Te digo no, y se me escapa el alma en cada sí que no pronuncio.
Un suspiro naufraga en la penumbra de ti que hay en mi piel ausente.
Mis manos lo salvan (lo mecen, cobijan y serenan)
mientras el corazón se rinde reverente,
ante el misterio de un pensamiento aún no nacido,
de un pensamiento aún no pronunciado.
Te digo no al son que rompe silencio y soledades, metálico y profundo,
de las campanas anunciando la Misa matutina:
aturden con su voz -bronce fundido- la luz por estrenar de la mañana
que habrá de ser testigo, si Dios no lo remedia, de un día más sin ti,
de un día más conmigo.
Te digo no, y duermo -sueño- el tiempo que me sobra
(un tiempo gris y frío)
o lo dedico a contemplar el árbol que se asoma a mi ventana,
exultante de vida, que hunde sus raíces en la tierra, y lo envidio.
Él no sabe de ausencias ni de penas, ni puede recordar el imperceptible temblor
-adagio sostenido por la sutil unidad que nos separa-
de la mano hendiendo en su serse de árbol centenario, o en su serse corteza, un adiós.
Te digo no: sin prisa, inmarcesible, ajena al desaliento,
al angustioso grito de sus hojas,
que clama libertad, y al brillo sepulcral de las estrellas.
Te digo no, porque quizá desee decir sí, o desee morir,
en cada uno de los síes[BLOCKQUOTE]que sólo en mi silencio, [/BLOCKQUOTE] [BLOCKQUOTE][BLOCKQUOTE]te pronuncio.[/BLOCKQUOTE][/BLOCKQUOTE]
Blanca Sandino