Costumbrismo sentimental
Publicado: Vie, 12 Dic 2008 0:50
------------------------A Sara Castelar. Con mi gratitud por su savoir-faire. Con mi afecto.
(©)Costumbrismo sentimental
Como al mar, se me va cayendo encima la mañana
y, perdurable a los ojos, un revuelo de vida sobre el mármol
(busco tu voz en la profundidad de un pozo), abre una ventana a la esperanza,
colmada de incertidumbres. De secretos.
Hay un silencio religioso en el aire: San Tirso, San Isidoro, San Benito,
casi sacramental, y en una esquina, cerca -reacia la luz-, niño y gato se miran,
quietos los dos, se miran (creo que se comprenden).
Hay un recogimiento hacia el vacío bajo los soportales
-el ocre describiéndome los arcos-, y persisten los vínculos del sueño
como en Porlier «El Viajero» de Urculo, persiste en su espejismo:
lo efímero violando un eterno de Catedral-Basílica y Torre, o lo efímero
violado por lo eterno, en el lienzo sobre un improvisado caballete.
Observo. Y algo, la rosa o las espinas, me lo recuerdan:
«Podría transformarme en persona grande e interesarme sólo por las cifras.» (*)
-¿Te gusta? -pregunta (y hasta parece que le interesa mi respuesta)
-Sí, pero, ¿podrías pintarme «untequiero»?
No hay sorpresa, asiente.
-¿Y no temes que se lo coma el cordero?
Sonrío, los dos sabemos que los corderos no comen ni «Baobabs», ni «tequieros».
Veo la alquimia de la luz entre sus manos, y un paraíso estrecho
(de planeta marino) por el que, lenta, acostumbradamente
–el horizonte extendiéndose-, navegan los pinceles;
y un sigilo inaprehensible, de elefantes-boa, nos absuelve:
«-¿Oyes? -dijo el principito-. Hemos despertado al pozo y canta.»
(*) El Principito
Blanca Sandino
(©)Costumbrismo sentimental
Como al mar, se me va cayendo encima la mañana
y, perdurable a los ojos, un revuelo de vida sobre el mármol
(busco tu voz en la profundidad de un pozo), abre una ventana a la esperanza,
colmada de incertidumbres. De secretos.
Hay un silencio religioso en el aire: San Tirso, San Isidoro, San Benito,
casi sacramental, y en una esquina, cerca -reacia la luz-, niño y gato se miran,
quietos los dos, se miran (creo que se comprenden).
Hay un recogimiento hacia el vacío bajo los soportales
-el ocre describiéndome los arcos-, y persisten los vínculos del sueño
como en Porlier «El Viajero» de Urculo, persiste en su espejismo:
lo efímero violando un eterno de Catedral-Basílica y Torre, o lo efímero
violado por lo eterno, en el lienzo sobre un improvisado caballete.
Observo. Y algo, la rosa o las espinas, me lo recuerdan:
«Podría transformarme en persona grande e interesarme sólo por las cifras.» (*)
-¿Te gusta? -pregunta (y hasta parece que le interesa mi respuesta)
-Sí, pero, ¿podrías pintarme «untequiero»?
No hay sorpresa, asiente.
-¿Y no temes que se lo coma el cordero?
Sonrío, los dos sabemos que los corderos no comen ni «Baobabs», ni «tequieros».
Veo la alquimia de la luz entre sus manos, y un paraíso estrecho
(de planeta marino) por el que, lenta, acostumbradamente
–el horizonte extendiéndose-, navegan los pinceles;
y un sigilo inaprehensible, de elefantes-boa, nos absuelve:
«-¿Oyes? -dijo el principito-. Hemos despertado al pozo y canta.»
(*) El Principito
Blanca Sandino