Una polaroid anuncia la noche
allí donde amanecerá el olvido.
Una estela de prostitutas en la carretera,
parasoles y sillitas de playa
en un paisaje sin final.
Alguien, calladamente,
cierra la puerta trasera de un vehículo.
Entre la luna y una farola rota
la inclemencia destruida,
la desolación del extrarradio,
la geometría de la oscuridad
entre restos de desamor.
El mundo se desmorona en cada giro,
tarde tras tarde, sin remedio.
Y tú recuerdas sus ojos,
visión desconocida
que insistentemente te llama
entre sombras, asfalto y tierra
y tercamente te trae un retrato,
el fulgor de una imagen enterrada
que atraviesa la espalda de la noche;
la visión de un cadáver
que parece estar llorando por ti,
o tal vez esté llorando por todos,
una y otra vez,
o acaso algo así.