Cuerpos sumergidos (A Alonso Vicent)
Publicado: Mié, 01 Oct 2025 8:16
A Alonso Vicent
No es ya tu cuerpo sumergido en la fiebre,
ni máscara que todo en ti oscurece.
Ni es la música que suena a tu espalda,
ni los besos imaginados, ni la sangre
de una joven princesa como tú decías.
Es el aroma del vino resonando en la copa
vacía, tal vez el rumor de una playa
en cada boca de metro, la sal que se evapora
de tu piel ahora sobre mi lengua,
acaso un campo de amapolas
a la somnolienta luz de las ventanas
recién abiertas, apenas la vieja cicatriz
que deletreo sobre tu piel
quien me dice que ya no puedes herir
la noche que viene al final del viento.
Tal vez sea yo en cada estación del adiós,
en cada flor que florece en el labio,
en cada tambor que suena doblando las esquinas,
en ese viejo vals de relojes que aún conservan
su cuerda, en los pájaros de color de otro mundo,
en el desordenado cabello de unas letras
prendidas a mi nombre, en cada gota de resina
que mueve el corazón del árbol, en playas
que palpitan como un carbón ardiendo.
Observa a los jóvenes amantes agonizando
de deseo, horadados sus ojos por el eclipse,
o en la mirada enterrada en el claroscuro
de una sinfonía de amor, la carne que encierra
sus huesos venenosos, el delirio de sus bocas,
las piernas como dársenas abiertas, los párpados
cayendo, sus vientres como ánforas en su extasiada
redondez, los besos colgando de sus labios,
la falsa felicidad cifrada en sueños transatlánticos,
un sexo derramado en una ebriedad de blancos licores.
Mientras la noche ya se ha alejado.
No es ya tu cuerpo sumergido en la fiebre,
ni máscara que todo en ti oscurece.
Ni es la música que suena a tu espalda,
ni los besos imaginados, ni la sangre
de una joven princesa como tú decías.
Es el aroma del vino resonando en la copa
vacía, tal vez el rumor de una playa
en cada boca de metro, la sal que se evapora
de tu piel ahora sobre mi lengua,
acaso un campo de amapolas
a la somnolienta luz de las ventanas
recién abiertas, apenas la vieja cicatriz
que deletreo sobre tu piel
quien me dice que ya no puedes herir
la noche que viene al final del viento.
Tal vez sea yo en cada estación del adiós,
en cada flor que florece en el labio,
en cada tambor que suena doblando las esquinas,
en ese viejo vals de relojes que aún conservan
su cuerda, en los pájaros de color de otro mundo,
en el desordenado cabello de unas letras
prendidas a mi nombre, en cada gota de resina
que mueve el corazón del árbol, en playas
que palpitan como un carbón ardiendo.
Observa a los jóvenes amantes agonizando
de deseo, horadados sus ojos por el eclipse,
o en la mirada enterrada en el claroscuro
de una sinfonía de amor, la carne que encierra
sus huesos venenosos, el delirio de sus bocas,
las piernas como dársenas abiertas, los párpados
cayendo, sus vientres como ánforas en su extasiada
redondez, los besos colgando de sus labios,
la falsa felicidad cifrada en sueños transatlánticos,
un sexo derramado en una ebriedad de blancos licores.
Mientras la noche ya se ha alejado.