Los cuerpos olvidados

[Ana Muela Sopeña]

Los cuerpos olvidados,
perdidos en pasillos de hospitales,
no son escombro del sistema psicopático,
son reflejo en el espejo
de la crueldad del mundo de la sombra.
En ellos la mirada es solo pose.
La postura es como un árbol sin raíces.
La pasión se diluye
en los medicamentos del dolor.

Los cuerpos olvidados son espectros
que vuelven de la muerte agazapada
en el tiempo sin tiempo de la herida.

Los rostros ya no expresan erotismo,
ni sueños, ni ilusiones. No hay memoria.

Las manos se parecen a las tumbas
que yacen en los grandes cementerios.

Los cuerpos olvidados son personas
que un día se extraviaron en relojes
de ciudades oscuras, sin salida.

La piel en la memoria
trasciende el sentimiento que se esconde
en las pupilas tristes
del ansia de suicidio.

El alma ya no sabe de certezas
ni de experiencias llenas de hedonismo,
solo sabe del grito silencioso
encriptado en los pliegues de la carne.

Los cuerpos ya mirados y observados
o avanzan a la vida nuevamente
o resultan ser solo una carcasa
con invitación hacia la luz,
esa que nunca tuvo que perderse
en los acantilados de los lobos.


Ana Muela Sopeña

[Pilar Morte]

Son un auténtico problema los enfermos en los pasillos a la espera de ser atendidos, y si necesitas el ingreso que tengas suerte de que haya cama en ese momento. Mejor, no necesitarlo porque es muy triste. Buen poema y muy humano.
Gracias, Ana, por dejarnos tu experiencia.
Un abrazo grande

[Marisa Peral]

Qué realidad tan dura nos dejas hoy, Ana, con cuánta exactitud describes la soledad y el miedo.
Te felicito por estos versos, de los que nadie querría ser protagonista.

Besos.

[Ana García]

Con qué exactitud has poemado sobre algo tan difícil de versar. La enfermedad mental que convierte en vainas vacías a las personas. Solo se ve la patilla que deshumaniza para tranquilizar...
Pero qué otra manera habrá para reducir las consecuencias de ciertas enfermedades mentales?
Un poema que impacta por el tema y por lo bien escrito que está

Un beso enorme.

[Ana Muela Sopeña]

Gracias, Pilar, por tus palabras.

Un beso grande
Ana

[Ana Muela Sopeña]

Sí... de eso se trata, Marisa:

Gracias por venir.

Un beso enorme
Ana

[Alejandro Costa]

Terrible, Ana.

Terrible contarlo, terrible escribirlo y aún más terrible verlo y sentirlo.

Yo he pasado por ello recientemente con mi padre y es una sensación que, por más que cierres los ojos, que intentes olvidarlo, borrarlo de tu mente, te sangra en tu interior y te muerde las entrañas.

Como siempre, a pesar de lo cruel, lo tratas con mucha delicadeza y lo narras con suma belleza.

Un beso.

[Ana Muela Sopeña]

Sí, Ana, la enfermedad mental, la neurológica, los ictus, las lesiones cerebrales... Y mientras los enfermos desfilan por los pasillos de los hospitales...

Un beso grande
Ana

[José Manuel Palomares]

Me toca especialmente este tema porque he podido sentirlo en mis carnes propias. Yo también fui/soy, un cuerpo olvidado. Olvidado por la necedad de la medicina que solo cabe interpretar los síntomas a través de su estetoscopio. Arrojado luego a un internamiento involuntario en una unidad de trastornos alimenticios. No de trastornos digestivos, que es lo que a mí me pasa, me metieron con las chiquillas anoréxicas, que eran muy majas, pero nada que ver lo fisiológico con lo psicológico. Relegado después a la planta de psiquiatría cuando mi comportamiento se mostró rebelde a sus tratamientos. Hasta los mismísimos acabé de que me manipularan según su torpeza diagnóstica. Un cuerpo no diagnosticado es un cuerpo en principio maltratado y luego olvidado que tiene que seguir viviendo en silencio porque nadie ha sabido interpretarlo, o interesado lo suficiente. Cuando estuve en psiquiatría, 3 meses allí, lo único que saqué en claro es que me gustaban bastante más los locos que los médicos. Un loco es un cómico involuntario, sabio por absurdo, y casi siempre inofensivo. Un médico vive apegado a la seguridad de sus procedimientos, y eso lo hace letal. Cuando no sabe interpretar a ese cuerpo, puede robarle la libertad, y de paso la dignidad, a la persona portadora del mismo. Llamar a un juez para que te encierren, y quedarse con la convicción de que hace lo correcto.

A veces (pocas) echo de menos aquella planta de psiquiatría, me gustaría ir de vacaciones de vez en cuando, hacer un retiro allí, eso sí, de forma voluntaria. Me encontré con personas interesantes, cada loco con su tema, esa diversidad era la clave del encanto, y luego, asistí a auténticos milagros en la recuperación. Recuerdo a un chico joven, de 19, era su primer brote psicótico, él no entendía nada, sus padres tampoco, y los que lo veíamos rondar por los pasillos como una especie de zombi que no paraba de repartir abrazos a tutiplén, todavía menos. Al poco, ante cualquier inconveniencia inventada, se ponía hecho un basilisco. Pasaba del amor absoluto a la ira más agresiva. Más de una vez lo ataron a la cama. Yo no podía soportarlo. Un gran amigo mío porque era mi compañero de habitación. Se pasaba el día rascándose el culo como si tuviera ladillas (por dentro del calzoncillo) y luego quería estrecharme la mano cada poco como una reafirmación de su amistad. Acabé muy hartito, esquivándolo por los pasillos, durmiendo en habitaciones ajenas solo por escabullirme de su amor. Y entonces se obró el milagro, porque a la tercera o cuarta semana del tratamiento, vi cómo ese chico de comportamiento absurdo y mirada vacía iba retornando poco a poco a su ser, las cuencas otra vez dentro de las órbitas, un chico más bien tímido, amable, con saber estar, un poco asustado por todo eso que le había pasado. Recuperé la fe en la medicina con aquello (por un breve lapso de tiempo).

El poema me ha tocado, y hundido, o de ahí debe deducirse el otro chaparrón que te ha caído como el que no quería la cosa.

Gracias.

[F. Enrique]

Los cuerpos olvidados son espectros
que vuelven de la muerte agazapada
en el tiempo sin tiempo de la herida.

Los rostros ya no expresan erotismo,
ni sueños, ni ilusiones. No hay memoria.

Las manos se parecen a las tumbas
que yacen en los grandes cementerios.

Los cuerpos olvidados son personas
que un día se extraviaron en relojes
de ciudades oscuras, sin salida.

Un tono amable que describe lo terrible, las garras implacables del olvido, la ilusión que se pierde después de haber tropezado con la vida.

Muy buen poema, Ana, ante el cual no podemos sentirnos indiferentes.

Un abrazo.

[Ara López]

Amiga, sé que lo que has visto y sentido ha sido enorme, en aprendizaje y en crueldad, pero ha sacado de ti algo tan espléndido que me quedo corta en palabras.

Resaltaría algunos verso que me han encantado pero preferí decirte que el poema como un todo es una maravilla.

Te quiero.
Un abrazo grande.

[Ara López]

Me toca especialmente este tema porque he podido sentirlo en mis carnes propias. Yo también fui/soy, un cuerpo olvidado. Olvidado por...

José Manuel, qué fuerte tu historia y eso que sólo dejaste ver los títulos y subtítulos, más no el contenido.

Un abrazo.

[José Manuel Palomares]

Escribí un libro contando la historia completa, la biografía de la enfermedad, y lo empecé desde el rencor y la denuncia justo cuando salí del hospital. Luego se fueron pasando esas ganas de denunciar y el libro derivó en una tragicomedia. Después, cuando ya la tenía casi acabada, se me quitaron las de contarlo. Lo peor es que fue la propia medicina la que me causó el problema, un medicamento de cortisona que me recetaron por un problema de foliculitis en el cuello (se me infectaba la piel al salir la barba). Nadie me advirtió de lo peligroso que era, se vendía sin receta médica, así que estuve casi 15 años poniéndome esa crema, hasta que el estómago explotó,. Lo peor es que cuando conté esto, no sé si por curarse ellos en salud, nadie le dio mayor importancia, el psiquiatra decidió pensar que me lo inventaba todo. Lo odié con toda mi alma al imbécil ese, por su mala praxis médica, y por imbécil que era ya de por sí. Lo que piensas es que si eso me pasó a mí también le ha debido pasar a muchas personas. Gracias Ara por tu comentario. Un abrazo.

[Ara López]

Escribí un libro contando la historia completa, la biografía de la enfermedad, y lo empecé desde el rencor y la denuncia justo cuando salí del hospital. Luego se fueron pasando esas ganas de denunciar y el libro derivó en una tragicomedia. Después, cuando ya la tenía casi acabada, se me quitaron las de contarlo. Lo peor es que fue la propia medicina la que me causó el problema, un medicamento de cortisona que me recetaron por un problema de foliculitis en el cuello (se me infectaba la piel al salir la barba). Nadie me advirtió de lo peligroso que era, se vendía sin receta médica, así que estuve casi 15 años poniéndome esa crema, hasta que el estómago explotó,. Lo peor es que cuando conté esto, no sé si por curarse ellos en salud, nadie le dio mayor importancia, el psiquiatra decidió pensar que me lo inventaba todo. Lo odié con toda mi alma al imbécil ese, por su mala praxis médica, y por imbécil que era ya de por sí. Lo que piensas es que si eso me pasó a mí también le ha debido pasar a muchas personas. Gracias Ara por tu comentario. Un abrazo.

La vida y sus caminos infinitos.
Yo también tengo experiencia con un psiquiatra que, gracias a Dios, ha sido maravillosa. Su ayuda es invaluable (en mi caso), pero entiendo el subibaja de medicamentos, ánimo, rabia, resignación, lucha, pena, alegría... Es un cóctel de vida en 5 minutos.

Un abrazo.

[José Manuel Palomares]

Me alegro de que te fueran bien con esa psiquiatra. Mi problema es que no necesito a ningún psiquiatra, sino al Doctor House, y mira que lo busqué por los pasillos...

Un abrazo.