Crítica literaria a "La huella Indígena", de J. J. Martínez Ferreiro
Publicado: Jue, 10 Abr 2025 12:41
LA HUELLA INDÍGENA, DE J. J. MARTÍNEZ FERREIRO
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J. J. Martínez Ferreiro nos ofrece en “La huella indígena” un soneto de una riqueza simbólica y formal notable, cuya estructura obedece a las exigencias del soneto clásico —dos cuartetos y dos tercetos—, pero cuya musicalidad se articula a través de un verso alejandrino con una particularísima acentuación, lo cual le otorga al poema una gran solemnidad y un ritmo casi litúrgico, inédito en este tipo de estrofa en la poesía castellana.
Cada uno de los catorce versos es un alejandrino, es decir, un verso de 14 sílabas métricas con pausa obligatoria en 7ª, lo cual divide el verso en dos isostiquios de siete sílabas. La cesura en cada verso (pausa en 7ª) está bien situada, con la ausencia del sirrema durante todo el recorrido estrófico, lo que denota un dominio técnico importante y, a la par, favorece una detencion natural que da respiro a las densas imágenes que propone el poema.
El esquema de rima es ABBA ABBA CDC DCD, canónico del soneto italiano, lo que refuerza el tono clásico de la composición. La rima consonante, por su parte, está cuidadosamente escogida para no forzar el léxico y permitir el fluir de un lenguaje que, aunque muy elevado, no llega a sonar impostado.
Este poema, junto a ”Los cuerpos vivos”, otro soneto alejandrino del mismo autor, representa una gran innovación en la combinación alejandrina, en general, y, en el soneto alejandrino, en particular: J. J. Martínez Ferreiro se hace con el tesoro rítmico-literario que significa hallar la ansiada redención semiótica y la melódica perturbación de los ritmos.
Y, sí, en el verso alejandrino se produce un gran avance, tanto en el ritmo, cuanto en el lenguaje. En el ritmo, la innovación está en que todos los versos son polirrítmicos, es decir, los acentos rítmicos son diferentes entre los isostiquios de cada verso, lo cual nos da un poema, en versos alejandrinos, polirrítmico puro, del que no conozco precedentes en la literatura en lengua castellana.
En cuanto al lenguaje, hay una importantísima aportación termino-lógica, adjetiva y sustantiva, en una galaxia metafórica que se abraza compulsivamente con la genialidad semántica. El mundo del tropo está presente en variadas adjetivaciones y complementos nominales que sorprenden por su gran originalidad.
En cuanto al contenido, La huella indígena es un poema cargado de simbolismo —como corresponde a un miembro del grupo neosimbolista de la Academia de Poesía Alaire—, de connotaciones cósmicas, naturales y espirituales. El título ya plantea un anclaje temático: la memoria ancestral y su permanencia en el mundo contemporáneo como una fuerza subterránea, resistente, casi mística.
Desde el primer cuarteto, el lenguaje es violento y bello a la vez: “El fuego del crepúsculo resplandece con ira / en los campos de trigo…” Aquí el paisaje es una metáfora del conflicto histórico y del despojo: el fuego, la ira, el miedo, la muerte que se multiplica (“muerte más muerte avanza…”). José Juan propone una visión cíclica, espiralada, de la destrucción.
En el segundo cuarteto, la naturaleza cobra voz propia: “Las altas horas son un espacio que gira / al corazón oscuro…”. Se construye así un universo en el que el tiempo se vuelve orgánico y maternal —“útero del hayedo”— y donde la vida y la muerte conviven en tensión sagrada. La imagen de los tigres amamantados por un “cosmos que expira” es poderosa: combina lo salvaje con lo cósmico, lo vital con lo terminal.
El primer terceto introduce una figura de resistencia: “Sólo la huella indígena suspendida en la llama…”, donde el fuego ya no es sólo destrucción, sino también purificación, permanencia. Esta “huella” es también un sueño, un soplo, una flor: metáforas de fragilidad pero también de persistencia, de lo que renace.
El último terceto cierra con una imagen profundamente ambigua y doliente: “Angustia de la rosa…”; la rosa, símbolo tradicional de belleza, amor o espiritualidad, se ahoga en un “cauce sombrío” que arrastra la esencia misma de la vida (“aquel vivo candor”). El contraste entre la rosa y el cauce infecto es trágico y definitivo: lo sagrado ha sido mancillado.
En “La huella indígena” la elección del verso alejandrino es un gran acierto, no solo por la gran habilidad de Ferreiro a la hora de trabajarlo, sino que también permite desplegar una imaginería amplia, con versos de gran carga simbólica, que requieren relectura pausada. En su trasfondo late una conciencia histórica, ecológica y espiritual que el poeta canaliza con voz firme pero evocadora, más profética que narrativa.
En fin, con “La huella indígena”, J. J. Martínez Ferreiro logra un poema de mucha madurez formal y de gran fuerza lírica que dialoga con la tradición sin esclavizarse a ella, y que al mismo tiempo propone una reflexión urgente y lírica sobre la identidad, la destrucción y la memoria.
Mi enhorabuena, estimado D. José Juan Martínez Ferreiro, en su día, escribió usted un poema para recordar.
Un fuerte abrazo
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J. J. Martínez Ferreiro nos ofrece en “La huella indígena” un soneto de una riqueza simbólica y formal notable, cuya estructura obedece a las exigencias del soneto clásico —dos cuartetos y dos tercetos—, pero cuya musicalidad se articula a través de un verso alejandrino con una particularísima acentuación, lo cual le otorga al poema una gran solemnidad y un ritmo casi litúrgico, inédito en este tipo de estrofa en la poesía castellana.
Cada uno de los catorce versos es un alejandrino, es decir, un verso de 14 sílabas métricas con pausa obligatoria en 7ª, lo cual divide el verso en dos isostiquios de siete sílabas. La cesura en cada verso (pausa en 7ª) está bien situada, con la ausencia del sirrema durante todo el recorrido estrófico, lo que denota un dominio técnico importante y, a la par, favorece una detencion natural que da respiro a las densas imágenes que propone el poema.
El esquema de rima es ABBA ABBA CDC DCD, canónico del soneto italiano, lo que refuerza el tono clásico de la composición. La rima consonante, por su parte, está cuidadosamente escogida para no forzar el léxico y permitir el fluir de un lenguaje que, aunque muy elevado, no llega a sonar impostado.
Este poema, junto a ”Los cuerpos vivos”, otro soneto alejandrino del mismo autor, representa una gran innovación en la combinación alejandrina, en general, y, en el soneto alejandrino, en particular: J. J. Martínez Ferreiro se hace con el tesoro rítmico-literario que significa hallar la ansiada redención semiótica y la melódica perturbación de los ritmos.
Y, sí, en el verso alejandrino se produce un gran avance, tanto en el ritmo, cuanto en el lenguaje. En el ritmo, la innovación está en que todos los versos son polirrítmicos, es decir, los acentos rítmicos son diferentes entre los isostiquios de cada verso, lo cual nos da un poema, en versos alejandrinos, polirrítmico puro, del que no conozco precedentes en la literatura en lengua castellana.
En cuanto al lenguaje, hay una importantísima aportación termino-lógica, adjetiva y sustantiva, en una galaxia metafórica que se abraza compulsivamente con la genialidad semántica. El mundo del tropo está presente en variadas adjetivaciones y complementos nominales que sorprenden por su gran originalidad.
En cuanto al contenido, La huella indígena es un poema cargado de simbolismo —como corresponde a un miembro del grupo neosimbolista de la Academia de Poesía Alaire—, de connotaciones cósmicas, naturales y espirituales. El título ya plantea un anclaje temático: la memoria ancestral y su permanencia en el mundo contemporáneo como una fuerza subterránea, resistente, casi mística.
Desde el primer cuarteto, el lenguaje es violento y bello a la vez: “El fuego del crepúsculo resplandece con ira / en los campos de trigo…” Aquí el paisaje es una metáfora del conflicto histórico y del despojo: el fuego, la ira, el miedo, la muerte que se multiplica (“muerte más muerte avanza…”). José Juan propone una visión cíclica, espiralada, de la destrucción.
En el segundo cuarteto, la naturaleza cobra voz propia: “Las altas horas son un espacio que gira / al corazón oscuro…”. Se construye así un universo en el que el tiempo se vuelve orgánico y maternal —“útero del hayedo”— y donde la vida y la muerte conviven en tensión sagrada. La imagen de los tigres amamantados por un “cosmos que expira” es poderosa: combina lo salvaje con lo cósmico, lo vital con lo terminal.
El primer terceto introduce una figura de resistencia: “Sólo la huella indígena suspendida en la llama…”, donde el fuego ya no es sólo destrucción, sino también purificación, permanencia. Esta “huella” es también un sueño, un soplo, una flor: metáforas de fragilidad pero también de persistencia, de lo que renace.
El último terceto cierra con una imagen profundamente ambigua y doliente: “Angustia de la rosa…”; la rosa, símbolo tradicional de belleza, amor o espiritualidad, se ahoga en un “cauce sombrío” que arrastra la esencia misma de la vida (“aquel vivo candor”). El contraste entre la rosa y el cauce infecto es trágico y definitivo: lo sagrado ha sido mancillado.
En “La huella indígena” la elección del verso alejandrino es un gran acierto, no solo por la gran habilidad de Ferreiro a la hora de trabajarlo, sino que también permite desplegar una imaginería amplia, con versos de gran carga simbólica, que requieren relectura pausada. En su trasfondo late una conciencia histórica, ecológica y espiritual que el poeta canaliza con voz firme pero evocadora, más profética que narrativa.
En fin, con “La huella indígena”, J. J. Martínez Ferreiro logra un poema de mucha madurez formal y de gran fuerza lírica que dialoga con la tradición sin esclavizarse a ella, y que al mismo tiempo propone una reflexión urgente y lírica sobre la identidad, la destrucción y la memoria.
Mi enhorabuena, estimado D. José Juan Martínez Ferreiro, en su día, escribió usted un poema para recordar.
Un fuerte abrazo