Sombras del hado
Publicado: Lun, 29 Sep 2025 22:24
A José Manuel Palomares, a propósito de su poema "Ritos y conjuros".
En el baile de la muerte
habita un sapo cornudo
que canta siempre en la charca
y revienta en el crepúsculo.
Una culebra le observa
por la noche, con el humo,
y pinta el cielo de estrellas
hasta caer en lo oscuro.
Los trasgos miran la luna
y permanecen ocultos,
hasta la noche callada,
escondidos en los muros.
Una bruja vuela alto
con su escoba y su macuto
hasta descubrir un bosque,
para celebrar conjuros.
Las ratas salen de fiesta
ya no soportan los bulos,
por eso de azul dibujan
los paisajes de extramuros.
Hay un demonio que sabe
del callejón de los gatos
allí donde por las tardes
pernoctan en los tejados.
Y por eso al mediodía
se desprenden de los barrios
la música de suburbios
y el silencio abandonado.
Había una vez un niño
perdido en calles de barro
y un hada lo custodió
mientras le daba la mano.
En el misterio encendido
una calzada de asfalto
dejó ver a un animal
en el sueño consagrado.
Y los enigmas del tiempo
surgieron entre los brazos,
más allá de los relojes
y de las sombras del hado.
Ana Muela Sopeña
En el baile de la muerte
habita un sapo cornudo
que canta siempre en la charca
y revienta en el crepúsculo.
Una culebra le observa
por la noche, con el humo,
y pinta el cielo de estrellas
hasta caer en lo oscuro.
Los trasgos miran la luna
y permanecen ocultos,
hasta la noche callada,
escondidos en los muros.
Una bruja vuela alto
con su escoba y su macuto
hasta descubrir un bosque,
para celebrar conjuros.
Las ratas salen de fiesta
ya no soportan los bulos,
por eso de azul dibujan
los paisajes de extramuros.
Hay un demonio que sabe
del callejón de los gatos
allí donde por las tardes
pernoctan en los tejados.
Y por eso al mediodía
se desprenden de los barrios
la música de suburbios
y el silencio abandonado.
Había una vez un niño
perdido en calles de barro
y un hada lo custodió
mientras le daba la mano.
En el misterio encendido
una calzada de asfalto
dejó ver a un animal
en el sueño consagrado.
Y los enigmas del tiempo
surgieron entre los brazos,
más allá de los relojes
y de las sombras del hado.
Ana Muela Sopeña