Al otro lado
Publicado: Dom, 25 Ene 2009 13:11
Así como si fuese en el desierto
el beso de la húmeda hierba
amando los tobillos,
miramos infinitamente unos ojos
que se vacían en nuestras pupilas.
Son dos en el espejo.
Y uno lo asume en la conciencia
como quien lleva en sus entrañas
un fruto de vociferantes lenguas
soliviando las horas, los días, los años perdidos.
La lámina imprecisa del azogue
nos devuelve de caudalosos párpados
una orquestación de risas infantiles
en la súbita aparición de amaneceres profundos.
Y de qué territorio vuelven,
cautivas en acequias de soledad,
las aguas verdecidas, los culantrillos,
las ávidas libélulas de luz,
los helechos, los frondes gorjeados
en el primaveral deleite. Llegan
sobre las huellas de un jardín remoto,
pálido reflejo,
ante una casa retornada siempre,
donde hubo felices manos
y árboles todavía sin cortar
con ramas florecidas en el infantil sueño,
siendo más fuerte que tantos llantos juntos.
Un cuerpo tierno, desnudo,
nos mira desde el otro lado del espejo
con la inquietante angustia
de quien observa un lento suicidio.
Y nosotros también desnudos, solos, lo miramos,
nos acuchillamos
clavándonos ante el espejo
sordos pronombres interrogativos en las sienes
con la terca solemnidad del escorpión rodeados de llamas.
El reflejo nos pregunta
qué hacemos adentrándonos en el borde del agua
de la lluvia inmisericorde,
con la manos vacías y un embudo sobre la cabeza.
Y no le contestamos -no sabríamos qué decir-,
y uno lo asume con la necedad
del caballo en el carrusel de feria
que avanza hacia la nada de ningún sitio.
Y él nos mira, nos mira
y se interroga – nos interrogamos-
desde el otro lado del espejo,
sobre estos ojos sin significado,
sobre este error, esta herrumbre, esta senescencia
que retuerce los labios y avienta los cabellos
mientras la humedad ahoga
las risas de nuestra niñez perdida
y la estúpida oposición de los huesos. [/size][/color]
Saludo a mis queridos amigos, siempre presentes, incluso en la ausencia.
el beso de la húmeda hierba
amando los tobillos,
miramos infinitamente unos ojos
que se vacían en nuestras pupilas.
Son dos en el espejo.
Y uno lo asume en la conciencia
como quien lleva en sus entrañas
un fruto de vociferantes lenguas
soliviando las horas, los días, los años perdidos.
La lámina imprecisa del azogue
nos devuelve de caudalosos párpados
una orquestación de risas infantiles
en la súbita aparición de amaneceres profundos.
Y de qué territorio vuelven,
cautivas en acequias de soledad,
las aguas verdecidas, los culantrillos,
las ávidas libélulas de luz,
los helechos, los frondes gorjeados
en el primaveral deleite. Llegan
sobre las huellas de un jardín remoto,
pálido reflejo,
ante una casa retornada siempre,
donde hubo felices manos
y árboles todavía sin cortar
con ramas florecidas en el infantil sueño,
siendo más fuerte que tantos llantos juntos.
Un cuerpo tierno, desnudo,
nos mira desde el otro lado del espejo
con la inquietante angustia
de quien observa un lento suicidio.
Y nosotros también desnudos, solos, lo miramos,
nos acuchillamos
clavándonos ante el espejo
sordos pronombres interrogativos en las sienes
con la terca solemnidad del escorpión rodeados de llamas.
El reflejo nos pregunta
qué hacemos adentrándonos en el borde del agua
de la lluvia inmisericorde,
con la manos vacías y un embudo sobre la cabeza.
Y no le contestamos -no sabríamos qué decir-,
y uno lo asume con la necedad
del caballo en el carrusel de feria
que avanza hacia la nada de ningún sitio.
Y él nos mira, nos mira
y se interroga – nos interrogamos-
desde el otro lado del espejo,
sobre estos ojos sin significado,
sobre este error, esta herrumbre, esta senescencia
que retuerce los labios y avienta los cabellos
mientras la humedad ahoga
las risas de nuestra niñez perdida
y la estúpida oposición de los huesos. [/size][/color]
Saludo a mis queridos amigos, siempre presentes, incluso en la ausencia.