El agujero
Publicado: Jue, 21 Ago 2025 11:48
Ahí está el agujero,
calmado, pero tenaz,
mirándome fijamente.
¿Para qué la cuerda?
Y el eco, ¿para qué?
¿Era necesaria la azucena?
¿y la abeja y su zumbido?
Escombro es el pedestal
y un manojo de hojas secas
la corona de laurel.
Sobre las llamas del amor
no malgasto palabras,
no sea que vendavales
de rencor se las lleven.
Tuve algunos amigos,
pero se rindieron
los muy cobardes.
También tuve una madre
que nunca supo
de amores ni de orgasmos,
pero expulsó sangre
de su sangre hasta doce veces.
La recuerdo mar
meciendo barcos varados,
brisa cantando nanas,
ubre generosa
hasta agotar existencias,
mula de carga y llanto,
mucho llanto,
cuando acechaban
las horas del lobo.
Un día mi madre murió
antes de tiempo
y sus hijos en náufragos
sin viernes se convirtieron.
A dios, gracias, lo maté
a los quince años
y mi mayor aportación
a la humanidad
ha sido no tener hijos.
Trabajaba para olvidar,
hacía huelgas salvajes
para olvidar, me enfrentaba
a la policía y a los jueces
para olvidar, defecaba
en las puertas de los bancos
para olvidar y bebía
como un acto de fe
para estar sobrio (o ebrio,
no lo sé, porque a veces
confundo las palabras).
Y aquí detengo el tránsito
por esta lista de cosas inútiles,
tan extensa como el campo
de batalla que es el universo.
Luego, me hago preguntas
sobre qué fue de mi vida,
cuándo la perdí de vista
o dónde se me enganchó
para que terminara
tirada en algún estercolero
como un trapo viejo
macerado en alcohol.
Y al final, siempre acabo
viendo el maldito agujero.
Ahí está,
parasitando toda mi atención,
tan estoico,
tan oscuro como el odio,
esperando.
calmado, pero tenaz,
mirándome fijamente.
¿Para qué la cuerda?
Y el eco, ¿para qué?
¿Era necesaria la azucena?
¿y la abeja y su zumbido?
Escombro es el pedestal
y un manojo de hojas secas
la corona de laurel.
Sobre las llamas del amor
no malgasto palabras,
no sea que vendavales
de rencor se las lleven.
Tuve algunos amigos,
pero se rindieron
los muy cobardes.
También tuve una madre
que nunca supo
de amores ni de orgasmos,
pero expulsó sangre
de su sangre hasta doce veces.
La recuerdo mar
meciendo barcos varados,
brisa cantando nanas,
ubre generosa
hasta agotar existencias,
mula de carga y llanto,
mucho llanto,
cuando acechaban
las horas del lobo.
Un día mi madre murió
antes de tiempo
y sus hijos en náufragos
sin viernes se convirtieron.
A dios, gracias, lo maté
a los quince años
y mi mayor aportación
a la humanidad
ha sido no tener hijos.
Trabajaba para olvidar,
hacía huelgas salvajes
para olvidar, me enfrentaba
a la policía y a los jueces
para olvidar, defecaba
en las puertas de los bancos
para olvidar y bebía
como un acto de fe
para estar sobrio (o ebrio,
no lo sé, porque a veces
confundo las palabras).
Y aquí detengo el tránsito
por esta lista de cosas inútiles,
tan extensa como el campo
de batalla que es el universo.
Luego, me hago preguntas
sobre qué fue de mi vida,
cuándo la perdí de vista
o dónde se me enganchó
para que terminara
tirada en algún estercolero
como un trapo viejo
macerado en alcohol.
Y al final, siempre acabo
viendo el maldito agujero.
Ahí está,
parasitando toda mi atención,
tan estoico,
tan oscuro como el odio,
esperando.