mi término celeste
Publicado: Sab, 31 Ene 2009 15:53
Aquí, mi estrella parda,
mi famélico sol jupiteriano,
sin masa que le arda,
ardiendo siempre en vano
en la gloria de obrarme ser humano.
Aquí, mi oscura Gea,
mi tierra de rosales amarillos,
sin ojo que la vea
probarse los anillos
que ciñen su falange de cuchillos.
Mi término celeste,
opuesto al astronómico inventario,
saltando de este a oeste
de un cielo imaginario,
sin tiempo para uncirse al calendario.
...
¡Oh, Sirio, reina y madre!,
tú que conoces todas las respuestas:
¿qué cielo al que taladre
la claridad que gestas
no agradece la sombra que le restas?,
¿qué vacío no busca,
de tu fulgor, los inclementes rayos,
con la viveza brusca
de los primeros tallos
de los tibios Abriles y los Mayos?,
¿qué tímido planeta
en tu presencia no se ruboriza
hasta quedar completa,
vanamente, a ceniza
reducido en el trance y hecho triza?
...
Vecina Alfa Centauro,
noble sistema, doblemente enfermo,
coróname del lauro
de tu destino yermo,
ahora que en mi ser declino y mermo.
Ahora que deseo
por horizonte el horroroso filo,
que en la guadaña creo,
como en la fe vacilo
que tuviera en un tránsito tranquilo
(¡qué paz de camposanto
promulgan los agnósticos cipreses,
con su afinado canto
de altivos feligreses,
sobre mis soterrados intereses!).
...
Campo de meteoros,
planeta desarmado, sol de infancia,
seduce con los coros
de tu grave asonancia
la voz que de mi pecho se distancia
(que el cielo se avecina
gris colmillo en la boca del invierno
y el aire determina
con un quejido tierno
que el céfiro está fuera de gobierno;
las nubes dictan nieve
y el suyo es el edicto cristalino
de un mandamiento leve,
apenas sí divino,
pero lleno de gracia en su camino;
aletean los mares:
de las extremidades de su espuma
brotan crepusculares
arcángeles de bruma
que un fiero dios estático despluma).
¡Ensalmo de doncellas!;
alma de los poetas que han perdido
el alma en las estrellas,
haciendo del olvido
su aliado natural y más temido.
...
Para ver el pasado,
mis ojos en misión de lanzadera,
ciegos al cuerpo helado
de lo que otrora diera
temperatura al fuego que vulnera.
Órbitas de mis manos
alrededor de un rayo que no cesa:
acariciantes planos
de la materia gruesa
rondando a la sustancia más ilesa.
¡Oh, lúcido Evangelio
de los incandescentes creadores!
¡Flor de hidrógeno y helio!,
¡elipse de las flores!,
¡raíz de los domésticos colores!
...
Con todo el universo
-cosmos infatigable- en la memoria,
me delimito verso
contra la misma historia
de la que mi dolor se vanagloria.
-
mi famélico sol jupiteriano,
sin masa que le arda,
ardiendo siempre en vano
en la gloria de obrarme ser humano.
Aquí, mi oscura Gea,
mi tierra de rosales amarillos,
sin ojo que la vea
probarse los anillos
que ciñen su falange de cuchillos.
Mi término celeste,
opuesto al astronómico inventario,
saltando de este a oeste
de un cielo imaginario,
sin tiempo para uncirse al calendario.
...
¡Oh, Sirio, reina y madre!,
tú que conoces todas las respuestas:
¿qué cielo al que taladre
la claridad que gestas
no agradece la sombra que le restas?,
¿qué vacío no busca,
de tu fulgor, los inclementes rayos,
con la viveza brusca
de los primeros tallos
de los tibios Abriles y los Mayos?,
¿qué tímido planeta
en tu presencia no se ruboriza
hasta quedar completa,
vanamente, a ceniza
reducido en el trance y hecho triza?
...
Vecina Alfa Centauro,
noble sistema, doblemente enfermo,
coróname del lauro
de tu destino yermo,
ahora que en mi ser declino y mermo.
Ahora que deseo
por horizonte el horroroso filo,
que en la guadaña creo,
como en la fe vacilo
que tuviera en un tránsito tranquilo
(¡qué paz de camposanto
promulgan los agnósticos cipreses,
con su afinado canto
de altivos feligreses,
sobre mis soterrados intereses!).
...
Campo de meteoros,
planeta desarmado, sol de infancia,
seduce con los coros
de tu grave asonancia
la voz que de mi pecho se distancia
(que el cielo se avecina
gris colmillo en la boca del invierno
y el aire determina
con un quejido tierno
que el céfiro está fuera de gobierno;
las nubes dictan nieve
y el suyo es el edicto cristalino
de un mandamiento leve,
apenas sí divino,
pero lleno de gracia en su camino;
aletean los mares:
de las extremidades de su espuma
brotan crepusculares
arcángeles de bruma
que un fiero dios estático despluma).
¡Ensalmo de doncellas!;
alma de los poetas que han perdido
el alma en las estrellas,
haciendo del olvido
su aliado natural y más temido.
...
Para ver el pasado,
mis ojos en misión de lanzadera,
ciegos al cuerpo helado
de lo que otrora diera
temperatura al fuego que vulnera.
Órbitas de mis manos
alrededor de un rayo que no cesa:
acariciantes planos
de la materia gruesa
rondando a la sustancia más ilesa.
¡Oh, lúcido Evangelio
de los incandescentes creadores!
¡Flor de hidrógeno y helio!,
¡elipse de las flores!,
¡raíz de los domésticos colores!
...
Con todo el universo
-cosmos infatigable- en la memoria,
me delimito verso
contra la misma historia
de la que mi dolor se vanagloria.
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