EL EXPERTO.
Publicado: Lun, 16 Feb 2009 18:00
Experto en desmantelar el corazón de los pájaros a media tarde, para comerles el silencio hasta quedarme zombie.
Experto
en recetarle remedios a las sombras de los muebles, para que no caigan en la depresión que suelen despertarse en los submundos de la superficialidad.
Maestro de maestros para arrancarle al violín su garganta despeinada y sus dientes torcidos, de monstruo claustrofóbico.
No sé, y eso se podrá notar en los siguientes versos, si es que aún no lo has adivinado,
hacer de la poesía un arte magistral, de modo tal que cada letra mía sea una escalera,
cada silencio un nuevo abecedario,
y cada acento puesto en los espacios en blanco una bandera de amor.
Queda bien claro que soy experto para desembocar en la orilla de los desterrados,
porque siempre tengo la mala suerte de adquirir relojes que, de antemano,
saben que me despertarán a la hora del olvido,
cuando ya nadie tiene en cuenta que yo también puedo ser la manzana prohibida
o el silencio que jamás anidó en ninguna boca,
y se queda en el viento, regalando salud a los enfermos
y vanidad a esas pequeñas cosas que se sienten estafadas.
Experto para podarte
las pupilas y que florezcan en ellas las primaveras con olor a santos y amapolas desnudas
en la terraza
de tu vientre,
sin miedo a que la tijera muera de un infarto,
y tu paisaje quede incompleto.
Eso sí,
no me pidas que sea buen poeta.
Experto
en recetarle remedios a las sombras de los muebles, para que no caigan en la depresión que suelen despertarse en los submundos de la superficialidad.
Maestro de maestros para arrancarle al violín su garganta despeinada y sus dientes torcidos, de monstruo claustrofóbico.
No sé, y eso se podrá notar en los siguientes versos, si es que aún no lo has adivinado,
hacer de la poesía un arte magistral, de modo tal que cada letra mía sea una escalera,
cada silencio un nuevo abecedario,
y cada acento puesto en los espacios en blanco una bandera de amor.
Queda bien claro que soy experto para desembocar en la orilla de los desterrados,
porque siempre tengo la mala suerte de adquirir relojes que, de antemano,
saben que me despertarán a la hora del olvido,
cuando ya nadie tiene en cuenta que yo también puedo ser la manzana prohibida
o el silencio que jamás anidó en ninguna boca,
y se queda en el viento, regalando salud a los enfermos
y vanidad a esas pequeñas cosas que se sienten estafadas.
Experto para podarte
las pupilas y que florezcan en ellas las primaveras con olor a santos y amapolas desnudas
en la terraza
de tu vientre,
sin miedo a que la tijera muera de un infarto,
y tu paisaje quede incompleto.
Eso sí,
no me pidas que sea buen poeta.