Tu fotografía es la luz de una casa,
una sonrisa ajada, un precipicio lejano,
una hoja en blanco
engalanada de mañanas y ventanas.
También es la luz contenida,
el peculiar rostro encendido
de la hermosa muchacha
que abandonó bajo sus cejas
todo efímero indicio de su infancia.
Allí, entre las sombras más cautas
dejé también, sin saberlo,
estos ojos y estas manos que me delatan.
De aquella quemadura, de aquel descuido,
de aquella herida feliz de entonces
el oleaje me devuelve a ratos,
caprichosamente en su trasiego.
Como espectros que un océano arrastrara
deambulo extrañamente solo,
de noche entre los muertos.
Camino y me trasnocho entre nubes
como una criatura silenciosa y derrotada.
Como el huésped de un obituario
pequeño e indescifrable,
sobrevivo a los embates.
Arrecia el frío, arrecia el fulgor solapado
de veinticinco años interminables
y las madrugadas absurdas de los sueños
me retornan a tus fotografías, a tu casa,
a las mañanas, al incierto recorrido
de la luz tras los cristales.
Sin quererlo me regreso
a los amables resquicios de tu voz,
a los recuerdos tenues, disipados,
de la niebla probable
que habita hoy nuestros inviernos.
Tu fotografía es la luz de una casa
engalanada de mañanas y ventanas,
el prodigio confuso y certero
de todo cuanto fuimos:
la razón más hermosa,
la querencia oculta y diluida
en el laberinto de sus formas primigenias.
Hay quien confunde el paso
sin gobierno del tiempo
con la añoranza necesaria
o el simple ladrido de unos perros:
yo solo atesoro la esencia valiosa
de los días calmos y luminosos.
Solo el breve ejercicio
de un entusiasmo ingenuo e inútil,
el minúsculo parpadeo
de voluntades y amables espejismos.
Solo el breve ejercicio
de la flor desatada
que galopa a ratos mi corazón
como luz de mayo codiciada.
De aquellos días solo persiste
la ventisca, el perfume de tu sombra
y la fauna bellísima de las olas.
Solo conservo de aquellos ojos.
un recuerdo tenue,
rotundamente distinto y gris,
que se agosta en mis manos.
Viene a soliviantar los sueños
un universo quedo,
un relato empequeñecido y nocturno,
que ya no entiendo ni vislumbro.
Un retal de lo que fueron nuestras vidas,
la hojarasca pútrida que nos amenaza
como lodazal de octubre,
como persistencia de espinas
recurrentes en largas noches
o como largo lamento, largo olvido o sumidero
donde el hombre escasamente vive,
se afirma inevitable
y ve cautivo al fin la luz del día
