Paco, el Hombre del Saco (a Rafel Calle)
Publicado: Dom, 12 Oct 2025 20:12
Me apetece traerte hasta aquí, prosa en mano, para dedicarte este cuento en clave de humor.
A Paco, el hombre del saco, le sobrevino un día la desgracia. Se sentía triste y abatido. Vagaba por las calles sin una dirección concreta, a la caza de un niño que llevarse al saco. Pero siempre llegaba a casa enfurruñado, con el saco vacío y derrotado.
El pueblo se había quedado sin niños, incluso habían tenido que cerrar la escuela. Su profesión estaba cayendo en el olvido. Pero Paco, como era muy sensato, fue a consultar su problema con el doctor Psique, que a pesar de dejarle sin blanca, le extendió una receta muy concreta: “Váyase el enfermo al país de los niños-mosca, que están tan desnutridos, que no podrán escapar de sus zafios desvaríos”.
Y así fue como Paco, el hombre del saco, puso pies en polvorosa. Metió su saco en la maleta y abandonó su pueblo recitando en voz baja, para darse ánimos y confianza aquel viejo proverbio judío, que dice: “No dejes de orar aunque ya sientas el cuchillo del verdugo sobre tu garganta”.
Y aquí empieza el largo viaje de Paco el hombre del saco.
Los niños-mosca, como todo el mundo sabe, son unos seres hechos de huesos, negros y pequeños, que a la altura del vientre, llevan unas bolsas de aire comprimido. Así mismo, una legión de moscas revolotean siempre alrededor de su cara, ojos y boca. En su país la comida no se nombra y están tan delgados que no producen sombra.
Paco pensó que era cosa de coser y cantar el poder tragar, pero cuando vio a los niños-mosca de aquella guisa, se dijo para sí mismo: “Para poder alimentarme tendré que echar muchos viajes y mi saco no es muy grande. Antes de llenar mi tripa tengo que engordar a estos niños-mosca“.
El dilema estaba en como sustituir las bolsas de aire comprimido por algo más nutritivo, ya que en aquel país no existía ni carne, ni fruta, ni pescado.
Ni corto, ni perezoso, Paco consultó al brujo del lugar. Al cual llamaremos Gran Ujo por aquello de que rima mejor.
—Brujo Gran Ujo, ¿qué puedo hacer para comer mejor? —le mintió Paco.
—Llégate andando hasta el país de los cerdos que andan sueltos —le indicó con su mejor sonrisa el brujo.
—¿Por dónde se llega a ese país? Mira que tengo hambre y no dispongo de dinero.
—Toma el camino más corto, siempre hacía el sur. Que te dé el sol de cara para que te olvides del hambre. Cuando llegues, pregunta por el cerdo jefe, que es el más gordo y matarife del lugar.
Cuando Paco llegó a la frontera se topó con dos cerdos-vigilantes que custodiaban el acceso con armas en los dientes. El de la derecha era tan hortera que llevaba en la cabeza un gorro de tres puntas en forma de pitorro. Le registraron el saco de cabo a rabo, del derecho y del revés; y no encontrando nada sospechoso, concedieron a Paco permiso para cruzar la frontera.
Los cerdos de la Guardia Real Gorrina, custodiaron a Paco hasta el Palacio Gorrinal. Allí es donde vivía, aquejado de gota fría, su majestad el rey gorrino que se llamaba Faustino. Fue presentado al rey por un extraño chambelán vestido de azafrán.
Paco, el hombre del saco, narró toda su historia al rey, el cual no levantó la mirada del suelo durante toda la narración. Y tanto rato así estuvo que a Paco, se le hizo un nudo en la garganta. De repente y sin previo aviso, el rey Faustino, levantó la cabeza y dijo:
—Si adivinas esto que te digo serás mi amigo: hace un año que no se ducha y este chucho huele a trucha. ¿Qué es?
—Un saco de pulgas —contestó Paco sin pestañear.
De todos es bien sabido que la lógica en los cerdos no está bien definida. No obstante, como Paco era experto en sacos acertó la adivinanza sin tardanza.
Pero los cerdos tampoco son muy leales y la amistad no está entre sus cualidades. Rompiendo su palabra mandó encerrar a Paco en el calabozo, confiscando su preciado saco.
La condena se presumía tan larga que a Paco se le ocurrió pactar con el rey. A sus oídos llegó la noticia de que el monarca era un jeta que se había pasado la jerarquía por la carpeta de prioridades reales. El rey Faustino era en realidad Faustino V, pero tenía un hermano, también rey, llamado Faustino IV apodado el rey Menguante. Era éste un gorrino muy inteligente y por eso sabía que
primero va un cuarto y luego un quinto, seguido de un dos va un tres y que más vale maña que fuerza y no al revés.
Faustino IV no podía reinar por los caprichos de su hermano y permanecía confinado en la torre-pocilga de su castillo, condenado a retozar en el barro como un vulgar guarro.
Para liberar a Faustino V de su hermano, al que algunas piaras todavía le eran fieles, Paco propuso el siguiente trato: a cambio de quedar en libertad sin cargos, metería a Faustino IV en su saco y, lo llevaría al país de los niños moscas; su carne les serviría de alimento y engordarían de tal grado que a Paco, capturarlos y meterlos en su saco, le resultaría más sencillo que hacer con un
papel un canutillo.
Dicho y hecho, el rey Faustino V, alias el Puerco, aceptó la oferta de Paco. Metieron a su hermano El Menguante en el saco y el hombre del saco fue exonerado de todos sus delitos y se dirigió de nuevo al país de los niños moscas.
A su regreso al país de los niños-moscas, Paco encaminó sus pasos por el sendero que conducía a la cueva del Gran Ujo. El brujo le saludó efusivamente y Paco, ardiente por enseñar lo que portaba, agarró por la corona a Faustino IV y lo sacó del saco a saco.
—¿Qué es esto que has traído? —preguntó asombrado el brujo.
—Esto es un rey, ¿acaso no ves su corona?
—Y ¿de dónde has sacado tú un rey? —El sol confunde mucho y más a los brujos.
—Este rey es Faustino IV El Menguante, del país de los cerdos que andan sueltos. Su hermano, Faustino V El Puerco, lo suplantó sin derecho, pues a nadie le importa que antes de un quinto haya un cuarto.
—Y ¿Qué pretendes hacer con él? —preguntó el brujo por tercera vez.
—Tengo intención de preparar un gran banquete para alimentar a los niños moscas. Así, una vez engordados, podré meterles en el saco de uno en uno; ¡Por fin voy a acabar con el ayuno!
El brujo Gran Ujo no salía de su asombro. Aquel cerdo tan orondo, que encima era rey, iba a servir de pasto para los niños-moscas, que luego, finalmente irían a parar al estómago de un loco intransigente.
De repente, el rey Faustino IV dijo con voz potente:
—¡No me frías, por favor, no me ases ni me trinches! Pues sólo soy un cerdo, aunque sea rey. Además, un cerdito para tanto niño-mosca es muy poquito.
El rey tenía razón. El problema era tan grave que Paco y el brujo se encerraron en la cueva, durante diez días, para encontrar una solución.
Faustino IV era un rey muy culto ya que había ido a colegios de pago; sabía, por tanto, de agricultura y ganadería, medicina, historia, economía, un poco de claqué, hacer chocolate con un bate, componía poemas a docenas y era capaz de meter una pelota por un aro, agachado, de espaldas y con un ojo tapado.
Al onceavo día Paco y el brujo salieron de la cueva. Y, sin elecciones previas, nombraron a Faustino IV rey de aquellas tierras. Lo primero que hizo fue nombrar a sus ministros:
* Al brujo Gran Ujo, ministro de Pócimas y Magias Varias, y
* A Paco el hombre del saco, ministro de Transportes Infantiles.
Después de tamaño trabajo, el nuevo rey, se apoltronó en su trono, como es menester, y sus ministros se encargaron de realizar todos los trabajos, mientras él dirigía las operaciones.
Gran Ujo recopiló todas las hierbas de su cueva y las metió en el saco de Paco. Éste, cargando con el saco a sus espaldas, marchó al desierto; diseminó todas las hierbas sobre la arena y el desierto pasó a estar vivo dejando de estar muerto. Casi al instante, comenzaron a crecer plantas, arbustos y árboles frutales de tamaño gigantesco que daban frutos enormes, rojos, azules, amarillos, naranjas y verdes.
El desierto se llenó de colorido y se abrieron surcos por donde comenzaron a fluir arroyos de chocolate y miel.
Paco, el hombre del saco, transportó uno a uno a los niños-mosca hasta el desierto. Una vez allí, todos pudieron alimentarse hasta hartarse. Durante tres meses los niños-mosca comieron y bebieron, bebieron y comieron. Se pusieron muy contentos y sintieron la necesidad de jugar. Sus huesos ya no estaban al descubierto.
Al país de los niños-mosca llegó la alegría rimbombante. Todos eran felices y corrían y saltaban y ya a ningún otro país envidiaban.
El brujo Gran Ujo abrió una escuela para enseñar a los niños sus antiguos trucos; así no tendrían que depender de nadie, pues con sus propios recursos evitarían disgustos.
El rey Faustino IV, El Menguante, decidió regresar al país de los cerdos que andan sueltos, para combatir a su hermano y recuperar su trono. Se despidió de todos, especialmente de Paco, que aunque le había raptado, estaba ya perdonado. Partió pues para su tierra, con el rabo bien retorcido y su corona sobre la frente.
Paco, el hombre del saco, se quedó a vivir en el país de los niños-mosca porque allí estaba el futuro.
Los niños-mosca crecieron, algunos derechos y otros torcidos. Paco dejó de comer niños y se dedicó a llevarse lejos a los adultos torcidos.
La leyenda de Paco, el hombre del saco, siguió presente durante muchos años en la memoria de los hijos de los hijos y en la de los hijos de los hijos de aquellos niños-mosca, que ahora recibían el nombre de niños-a secas.