció una competencia en dondenos esforzábamos en complacer la meseta del otro. Aún así, mis movimientos losestaba haciendo con mi mayor esfuerzo, por lo que sus suspiros sonaban a más.Quise terminar con esta reciprocidad y gatillé con la yema de un dedo su clítoris de forma sorpresiva. Eran empujonesascendentes que la estaban haciendo pedir la penetración por donde sea y comosea. Una y otra vez. Hacia arriba; hacia arriba, decía. Dejó de masturbarme yse dedicó a ver con los poros mi vida en el sexo. Debía moverme de la posiciónque estaba y ponerme detrás de ella. Lo hice, pero sin sacar mis dedos de suvagina, que a esa altura mojaba a la propia lluvia. Al igual que ella, meagaché, abrí sus piernas, formando una tijera con dos dedos para abrir suvagina, dejé pasar tres veces mi lengua como una pluma recorriendo todo sumojado y grueso vaivén vaginal. Su desesperación fue tal que dio media vueltay, poniéndome de pie, nos fuimos sobre su cama y a mí en particular sobre ella.Sin preámbulos anteriores, no dudé y la penetré, sintiendo como se hundíanuevamente mi pene dentro de ella. Sus caderas comenzaban a moverse por inerciahacia mí, hacia el cielo que golpeaba sus muslos. Mientras nuestras piernasemitían el sonido de la carne y mientras el sudor se confundía, observé que legustaba leer a Mallarmé, el pájaro de lacarne triste. Su antología se ubicaba al lado de un lápiz y una agenda colorroza.