nutrido desde el temblor de una mirada,
tras una ventana generosa de luz
asoma un narciso, atrevido, alto como el sol de junio,
encendió mis ojos de luz y de mi alma en espiga nació
la sed de su boca amante.
Llegó a mi carne, desnudo en su hermosura,
para ungir mi vientre en el fulgor de la mañana.
Amago inquietante, este azul que adorna,
sensible pétalo suspendido, en este mi tronco, exaltado,
sediento de rocío, mi piel despunta, serena,
como el claroscuro otoño donde cae temprana la noche,
férvidas sus manos de ramas, doctas en su plegaria,
alterada su lengua de hiedra por los acantilados de mis muslos,
expectantes las insomnes cordilleras, erectas de su salvaje jerga, tierna,
desprovista de prisas y de pasados;
que no dejó ni un poro sin el recorrido de la savia
intrépida cabalgada que me desanudó infinita
hasta la declinación de nuestras nucas, descreídas.
Asalto asombroso el amor, sublime entrega,
donde quiero seguir así por siempre alucinada.
Con Amor a Óscar Bartolomé
( a la luz de mi faro
