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¿Contra la metáfora?

Publicado: Jue, 01 May 2025 18:09
por Ignacio Mincholed
...

Lejos de ser un mero recurso estilístico de la literatura, lo metafórico impregna nuestra comunicación cotidiana hasta el punto de que a menudo pasa desapercibido. Esta omnipresencia plantea una cuestión crucial: ¿puede este uso generalizado de la metáfora, si bien facilita la comprensión de conceptos, también distorsionar nuestra percepción de la realidad y de aquello que, siendo realidad o ficción, queremos honestamente transmitir?

La metáfora ha sido tratada por múltiples autores desde los campos de la lingüística, la filosofía y la psicología. George Lakoff y Mark Johnson, en su obra "Metáforas de la vida cotidiana", postulan que la metáfora es un mecanismo cognitivo esencial que nos permite aprehender conceptos abstractos mediante su correspondencia con dominios más concretos y cercanos. Según su teoría, las metáforas estructuran nuestra percepción, nuestra interacción con el mundo y nuestras relaciones interpersonales en tanto que no es un mecanismo que se reduce al lenguaje, sino que forma parte del sistema conceptual en nuestras realidades cotidianas. Sin embargo, la propia sistematicidad que nos permite comprender un aspecto de un concepto en términos de otro, como en el caso del ejemplo que citan: la discusión es una guerra, inevitablemente oculta otros aspectos del mismo concepto.
Las metáforas implican intrínsecamente destacar ciertos aspectos mientras quedan velados otros. En este caso nos lleva a concebir las argumentaciones de una discusión como batallas que podemos ganar o perder, considerando a los intervinientes como oponentes a los que atacar y de los que defendernos. Este enfoque oscurece y deja fuera la posibilidad de que los argumentos sean discusiones colaborativas destinadas a la comprensión mutua.
En metáforas ontológicas, donde se trata el ser en general y sus propiedades trascendentales, como en este otro ejemplo:
la mente es una máquina, puede llevarnos a tratar conceptos abstractos como cosas concretas, simplificando potencialmente sus complejidades debido a su reduccionismo. Esto sugiere que la distorsión introducida por las metáforas puede ser culturalmente específica, negativa en modo que podría reforzar prejuicios o visiones del mundo imprecisas.

Nietzsche sugiere que toda nuestra comprensión de la verdad y la realidad se construye sobre capas de metáforas que se han arraigado tanto que ya no las reconocemos como tales. Esto implica que el foco inicial es susceptible de desvirtuarse hasta llegar a la meta al ser una construcción moldeada por convenciones lingüísticas y metáforas.
Max Black, filósofo, enfatiza el papel activo de la metáfora en la configuración de nuestra comprensión. La interacción entre los dos dominios conceptuales involucrados en una metáfora crea una nueva perspectiva que puede alterar cómo percibimos el sujeto primario objeto de la metáfora. En una línea similar, Ortega y Gasset consideraba la metáfora como «un medio esencial de intelección».

Desde la psicología, la investigación psicolingüística sugiere que las metáforas novedosas se procesan de manera diferente al lenguaje literal, mientras que las metáforas convencionales se procesan de forma más automática.
Los sesgos cognitivos, desviaciones sistemáticas de la racionalidad en el juicio, pueden verse influenciados por nuestro uso y comprensión de las metáforas, y a su vez pueden influir en ellos. Las metáforas pueden enmarcar nuestro pensamiento sobre dominios abstractos e influir en nuestras soluciones preferidas a los problemas.
La teoría de la «mezcla conceptual» de Gilles Fauconnier y Mark Turner describe cómo nuestras mentes combinan elementos de diferentes espacios mentales para crear nuevos significados. Este proceso, si bien creativo, también puede conducir a comprensiones distorsionadas si se mezclan elementos irrelevantes o engañosos.
Es patente que la conexión entre la metáfora y los sesgos cognitivos es significativa. Las metáforas pueden actuar como marcos que influyen en nuestra atención, interpretación y memoria, reforzando potencialmente los sesgos existentes o creando nuevos. Esto sugiere una relación bidireccional donde nuestros sesgos pueden influir en las metáforas que usamos, y las metáforas que usamos pueden, a su vez, moldear nuestros sesgos.
La convergencia en torno a la idea de que las metáforas revelan y ocultan implica una compensación crucial en el uso del lenguaje metafórico. Si bien las metáforas son esenciales para comprender conceptos complejos o abstractos, debemos ser conscientes de los aspectos que podrían estar ocultando o minimizando, lo que podría conducir a perspectivas incompletas o sesgadas.
La conciencia crítica aplicada a las metáforas que usamos y encontramos es crucial para navegar por su poder y mitigar su potencial para distorsionar nuestra comprensión del mundo.

Toda metáfora es la interpretación de una interpretación. Ya en el campo que nos afecta, la poesía, el empleo extensivo de la metáfora puede hacernos pensar que, por sí misma, constituye la columna vertebral del poema. No pretendo exponer aquí una clasificación en el campo lingüístico de los tipos de metáforas, bien conocidas por otra parte, pero sí dar cuenta de algunas consideraciones que tienen las metáforas en cuanto a transposición y traslación del sujeto metaforizado. Poner a alguien o algo en un lugar diferente al que naturalmente ocupa, bien alterando su orden, su lugar o sus características, supone un riesgo de desnaturalización de ese algo o de despersonalización del sujeto. Lo mismo sucede con las metáforas de similitud.
˝Vivía en la cárcel del amor˝. En un traslado evidente, enviamos al sujeto a un lugar que no parece corresponder con la felicidad supuesta que nos causa el amor. ¿Qué pretendemos expresar, celos, aislamiento, angustia… bloqueo de la razón? Ahora, contraponemos estas dos expresiones: su cara pálida/su cara pálida como la cera. ¿Acaso queremos decir que su cara tiene menos color del considerado como habitual, o que su cara es amarillenta y grasa?
La tendencia de la poesía hacia el esteticismo por encima del sentido poético puede llevarnos hacia un amaneramiento innecesario que, de forma divergente a la esperada, proyecte al lector fuera del discurso poético.

Borges, siempre crítico con Baltasar Gracián, arremetió contra él al asignarle una metáfora en la que describía a las estrellas como «gallinas de los campos celestiales». La metáfora no tiene desperdicio, estrellas y gallinas en una complicada asociación; pero se equivocó Borges en la asignación ya que no fue Gracián el autor sino Matías Ginovés, un sacerdote al que confundió con el jesuita según quedó demostrado posteriormente por el filólogo José Manuel Blecua.

Susan Sontag, en su ensayo «Contra la interpretación», nos habla de cómo Elia Kazan al llevar al cine el melodrama sicológico de Tennessee Williams «Un tranvía llamado deseo», según las propias notas de Kazan, reinterpretó para sí mismo la obra como la metáfora de una manifestación de «la decadencia de la civilización occidental»; parece ser que no le resultaba suficiente para dotar de intensidad a la película con entender la obra de Williams como lo que es, el drama de un atractivo bruto, Stanley Kowalski (Marlon Brando) y una mustia y escuálida belleza, Blanche du Bois (Vivien Leigh). A veces, en la vida, en el arte y concretamente en poesía, sencillamente, lo que ves es lo que hay, y es suficiente.

...

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Vie, 02 May 2025 13:17
por Antonia Mauro
"Todo el texto, sin una metáfora evidente, es una metáfora que cubre tantas metáforas como se pueden imaginar".
Ignacio Mincholed.

"La metafáfora no es solo un recurso literario".
Concibo la metáfora como utensilio para entender ciertos aspectos de la vida.
Las explicaciones que nos proporciona un profesor para hacernos entender las fracciones con trozos de tarta o sus ejemplos metafísicos. Cómo le cuentas a un niño que ha muerto su abuelo. Cómo mirando al cielo le dices a tu madre cuánto la echas de menos. O cómo le dices a tu hija la suerte que has tenido en que naciera.

Según nos explicas, entiendo que debemos huir de metáforas aparentes y frases que aparentan decir lo que no dicen. Que las metáforas que no tienen criterio ni argumento y que “sólo se inventan” como nuevo productos de supermercado, no convierten un texto en poema; siendo muy benévolos podríamos incluso comprarlo como pulpo, pero jamás convertirán ese texto en poesía.
El uso indiscriminado de metáforas u otros recursos literarios en un espacio hueco puede distorsionar nuestra precepción y concepción.

Muchas gracias por el texto. Eres como una luciérnaga que ilumina nuestro intelecto, ejemplo de lo que no hay que decir, porque es una trapallada de metáfora.

Las gallinas son celestiales por cierto, que no habrá alimento con proteína más completa que los huevos. Que es lo que hay que echarle a veces para atreverse a comentar ante tanto conocimiento. Pero no hay apenas nada que no lleve huevos.
Pongo un ejemplo de lo que un día dijiste en un comentario a un poema. La primera frase del texto.
Un poema sobradamente conocido de Wislawa Szymborska.

Un abrazo y gracias.



Un gato en un piso vacío
 
Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Sab, 03 May 2025 12:19
por Francisco Lobo
Excelente. Gracias

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Sab, 03 May 2025 18:41
por Alejandro Costa
Genial texto el que nos dejas.

Se podría hablar mucho, muchísimo, diría yo de la metáfora. Pero creo que tu escrito extiende bastante este tema.

Respecto a lo que nos toca, lo que nos corresponde a los que vivimos en este mundo, creo que la metáfora es totalmente necesaria en la escritura del poeta.

Un poema bueno, magnífico, excelente, se puede convertir en impresionante con el uso de las metáforas, por supuesto, siempre bien utilizadas y con calidad. Así lo veo yo.

¿Qué poeta de cualquier época no las ha utilizado?

Hay versos que se te clavan en la piel y que, con la calidad de sus metáforas, elevan el poema a otro nivel. Lorca, Benedetti, Neruda, Hernández, Buesa... Tienen metáforas entre sus letras, absolutamente preciosas y únicas.

Este llanto de sangre que decora
Lira sin pulso ya, lúbrica tea
Este peso del mar que me golpea
Este alacrán que por mi pecho mora
LLAGAS DE AMOR (Federico García Lorca)

porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
CORAZÓN CORAZA (Mario Benedetti)

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
ELEGÍA (Miguel Hernández)

Y en esta angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa...
LA SED INSACIABLE (José Ángel Buesa)

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. POEMA 20 (Pablo Neruda)

Cualquiera de estos poemas son geniales, únicos. ¿Acaso serían igual si se cambiaran las metáforas por versos de calidad? Sin duda, escritos por ellos, seguirían siendo maravillosos, pero dudo mucho que alcanzaran el nivel que poseen. Así son espectaculares y únicos.
Joyas de la literatura universal.

Sinceramente, creo, estoy convencido, que la metáfora, por supuesto siempre de calidad, es una herramienta que el poeta tiene a su servicio para escribir versos dignos, bellos y espectaculares.

Gracias, Ignacio, por el maravilloso trabajo con el que nos has obsequiado.

Un fuerte abrazo.

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Dom, 04 May 2025 11:32
por Ana Muela Sopeña
Hola, Ignacio:

Nos has dejado un artículo excelente. Muchas gracias.

Desde luego la metáfora debe ser para la poesía, para el mensaje, para el arte, para la vida cotidiana. Para la enseñanza, para la comunicación. No al revés.

La poesía no debe rendir pleitesía a la metáfora sino a la inversa.

Hay muchos poemas que no requieren de metáforas. Dicen lo que tienen que decir. Lo hacen bien. No necesitan más.

Me parece muy generoso por tu parte recordarnos a todos los poetas de este foro que menos es más. Que no tenemos por qué abusar de la metáfora. Que está muy bien, pero que no es el objetivo último de la poesía.

Me encanta también el comentario de Antonia.

Gracias, Alejandro, por tu aportación.

Un abrazo grande
Ana

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Dom, 04 May 2025 11:34
por Ignacio Mincholed
Antonia Mauro escribió: Vie, 02 May 2025 13:17 "Todo el texto, sin una metáfora evidente, es una metáfora que cubre tantas metáforas como se pueden imaginar".
Ignacio Mincholed.

"La metafáfora no es solo un recurso literario".
Concibo la metáfora como utensilio para entender ciertos aspectos de la vida.
Las explicaciones que nos proporciona un profesor para hacernos entender las fracciones con trozos de tarta o sus ejemplos metafísicos. Cómo le cuentas a un niño que ha muerto su abuelo. Cómo mirando al cielo le dices a tu madre cuánto la echas de menos. O cómo le dices a tu hija la suerte que has tenido en que naciera.

Según nos explicas, entiendo que debemos huir de metáforas aparentes y frases que aparentan decir lo que no dicen. Que las metáforas que no tienen criterio ni argumento y que “sólo se inventan” como nuevo productos de supermercado, no convierten un texto en poema; siendo muy benévolos podríamos incluso comprarlo como pulpo, pero jamás convertirán ese texto en poesía.
El uso indiscriminado de metáforas u otros recursos literarios en un espacio hueco puede distorsionar nuestra precepción y concepción.

Muchas gracias por el texto. Eres como una luciérnaga que ilumina nuestro intelecto, ejemplo de lo que no hay que decir, porque es una trapallada de metáfora.

Las gallinas son celestiales por cierto, que no habrá alimento con proteína más completa que los huevos. Que es lo que hay que echarle a veces para atreverse a comentar ante tanto conocimiento. Pero no hay apenas nada que no lleve huevos.
Pongo un ejemplo de lo que un día dijiste en un comentario a un poema. La primera frase del texto.
Un poema sobradamente conocido de Wislawa Szymborska.

Un abrazo y gracias.



Un gato en un piso vacío
 
Morir, eso no se le hace a un gato.
Porque qué puede hacer un gato
en un piso vacío.
Trepar por las paredes.
Restregarse entre los muebles.
Parece que nada ha cambiado
y, sin embargo, ha cambiado.
Que nada se ha movido,
pero está descolocado.
Y por la noche la lámpara ya no se enciende.
Se oyen pasos en la escalera,
pero no son ésos.
La mano que pone el pescado en el plato
tampoco es aquella que lo ponía.
Hay algo aquí que no empieza
a la hora de siempre.
Hay algo que no ocurre
como debería.
Aquí había alguien que estaba y estaba,
que de repente se fue
e insistentemente no está.
Se ha buscado en todos los armarios.
Se ha recorrido la estantería.
Se ha husmeado debajo de la alfombra y se ha mirado.
Incluso se ha roto la prohibición
y se han desparramado los papeles.
Qué más se puede hacer.
Dormir y esperar.
Ya verá cuando regrese,
ya verá cuando aparezca.
Se va a enterar
de que eso no se le puede hacer a un gato.
Irá hacia él
como si no quisiera,
despacito,
con las patas muy ofendidas.
Y nada de saltos ni maullidos al principio.
Benditas gallinas, Antonia, no se me ocurriría decir nada en su contra, pero tampoco me haría con su compañía mientras contemplo una noche estrellada; más que nada porque son de pronto dormir.

Tampoco se me ocurriría decir qué se debe hacer con las metáforas, no más allá de, como digo, tener «conciencia crítica aplicada a las metáforas que usamos y encontramos». Entiendo que la clave está en ese «espacio hueco» que dices, en cómo ocuparlo y darle sentido. Por lo demás, que cada cual decida a la vista de las consideraciones que tiene su naturaleza.

Gracias por intervenir. Un abrazo
Ignacio

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Dom, 04 May 2025 11:36
por Ignacio Mincholed
Francisco Lobo escribió: Sab, 03 May 2025 12:19 Excelente. Gracias
Agradecido por tu nota, Francisco, muy amable.

Un abrazo.
Ignacio

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Dom, 04 May 2025 12:13
por Ignacio Mincholed
Alejandro Costa escribió: Sab, 03 May 2025 18:41 Genial texto el que nos dejas.

Se podría hablar mucho, muchísimo, diría yo de la metáfora. Pero creo que tu escrito extiende bastante este tema.

Respecto a lo que nos toca, lo que nos corresponde a los que vivimos en este mundo, creo que la metáfora es totalmente necesaria en la escritura del poeta.

Un poema bueno, magnífico, excelente, se puede convertir en impresionante con el uso de las metáforas, por supuesto, siempre bien utilizadas y con calidad. Así lo veo yo.

¿Qué poeta de cualquier época no las ha utilizado?

Hay versos que se te clavan en la piel y que, con la calidad de sus metáforas, elevan el poema a otro nivel. Lorca, Benedetti, Neruda, Hernández, Buesa... Tienen metáforas entre sus letras, absolutamente preciosas y únicas.

Este llanto de sangre que decora
Lira sin pulso ya, lúbrica tea
Este peso del mar que me golpea
Este alacrán que por mi pecho mora
LLAGAS DE AMOR (Federico García Lorca)

porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
CORAZÓN CORAZA (Mario Benedetti)

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
ELEGÍA (Miguel Hernández)

Y en esta angustia que no cesa,
que toca el alma y no la toca,
besar la sombra de otra boca
en cada boca que se besa...
LA SED INSACIABLE (José Ángel Buesa)

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.


La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. POEMA 20 (Pablo Neruda)

Cualquiera de estos poemas son geniales, únicos. ¿Acaso serían igual si se cambiaran las metáforas por versos de calidad? Sin duda, escritos por ellos, seguirían siendo maravillosos, pero dudo mucho que alcanzaran el nivel que poseen. Así son espectaculares y únicos.
Joyas de la literatura universal.

Sinceramente, creo, estoy convencido, que la metáfora, por supuesto siempre de calidad, es una herramienta que el poeta tiene a su servicio para escribir versos dignos, bellos y espectaculares.

Gracias, Ignacio, por el maravilloso trabajo con el que nos has obsequiado.

Un fuerte abrazo.
Saludos, Alejandro. Gracias por tu aportación.

Este texto es un extracto, adaptado para el caso, de un ensayo sobre «Imagen y Metáfora en Poesía y Fotografía», digo adaptado para el caso ya que solo trato aquí, por espacio y pertinencia con la poesía, algunas consideraciones sobre la metáfora en el poema partiendo de algunas nociones y aspectos que me parecen relevantes.

Dices que la metáfora es «totalmente necesaria en la escritura del poeta», es un parecer que está muy bien, pero no veo yo que sea totalmente necesaria y tenemos ejemplos de grandes poemas escritos sin metáfora alguna; sí estoy de acuerdo en que es un excelente recurso disponible, al igual que otros tropos, que, empleados oportunamente, enriquecen el poema.

Una diferencia importante entre Imagen y Metáfora es que, mientras la imagen poética busca promover la evocación de una experiencia sensorial (visual, olfativa, tácil…), como puede ser la descripción de un objeto, un paisaje o una acción cargada de intensidad emocional o simbólica que trasciende lo literal; la metáfora establece una relación de semejanza implícita entre dominios, cosas o acciones y situaciones diferentes.

Así, y por continuar con Lorca, cuando en el «Romance de la luna, luna» dice:
La luna vino a la fragua con su polisón de nardos,
lo que nos propone es una poderosa imagen sin metáfora alguna. No nos dice que la Luna es un polisón de nardos, eso sería una Metáfora, sino que presenta a la Luna mediante una Imagen que estimula la imaginación visual y olfativa, evocada por la blancura de la Luna y su resplandeciente halo de misterio a través del sensitivo blanco de los nardos y su aroma.
Sucede lo mismo en el «Poema 20» que citas de Neruda:
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles; no es una Metáfora, sino una Imagen.
En cambio, cuando dice:
Eres como la noche, callada y constelada, es claramente una Metáfora.

La metáfora establece una relación entre dominios donde (A) pasa a ser (B). Por ejemplo, cuando Shakespeare en «Como gustéis» dice:
El mundo entero es un escenario, y todos los hombres y mujeres meros actores, transfiere el dominio general del planeta, al dominio particular del teatro.

La Imagen, mediante la descripción, busca principalmente captar la esencia del mundo sensible para estimular los sentidos del lector; la Metáfora, en cambio, busca establecer una conexión conceptual para reforzar o establecer nuevos significados.

Sin embargo, la frontera entre ambas no siempre es nítida. Una imagen poderosa puede contener elementos metafóricos implícitos, y una metáfora efectiva a menudo se apoya en imágenes vívidas para transmitir su significado.

Gracias por tu contribución, Alejandro. Un fuerte abrazo.
Ignacio

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Dom, 04 May 2025 12:39
por Rafel Calle
Interesante tema, amigo Ignacio, me parece un acierto que lo hayas propuesto. A ver si puedo escribir alguna cosilla, más que nada para abundar en lo planteado.
Un abrazo.

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Dom, 04 May 2025 18:07
por Rafel Calle
Queridos amigos:
Obviamente, estoy a favor de la metáfora, pero, en realidad, estoy en contra de pocas cosas. Junto al muy interesante trabajo de Ignacio, intentaré aportar mi visión de varios asuntos. Metáfora; poesía realista y metáfora; diferencias entre metáfora e imagen poética y quizá alguna otra cosilla que vaya surgiendo.

METÁFORA

Sin la metáfora, la poesía perdería su médula transformadora: esa capacidad única de hacer que lo invisible se vuelva tangible, que lo abstracto se encarne en una imagen concreta, que lo cotidiano se vuelva extraordinario.

La metáfora no es solo un adorno; es el mecanismo que permite a la poesía pensar lo que no se puede decir directamente. Es, en muchos casos, el modo en que la poesía se opone al lenguaje utilitario: en lugar de nombrar, sugiere; en lugar de describir, revela.

Sin metáfora, la poesía:
-Sería más literal, quizá más próxima al diario o a la crónica emocional.
-Perdería profundidad simbólica y resonancia múltiple.
-No podría construir mundos paralelos ni establecer relaciones entre planos disímiles (lo físico y lo espiritual, lo emocional y lo político, lo individual y lo universal).
-Se empobrecería su capacidad de emocionar por sorpresa, de iluminar lo conocido desde ángulos insospechados.

Incluso en las corrientes más realistas o minimalistas, donde parece no haber imágenes, hay metáfora implícita: el poema es metáfora del mundo, del lenguaje, del yo.

Parafraseando a Octavio Paz: la poesía es metáfora total. Sin ella, la poesía seguiría siendo palabra… pero ya no sería un arte de lo imposible, sino una sombra de lo posible.

Veamos algunos ejemplos de poemas que, a primera vista, parecen carentes de metáforas evidentes, pero que esconden mecanismos metafóricos implícitos. En estos casos, la metáfora no se declara (“el amor es una llama”), sino que se sugiere a través de acciones, objetos o gestos cotidianos cargados de sentido.

Raymond Carver: “Fotografía de mi padre en su juventud” (fragmento)

“Él está parado en la proa del barco.
Lleva una camisa blanca abierta hasta el pecho.
Parece que va a decir algo.”


Aparentemente literal, este poema describe una imagen sin adornos. Pero la escena —un padre joven en un barco, a punto de hablar— es una metáfora del pasado detenido, de la memoria suspendida, de lo que no se llegó a decir. La fotografía se convierte en símbolo del tiempo que no regresa.

Karmelo C. Iribarren: “Lo que queda” (fragmento)

“Después de todo,
lo que queda
es esto:
un cenicero lleno,
una botella vacía,
y un teléfono que no suena.”


Aquí no hay metáforas evidentes. Todo es concreto. Pero el cenicero lleno, la botella vacía y el teléfono que no suena son, en conjunto, una metáfora del abandono y del vacío emocional. El poema convierte objetos triviales en signos de una ausencia.

Idea Vilariño: “Ya no” (fragmento)

“Ya no será
ya no
no viviremos juntos
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme…”


Este poema parece una enumeración seca de renuncias. Pero cada verbo negado (coser, criar, besar) es un símbolo de un universo compartido que no será, una metáfora implícita del amor frustrado. No hay comparación, pero todo el poema funciona como una metáfora de la pérdida total.

Charles Bukowski: “Bluebird” (fragmento)

Hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
pero soy demasiado duro para él…”


Aquí sí hay una imagen concreta, el pájaro azul, pero está introducida de forma tan directa y narrativa que se disfraza de literalidad. Ese pájaro es, claro, una metáfora del yo vulnerable, del lado tierno que el hablante oculta bajo una máscara de dureza.

En fin, incluso cuando un poema parece no tener metáforas, casi siempre activa una lógica de sustitución, sugerencia o símbolo, aunque sea desde lo mínimo: un objeto cargado de historia, una ausencia, un gesto, una palabra no dicha. La metáfora está incrustada en el lenguaje mismo, porque todo lo que decimos poéticamente remite a algo más.

METÁFORA, EL ALMA DEL POEMA

La poesía realista, directa y sin artificios, puede ser profundamente conmovedora sin necesidad de metáforas. Ciertamente, hay una belleza austera en la palabra que no se esconde, en el verso que no disfraza el dolor ni endulza la crudeza de lo vivido. Pero esa belleza no anula otra más antigua y radical: la de la metáfora, que no adorna, sino revela.

La metáfora no es una concesión estética. Es una forma de pensar. De comprender lo invisible a través de lo visible. Cuando César Vallejo escribe “me moriré en París con aguacero”, no está simplemente ubicando una escena bajo la lluvia: está hablando del destino como una sombra húmeda que lo acompaña, del dolor como clima perpetuo. Y cuando Federico García Lorca dice “verde que te quiero verde”, no está describiendo un paisaje: está invocando un deseo, un anhelo imposible, una muerte anticipada.

La poesía realista puede decir: “mi madre murió en otoño”. Y eso tiene fuerza, tiene verdad. Pero la metáfora puede decir, como Alejandra Pizarnik: “la noche se astilló de estrellas / mirándome sin hablar”. Ahí, la pérdida no solo se enuncia: se encarna, se transforma en imagen que respira, que sangra.

Incluso poetas muy realistas han recurrido, consciente o inconscientemente, a la metáfora cuando lo literal ya no bastaba. Bukowski, por ejemplo, escribe: “mi alma está en el bar”. No está hablando solo de un lugar físico, sino de una forma de estar en el mundo, de una derrota íntima que solo puede expresarse a través del desplazamiento simbólico.

Prescindir de la metáfora es posible, sí. Pero es como renunciar al eco, a la resonancia, al misterio. La poesía sin metáfora puede describir una herida; con metáfora, puede hacérnosla sentir en carne propia. No porque sea más bonita, sino porque es más honda.
Más compleja. Más verdadera en su ambigüedad.

Y eso es lo que la poesía busca, desde Homero hasta hoy: no solo contar, sino tocar. No solo mostrar, sino sugerir. Y para eso, la metáfora sigue siendo, más que un ornamento, su respiración más profunda.

EL REALISMO TAMBIÉN SUEÑA. METÁFORA EN LA POESÍA DE LO COTIDIANO

Durante décadas, la poesía realista ha sido celebrada por su capacidad de decir sin adornos, de nombrar lo visible, de no esconderse detrás del ropaje retórico. Pero incluso cuando parece despojarse de todo artificio, esta poesía no escapa del todo a la imagen, al tropo, a la metáfora. Lo que cambia es su uso: en lugar de deslumbrar, estas figuras buscan pasar inadvertidas, como quien dice una verdad incómoda sin levantar la voz.

Tomemos a Charles Bukowski, emblema del realismo sucio. En uno de sus poemas escribe: “Hay una soledad en este mundo tan grande que se la puede ver en el lento movimiento de las manecillas de un reloj.” La frase parece simple, pero esconde una metáfora poderosa: la soledad no se muestra como emoción abstracta, sino que se proyecta en el movimiento casi imperceptible del tiempo.

Además, hay una personificación de la soledad (“se la puede ver”), y una hipérbole: ¿puede verse realmente la soledad? No. Pero sí puede sentirse en ese transcurrir lento y sin sentido. Bukowski, en su realismo, no renuncia a la imagen: la enmascara.

Lo mismo ocurre con Karmelo C. Iribarren, maestro del verso callejero y contenido. En su conocido poema dice: “A veces pienso / que la vida / consiste en ir tirando / como si nada.” La expresión “ir tirando” es una metáfora fosilizada, una frase hecha que evoca resistencia, monotonía, sobrevivencia. La metáfora no está elaborada: está desgastada por el uso. Pero su fuerza reside en eso mismo: en la familiaridad brutal con la que describe una vida sin épica.

Por su parte, Roger Wolfe, cuya poesía se construye sobre el rechazo a toda trascendencia, escribe: “Trabajo en una oficina. / Como tantos. / Y odio mi trabajo.” Aquí no hay metáforas evidentes, ni giros retóricos. Pero hay una repetición que intensifica el tedio, y una forma de enumeración desnuda que funciona como un retrato social. La ausencia de tropo, en sí misma, se convierte en un gesto estilístico: la negación de la metáfora es, paradójicamente, una forma de énfasis.

En Philip Larkin, más irónico y cerebral, encontramos versos como “Lo que nos transmiten nuestros padres / nos llena de defectos.” El tono es casi prosaico, pero la afirmación está cargada de aforismo, de condensación crítica. No es solo una queja: es una generalización irónica que encierra una visión del mundo. Incluso sin metáfora explícita, hay una operación conceptual que recuerda a ella: se habla de herencia no en términos genéticos, sino morales, emocionales, fallidos.

Jaime Gil de Biedma, por último, ofrece una poesía confesional que muchas veces parece directa, pero que trabaja con paradojas sutiles. En su verso célebre —“Que la vida iba en serio / uno lo empieza a comprender más tarde”— no hay metáfora en sentido estricto, pero sí una antítesis latente: vivir versus comprender, juventud versus conciencia. Es un verso que corta no por su forma, sino por lo que sugiere: la vida como broma que se revela demasiado tarde.

Incluso Raymond Carver, cuya poesía es casi un relato cortado en dos, hace uso del silencio como figura. En su poema “Y no había mucho que decir. Ninguno de los dos podía explicar cómo las cosas habían llegado a ese punto,” lo no dicho, lo omitido, se convierte en un recurso: la elipsis se vuelve un modo de metáfora negativa, donde el vacío construye sentido.

¿Entonces el realismo está libre de metáforas? Difícilmente. Lo que ocurre es que en estos poetas la metáfora no es exuberante, sino sobria. No quiere ser visible, sino necesaria. No embellece: interpreta. No es la metáfora visionaria de Lorca o la delirante de Alejandra Pizarnik, sino la imagen de un mundo que ya no busca consuelo, sino apenas una manera de decir lo que duele sin gritarlo.

Porque incluso la poesía más cruda necesita, a veces, una grieta por donde entre el símbolo. La metáfora sigue ahí, aunque camine con los hombros encogidos y no levante la voz.

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Dom, 04 May 2025 18:13
por J. J. Martínez Ferreiro
Me ha parecido un muy interesante trabajo de metalenguaje sobre las implicaciones de la metáfora tanto en el lenguaje cotidiano como en el poético.
No puedo estar más de acuerdo con esta definición de Goerge Lakoff y Mark Johnson que citas en tu artículo: “La metáfora es un mecanismo cognitivo esencial que nos permite aprehender conceptos abstractos mediante su correspondencia con dominios más concretos y cercanos.”
Desde mi particular punto de vista, creo que la metáfora y otros elementos de lenguaje simbólico: símil, alegoría.. son los elementos diferenciadores del lenguaje poético de otros tipos de lenguajes, tanto el coloquial como el narrativo.
La utilización del lenguaje simbólico en poesía siempre fue y será materia de debate y discusión por su pertinencia o impertinencia (muchas veces fuente de “broncas”, odios y sonoras descalificaciones entre críticos y autores en general). Hay poetas que hacen de este lenguaje simbólico parte esencial y exclusiva de su condición artística, llevándolo a las más últimas consecuencias (por ejemplo, el surrealismo) y otros a su mínima expresión o directamente reniegan de él. Y creo que hay muestras de buena poesía en ambos sentidos. La justa medida de su utilización dependerá de la pericia e intención del poeta al acometer su particular obra, y la calidad del resultado final dependerá de la interacción que se establece entre el poeta y el lector, siempre subjetiva.
Se me ocurre decir también que, considerado en plano muy general, los diferentes tipos de lenguajes artísticos (sonidos en la música, palabras en la literatura, colores en la pintura, imágenes en fotografía y en el cine) constituyen en sí mismos vehículos metafóricos mediante los cuales se intentan comunicar las interacciones entre la realidad externa e interna del artista, que provocan y desarrollan sus experiencias emocionales como ser humano.

Siempre es un placer, amigo Ignacio, reflexionar a partir de tus propuesta a propósito de todo aquello que tiene que ver con la poesía y el arte en general.

Un fuerte abrazo.

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Lun, 05 May 2025 9:51
por Rafel Calle
--Metáfora e imagen poética
Sí, hay diferencias entre metáfora e imagen en poesía, aunque están estrechamente relacionadas y a veces se solapan. Trataré de explicar las principales diferencias, con varios ejemplos:

1. Metáfora
Es una figura retórica que consiste en trasladar el significado de un término a otro con el que guarda una relación de semejanza. No usa nexos comparativos.
Ejemplo:
“Tus ojos son dos luceros” → Aquí se identifican directamente los ojos con luceros.

2. Imagen poética
Es una construcción más amplia que busca evocar una sensación, una atmósfera o una idea mediante el lenguaje. Puede contener metáforas, símiles, sinestesias u otras figuras. Es más sensorial, abierta y asociativa.
Ejemplo:
“Un silencio de cal crecía entre las sombras” (Lorca) → Aquí no hay una metáfora única, sino una combinación de sensaciones e ideas que forman una imagen poética.

Diferencia clave:
La metáfora es una relación puntual entre dos elementos.
La imagen es una construcción poética más amplia y sensorial, que puede contener una o varias metáforas.

--Metáfora: “El amor es un fuego que no se ve.” (Fray Luis de León)
Aquí se compara directamente el amor con el fuego: intensidad, pasión, pero sin manifestación visible. Es una relación directa entre dos conceptos.

Imagen poética:
“El amor se desliza como agua tibia entre los dedos de la noche, dejando un temblor en la piel del alma.”
En este caso no hay una única comparación directa. Se construye una escena sensorial (agua, noche, piel, alma) que evoca lo efímero, lo íntimo y lo emocional del amor.

--Metáfora:
“Eres la sed y lo que ha de saciarla.” (Del poema 15, Veinte poemas de amor…)
Aquí compara a la amada con dos cosas al mismo tiempo: la necesidad (sed) y su satisfacción (agua). Es una metáfora directa, emocional y conceptual.

Imagen poética: “Quiero hacer contigo lo que la primavera hace con los cerezos. ”(Del poema 14, Veinte poemas de amor…)
Esta no es una metáfora directa. Es una imagen poética que sugiere sin nombrar: el amor como renovación, florecimiento, deseo. No dice exactamente qué quiere hacer, pero lo evoca con fuerza a través de una escena natural cargada de simbolismo.

--Metáfora: “Tus labios son pan caliente en mi hambre.”
—Relación directa: los labios satisfacen un deseo físico, como el pan.

Imagen poética
: “Cuando hablas, mi piel se abre como tierra sedienta bajo la lluvia primera.”
— No hay comparación directa, pero la escena sugiere el efecto del deseo con una imagen natural y sensorial.

--Metáfora: “Tu ausencia es un pozo sin fondo en mis días.”
— Comparación clara: la ausencia se convierte en un pozo.

Imagen poética: “Sin ti, el aire camina despacio por la casa, se sienta en las sillas, toca las ventanas sin saber por qué.”
— Se construye una atmósfera de vacío y soledad a través de acciones del aire, sin nombrar directamente el dolor.

--Metáfora: “Eres mi raíz bajo la tierra del mundo.”
— Se establece una relación clara: la persona amada es la raíz que sostiene.

Imagen poética
: “Te pienso y la noche se curva como rama mojada que guarda el peso de un fruto.”
— Se crea una imagen llena de tensión y ternura, sin decir “amor” pero evocándolo en cada elemento.

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Lun, 05 May 2025 12:04
por Ignacio Mincholed
...

Hola, Ana. Te agradezco la intervención, con tu punto de vista claro y concreto del que participo. Rafel, J.J., igualmente agradecido por vuestras intervenciones. Sin duda estos intercambios nos impulsan.

Por mi parte, desde la perspectiva del ensayo que mencioné al principio, decir que mi tesis al respecto de la imagen y la metáfora referidas al poema (y por extensión a la fotografía con los matices correspondientes propios de cada campo) se puede resumir en dos aspectos. La Imagen es consustancial al poema, la Metáfora no; el poema puede vivir sin metáforas, si bien es un magnífico recurso cuando es oportunamente tratado. La Imagen se crea, la metáfora se construye.
Resumo básicamente mi punto de vista.

La literatura, mediante el rico abanico de recursos expresivos, se apoya fundamentalmente en la capacidad del lenguaje para trascender su función denotativa, trascender el lenguaje literal hasta su función connotativa; esto es, ir más allá de los significados específicos para alcanzar una mayor gama expresiva.
Entre los tropos más poderosos que permiten esta trascendencia se encuentran la imagen y la metáfora, que se erigen como herramientas cognitivas fundamentales que moldean nuestra comprensión del mundo, influyen en nuestros procesos neurológicos y abren ventanas a profundas reflexiones filosóficas sobre la naturaleza del pensamiento, el lenguaje y la realidad. Sin ese enfoque, empleadas como meros adornos estilísticos, la imagen y la metáfora quedan desprovistas de su función de alcance para quedar en enredos superficiales. Así, todo acaba siendo metafórico, metáfora de una metáfora, como tantas veces nos han advertido Walter Benjamin, Rolan Barthes y otros. Leemos un titular sobre una tragedia, o vemos una fotografía de impacto, y lo que nos llega/queda es la metaforización de la tragedia, no la tragedia en sí.

Desde una perspectiva neurolingüística, la imagen y la metáfora activan áreas cerebrales relacionadas con la percepción sensorial y la cognición conceptual respectivamente. Cuando leemos una imagen literaria, como «el sol derramaba oro líquido aquella tarde», no solo procesamos las palabras, sino que nuestro cerebro evoca representaciones sensoriales simulando una experiencia visual. Esta simulación mental, no es un mero epifenómeno; o sea no es un fenómeno menor que acompaña al fenómeno principal, sino que constituye la base de nuestro pensamiento abstracto.

La metáfora, en particular, juega un papel crucial en la estructuración de nuestro sistema conceptual. No pensamos en conceptos abstractos de manera aislada, sino a través de marcos metafóricos que proyectan la estructura de un dominio conceptual concreto (el dominio fuente) sobre otro más abstracto (el dominio meta). Por ejemplo, la metáfora "el tiempo es oro" estructura nuestra comprensión del tiempo en términos de un recurso limitado que puede ser gastado, ahorrado o perdido. Esta proyección no es arbitraria; se basa en correlaciones experienciales en nuestro día a día. No se trata simplemente de una proyección unidireccional, sino de la generación de un nuevo espacio mental donde elementos de los dominios fuente y meta se combinan, generando inferencias y comprensiones novedosas. Si hablamos literariamente del «laberinto del alma», donde la complejidad y las dificultades internas se conciben a través de la imagen de un laberinto físico, nos permite explorar las emociones y los conflictos internos de una manera más tangible.

Filosóficamente, la imagen y la metáfora desafían la concepción tradicional del lenguaje como un mero instrumento de representación objetiva. En lugar de reflejar una realidad preexistente de manera directa, estos tropos sugieren que el lenguaje participa activamente en la construcción de nuestra comprensión de la realidad. La metáfora, al establecer conexiones inesperadas entre dominios conceptuales, revela nuevas perspectivas y posibilidades de interpretación. Y aquí puede surgir el conflicto literario, cuando la orientación y honestidad de la metáfora se desvirtúa hacia terrenos esteticistas, ornamentales, epatantes o cualesquiera que dejen de lado la intencionalidad expresiva en ambas direcciones, tanto cuando se generada como cuando es interpretada.

La metáfora no es solo un recurso retórico, sino un vehículo para la ampliación semántica, capaz de generar significado nuevo y de ampliar nuestros horizontes de comprensión. Si está viciada en origen, podemos deducir fácilmente las consecuencias. La imagen literaria, por su parte, nos conecta con la dimensión sensorial y emocional de la experiencia, trascendiendo la abstracción del lenguaje puramente conceptual. Estas son, básicamente, las características de una y otra figura que conviene tener en cuenta y no perder de vista.

Gaston Bachelard nos habla de cómo las imágenes poéticas evocan resonancias profundas en nuestra psique, conectándonos con arquetipos y experiencias primordiales. La imagen de la «casa», por ejemplo, no es solo una estructura física, sino que evoca sentimientos de seguridad, intimidad y pertenencia, activando capas profundas de nuestra experiencia vital. La pertinencia o no al tratar en lenguaje bajo estas consideraciones, nos presentará resultados muy distintos.

Como dije en una entrada anterior, la frontera entre imagen y metáfora no siempre es nítida. Muchas metáforas se basan en imágenes concretas que sirven como punto de partida para la abstracción. Factores culturales, individuales y contextuales influyen en cómo se perciben y se comprenden estos tropos. Lo que para un autor/lector de una cultura determinada puede ser una metáfora común y comprensible, para otro puede resultar opaco o incluso carente de sentido. Esta relatividad subraya la naturaleza inherentemente interpretativa del lenguaje literario y la importancia del autor/lector en la construcción del significado.

Umberto Eco nos ha hablado sobre la tensión entre la libertad interpretativa del lector y las restricciones impuestas por el texto. Si bien la imagen y la metáfora invitan a la multiplicidad de significados, el contexto literario, las convenciones genéricas y las intenciones del autor actúan como guías que acotan las posibles interpretaciones del lector. Aquí las intenciones del autor son clave para evitar desvirtuar la orientación con la que llegan al lector. Ante esto, podemos deducir la conveniencia de que estos ejercicios literarios no sean banales, como en demasiadas ocasiones estamos acostumbrados a ver, anteponiendo el esteticismo dudoso al sentido vivido por el autor que, de ser así, indefectiblemente, el lector quedará suspendido de un frágil hilo interpretativo.

...

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Sab, 10 May 2025 11:13
por Rafel Calle
Queridos amigos:
A raíz del artículo de Ignacio Mincholed, se me ocurrió abrir un debate, en un encuentro del Club Balear de Profesionales de la Comunicación, sobre la metáfora como herramienta de manipulación. Seguidamente, os dejo un resumen de mis intervenciones.

La metáfora y la manipulación.
La metáfora no solo sirve para entender el mundo: también puede ser un instrumento para moldearlo según intereses ideológicos, emocionales o comerciales. En los discursos públicos, especialmente en la política, la medicina y la economía, se utilizan metáforas no tanto para aclarar como para influir. No se informa: se enmarca. No se describe: se dirige la interpretación.

Uno de los ejemplos más evidentes es el uso de metáforas bélicas en contextos sanitarios. Se habla de “luchar contra el cáncer”, “combatir el virus”, “derrotar la enfermedad” como si el cuerpo fuera un campo de batalla y el paciente un soldado. Esta retórica puede movilizar emocionalmente, sí, pero también culpabilizar: quien no mejora, ¿no ha peleado lo suficiente? ¿Quién tiene entonces la culpa del “fracaso”? Esta lógica, además, desplaza el foco de la prevención estructural y la investigación a la responsabilidad individual.

En el ámbito económico, las metáforas humanizantes tienen efectos aún más sutiles. Cuando los medios afirman que “los mercados están nerviosos”, proyectan emociones humanas sobre abstracciones sin rostro, lo que provoca comprensión o empatía hacia entes que, en realidad, obedecen a lógicas de beneficio propias, muchas veces ajenas al bien común. Igualmente, se habla de “rescate” a los bancos, un término cargado de connotaciones morales: se rescata a quien está en peligro, a quien merece ser salvado. Pero, ¿por qué no se dice “inyección de dinero público a instituciones privadas para cubrir sus errores”? Porque esa frase no conmueve: revela.

En política migratoria, la metáfora ha sido usada como frontera simbólica. Describir la llegada de inmigrantes como una “avalancha” o una “invasión” introduce una narrativa de amenaza, donde el otro deja de ser un ser humano y se convierte en un fenómeno violento, incontrolable. El lenguaje, entonces, no solo informa la realidad: la condiciona. Si son “avispas” o “oleadas”, merecen ser repelidas. Si son “familias en busca de refugio”, exigen compasión. La metáfora, en este caso, fabrica legitimidad.

También en la política institucional se han instalado metáforas que confunden más que aclaran. Se habla de “modernizar el mercado laboral” cuando se quiere decir “abaratar el despido”, de “ajuste estructural” en lugar de “recorte de servicios”, de “flexibilización” como eufemismo de precariedad. El uso de un léxico técnico-metafórico suaviza la crudeza de las decisiones, disfraza lo impopular con ropajes de sensatez.

Incluso en la guerra —la real— la metáfora convierte víctimas en “daños colaterales”, bombardeos en “intervenciones quirúrgicas” y crímenes en “errores operativos”. Este lenguaje, más allá de lo ético, actúa como anestesia moral.

Lo grave no es solo que estas metáforas distorsionen la realidad, sino que lo hagan sin que lo notemos. Porque la fuerza de una metáfora manipuladora radica precisamente en su invisibilidad: se cuela en el discurso sin pasar por el juicio crítico, nos hace ver el mundo bajo una lente interesada y nos convierte en cómplices de su versión de los hechos.

Por eso urge desarrollar una educación lingüística y mediática crítica. Enseñar a identificar las metáforas que nos rodean, preguntarse qué esconden, a quién benefician y qué alternativas habría. No se trata de eliminar las metáforas, sino de quitarles el blindaje de inocencia que a menudo se les presupone. Como dijo Orwell: “El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen veraces y el asesinato respetable”.
Y pocas herramientas lo logran con tanta eficacia, sutileza y elegancia como la metáfora.

Metáfora y poder, el lenguaje como campo de batalla.
La metáfora no es neutral. No es solo un adorno del lenguaje ni una invención de poetas: es una arquitectura invisible que sostiene lo que pensamos, lo que sentimos, lo que permitimos. Nos ayuda a imaginar, a comprender lo intangible, a acercarnos a lo imposible. Pero también puede ser una trampa delicada, una forma de camuflar el poder, de domesticar la realidad bajo el manto de lo aceptable.

Cuando una política injusta se disfraza de “sacrificio necesario”, cuando una guerra se nombra “operación quirúrgica” o cuando un recorte se vende como “flexibilización”, no estamos solo ante estrategias retóricas: estamos ante decisiones que afectan vidas, derechos y libertades. Y lo que no se nombra con precisión, no se cuestiona con claridad.

Por eso, el desafío no es desterrar la metáfora, sino recuperar su conciencia. Hacer visible su doble filo, su capacidad para iluminar o deformar. Usarla como instrumento de belleza y revelación —como hace la buena literatura—, pero también aprender a resistir su uso como herramienta de manipulación —como hace el buen periodismo—.

Porque en el fondo, cada metáfora que aceptamos sin pensar es una idea que dejamos entrar sin defensa. Y si el lenguaje moldea la realidad, entonces aprender a nombrar con justicia es también una forma de cambiar el mundo.

Re: ¿Contra la metáfora?

Publicado: Sab, 10 May 2025 15:21
por Antonia Mauro
Rafel Calle escribió: Sab, 10 May 2025 11:13 Queridos amigos:
A raíz del artículo de Ignacio Mincholed, se me ocurrió abrir un debate, en un encuentro del Club Balear de Profesionales de la Comunicación, sobre la metáfora como herramienta de manipulación. Seguidamente, os dejo un resumen de mis intervenciones.

La metáfora y la manipulación.
La metáfora no solo sirve para entender el mundo: también puede ser un instrumento para moldearlo según intereses ideológicos, emocionales o comerciales. En los discursos públicos, especialmente en la política, la medicina y la economía, se utilizan metáforas no tanto para aclarar como para influir. No se informa: se enmarca. No se describe: se dirige la interpretación.

Uno de los ejemplos más evidentes es el uso de metáforas bélicas en contextos sanitarios. Se habla de “luchar contra el cáncer”, “combatir el virus”, “derrotar la enfermedad” como si el cuerpo fuera un campo de batalla y el paciente un soldado. Esta retórica puede movilizar emocionalmente, sí, pero también culpabilizar: quien no mejora, ¿no ha peleado lo suficiente? ¿Quién tiene entonces la culpa del “fracaso”? Esta lógica, además, desplaza el foco de la prevención estructural y la investigación a la responsabilidad individual.

En el ámbito económico, las metáforas humanizantes tienen efectos aún más sutiles. Cuando los medios afirman que “los mercados están nerviosos”, proyectan emociones humanas sobre abstracciones sin rostro, lo que provoca comprensión o empatía hacia entes que, en realidad, obedecen a lógicas de beneficio propias, muchas veces ajenas al bien común. Igualmente, se habla de “rescate” a los bancos, un término cargado de connotaciones morales: se rescata a quien está en peligro, a quien merece ser salvado. Pero, ¿por qué no se dice “inyección de dinero público a instituciones privadas para cubrir sus errores”? Porque esa frase no conmueve: revela.

En política migratoria, la metáfora ha sido usada como frontera simbólica. Describir la llegada de inmigrantes como una “avalancha” o una “invasión” introduce una narrativa de amenaza, donde el otro deja de ser un ser humano y se convierte en un fenómeno violento, incontrolable. El lenguaje, entonces, no solo informa la realidad: la condiciona. Si son “avispas” o “oleadas”, merecen ser repelidas. Si son “familias en busca de refugio”, exigen compasión. La metáfora, en este caso, fabrica legitimidad.

También en la política institucional se han instalado metáforas que confunden más que aclaran. Se habla de “modernizar el mercado laboral” cuando se quiere decir “abaratar el despido”, de “ajuste estructural” en lugar de “recorte de servicios”, de “flexibilización” como eufemismo de precariedad. El uso de un léxico técnico-metafórico suaviza la crudeza de las decisiones, disfraza lo impopular con ropajes de sensatez.

Incluso en la guerra —la real— la metáfora convierte víctimas en “daños colaterales”, bombardeos en “intervenciones quirúrgicas” y crímenes en “errores operativos”. Este lenguaje, más allá de lo ético, actúa como anestesia moral.

Lo grave no es solo que estas metáforas distorsionen la realidad, sino que lo hagan sin que lo notemos. Porque la fuerza de una metáfora manipuladora radica precisamente en su invisibilidad: se cuela en el discurso sin pasar por el juicio crítico, nos hace ver el mundo bajo una lente interesada y nos convierte en cómplices de su versión de los hechos.

Por eso urge desarrollar una educación lingüística y mediática crítica. Enseñar a identificar las metáforas que nos rodean, preguntarse qué esconden, a quién benefician y qué alternativas habría. No se trata de eliminar las metáforas, sino de quitarles el blindaje de inocencia que a menudo se les presupone. Como dijo Orwell: “El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen veraces y el asesinato respetable”.
Y pocas herramientas lo logran con tanta eficacia, sutileza y elegancia como la metáfora.

Metáfora y poder, el lenguaje como campo de batalla.
La metáfora no es neutral. No es solo un adorno del lenguaje ni una invención de poetas: es una arquitectura invisible que sostiene lo que pensamos, lo que sentimos, lo que permitimos. Nos ayuda a imaginar, a comprender lo intangible, a acercarnos a lo imposible. Pero también puede ser una trampa delicada, una forma de camuflar el poder, de domesticar la realidad bajo el manto de lo aceptable.

Cuando una política injusta se disfraza de “sacrificio necesario”, cuando una guerra se nombra “operación quirúrgica” o cuando un recorte se vende como “flexibilización”, no estamos solo ante estrategias retóricas: estamos ante decisiones que afectan vidas, derechos y libertades. Y lo que no se nombra con precisión, no se cuestiona con claridad.

Por eso, el desafío no es desterrar la metáfora, sino recuperar su conciencia. Hacer visible su doble filo, su capacidad para iluminar o deformar. Usarla como instrumento de belleza y revelación —como hace la buena literatura—, pero también aprender a resistir su uso como herramienta de manipulación —como hace el buen periodismo—.

Porque en el fondo, cada metáfora que aceptamos sin pensar es una idea que dejamos entrar sin defensa. Y si el lenguaje moldea la realidad, entonces aprender a nombrar con justicia es también una forma de cambiar el mundo.

Extrañamente ha desaparecido mi comentario.
Lo pongo de nuevo.

Parece que hemos entendido bien toda la "filosofía" de lo que ha planteado y expuesto Ignacio, su estudio, conocimiento y reflexiones sobre el tema; cosa que le habrá llevado tiempo para hacer su ensayo y el artículo como extracto para el foro de forma generosa. Una guía que deberiamos por lo menos citar y agradecer.

Siempre es de agradecer cuando nos explican bien las cosas y nos traspasan conocimiento, cultura, sentimiento y pensamientos e incluso podemos cambiar de opinión.
No nos queda más que agradecer el altruismo y la generosidad que viene siendo lo mismo.

Un saludo.