EPÍLOGO
Publicado: Dom, 14 Dic 2008 1:57
Ni siquiera un espacio detenido en su rumbo
podrá espantar la lámina del tiempo
que no existe ni es senda en su fluir.
Ni siquiera la noche en movimiento
respetará las reglas de los necios
que vagan por las sombras
de la interrogación y de los signos.
Ponen los cuerpos énfasis y esperan
a que caiga la tarde
para decir aquello que alimentan los tópicos
de todas las edades en su cita:
Que la fatiga llega, que toda luz declina,
que la penumbra nace en las veredas,
que se escuchan las voces
que yacen olvidadas
en los libros no escritos
y que la decadencia del otoño
descansa entre las hojas
cuyo color derraman en el aire.
Pero las musas ríen juguetonas
desde un mundo invisible
que inspirará a las horas fugitivas.
Y prestarán los dioses su inexacta presencia
en la humana morada de los hombres,
en los paisajes frágiles del sueño,
en las calles desiertas de las urbes
despobladas de frío y de silencios.
O en las tiernas estancias
del cantor que armoniza
los cantos del futuro con sus notas.
Porque el poeta muestra su pluma y su medida
mientras Caronte aguarda
con negra indiferencia
la llegada del último viajero
que no emocionará su rostro impenetrable
ante el poema.
Y así será por siempre y desde siempre.
J. Borao
podrá espantar la lámina del tiempo
que no existe ni es senda en su fluir.
Ni siquiera la noche en movimiento
respetará las reglas de los necios
que vagan por las sombras
de la interrogación y de los signos.
Ponen los cuerpos énfasis y esperan
a que caiga la tarde
para decir aquello que alimentan los tópicos
de todas las edades en su cita:
Que la fatiga llega, que toda luz declina,
que la penumbra nace en las veredas,
que se escuchan las voces
que yacen olvidadas
en los libros no escritos
y que la decadencia del otoño
descansa entre las hojas
cuyo color derraman en el aire.
Pero las musas ríen juguetonas
desde un mundo invisible
que inspirará a las horas fugitivas.
Y prestarán los dioses su inexacta presencia
en la humana morada de los hombres,
en los paisajes frágiles del sueño,
en las calles desiertas de las urbes
despobladas de frío y de silencios.
O en las tiernas estancias
del cantor que armoniza
los cantos del futuro con sus notas.
Porque el poeta muestra su pluma y su medida
mientras Caronte aguarda
con negra indiferencia
la llegada del último viajero
que no emocionará su rostro impenetrable
ante el poema.
Y así será por siempre y desde siempre.
J. Borao