
Esta abertura coqueta, ovalada,
con hilo doble, bien cosida,
se moría por un botón:
negro, brillante y redondo.
Orgullosa, siempre lo lucía
abotonado lo justo.
Como sucede en la vida
el botón se descosió y se extravió.
¡Cuánto la hendedura lloró, al sentirlo perdido
y cuánto se odió!
Al tiempo, lo encontró,
pero fue alegría de poco rato.
Lo miró en otra blusa,
en un ojal ambarino.
Moraleja: siempre hay un ojal que recibe a cualquier botón.