Debí ser sólo semen.
Permanecer ahí. Quieto.
No cruzar el umbral evolutivo.
Rúbrica de soledad asida al pulso.
Derramada sobre el perímetro virgen de una servilleta de papel
que aplasta las fibras relegadas al olvido.
A salvo de ti, de mi aliento.
Del golpe en seco de la costilla
sobre estas lagrimas en llamas, fragmentos del muro acartonado
que divide dos ventrículos de hielo.
Y no caminar de rodillas.
Tránsito, rotulas hendidas en el fango del alma.
Hoja afilada de espadas
que degollan el tiempo.
Senda que conduce a la onomatopeya opiácea del vacío…
Ovillos de estiércol
penetran el ano de agujas
con restos de carne y aullidos en la cúspide del vértice.
Remate de oculta sonrisa
estanca, pátina de la herrumbre
que fecunda sangre y corriente.
Palomas ciegas revientan el cráneo contra mi pecho.
hilvanan con los restos de sus picos,
la teoría del bienestar, que destila una mueca
por entre los muslos incandescentes del averno.
A veces, la soledad quiebra su anatomía
en dos segmentos. Rompe aguas sobre las fosas nasales.
Muestra la médula que retuerce el delirio
cual deslizadero divulgativo.
Expectoración erguida de alambres
que circundan el pasado…
Atributos húmedos arden
a través de la hojarasca y sus entrañas.
Esbozo de una boca que vomita grasa, coágulos de muerte,
afluente bermellón de las muñecas.
Beso afilado del recto de la botella.
Metamorfosis, nalgas de cristal, arma negra…
Soy el tendón que no quiso replegarse hacia la axila.
Soy el que rodea bífido el cuello
del ser que quisieron que fuera.
Amarrado a una viga de ceniza aguardo,
mientras el suelo engendra
en el útero hipogénico, socavones…