Nadie podía imaginarlo, nadie quería hacerlo cierto.
No somos las arañas de los años noventa.
Quiero seguir recordando aquel viernes de luz brillante y clara,
aquel viernes cuando el cielo quiso hacernos cómplices,
mientras tu rostro dibujaba juventud, y tus ojos,
tus ojos,
llenaban de ilusión y frescura la oscuridad de cualquier instante.
Fuiste patrón, enemigo de la tristeza y compañero de paliativos,
amante de los días y riqueza en la oscuridad.
Pero eres egoísta y traicionero,
servidor de una tierra que tempranamente te ha reclamado,
y no le has dado esquinazo,
no has sabido responderle con la fuerza de tu celo,
has sido cometa perdido en un cielo gris oscuro.
Te he sufrido durante los amaneceres más inoportunos,
con la cadencia que una lágrima huye del ojo que la engendra,
con este corazón arruinado por el silencio de tu voz,
tu mirada hacia ningún infinito
y tu cuerpo maniatado por la inmovilidad eterna de tu regazo.
No te busques en las tinieblas,
déjame arrancarte de las garras de la muerte,
del odio inenarrable que sienten mis venas al no poder ignorarte,
de estas manos que se pierden en el vacío de la vida,
de este ser que no encuentra más que llanto entre la tierra que te atrapa.
No te pierdas entre las cortinas sin ventana,
déjame las vistas de tu vida ancladas,
tu palabra en la ignorancia del silencio,
tu sonrisa envolviendo los recuerdos de nuestro ayer,
no me muestres tu padecer,
no te dejes martillear el cráneo en el universo de los muertos,
permíteme pulirte los huesos con el ardor del alma,
mas no me dejes añorarte en los días que llueven lágrimas.
Fue un uno de julio,
ha sido un diecisiete de enero,
todo parece igual, todo sigue su curso,
nada más que me queda tu recuerdo,
el alma destrozada, el corazón sajado,
y el homicida sabor de tu vacío.
Se encaprichó de ti el diecisiete de enero,
mas no habrá nada capaz de separarte de mí,
amigo de vida, mi gran compañero.
para dejarme huérfano de su amistad, su calor, su alegría y su compañía.
Va por ti, Rafael. Va por ti, mi gran compañero.