Retrato caleidoscópico
Publicado: Mié, 01 Ene 2025 11:24
I
Cuando nací en algún lugar me posé,
nadie sabe dónde salvo los sueños,
pero no volverá a repetirse,
porque ya soy fruto rodando a tierra
que se pudre en el tiempo.
II
Mi voz brama como un lamento
con sabor a champán;
pero no soy más que un niño
sin nombre, acabado en cinco
o en tres o en siete,
y cuyo dios bien muerto está
salvo para los contumaces acólitos,
seres convertidos en lanzas
que me consideran su epifanía
y siguen esperando su voz
como refulgente metal blanco.
III
Vivo a flor de piel
en la llama alegre de una vela
o entre las notas
de una feliz melodía.
Del buen vino soy el brindis
y a la hora del café
recorro las sobremesas
con copas y puros, con versos
y coplas, con muchas palabras
azules, moradas y rojas.
Después de un tiempo, el necesario,
mis dulces criaturas estallan
como globos de cumpleaños.
IV
A nadie rindo cuentas de mis muecas
y estruendos agropecuarios;
de mis sombras,
de momento las justas,
y perfiles, algunos puntiagudos;
de mis heridas sangrando
tierra y mar y aire,
y de mis luces que son aves
que vuelan; de mis ansias de ola
y fuego y de mis recuerdos,
pocos y todavía tiernos.
V
Las lágrimas son libélulas
jugando en mis ojos,
pero vuelan raudas
cuando la muerte de un miserable
me hace cosquillas en los labios.
VI
Tengo seis guías en cada mano
que dibujan palabras
y escriben dibujos.
Si ambos, palabras y dibujos,
-los míos- pudieran matar,
el mundo sería como un mar
plateado por la Luna siempre.
VII
Quisiera maldecir a los hombres
que rubrican masacres
y siembran desgracias;
ojalá que mi odio hacia ellos
fuera denso, del tamaño de un tigre
y doloroso como una rosa de alfileres;
pero no soy más que un niño.
VIII
Sueño con pájaros
revoloteando en mi pecho, diciéndome
que el tiempo de los besos ha llegado,
y con un azul que despunta
y juncos de sangre verde
y con un río naciente, yo a la sombra
apoyado en un regazo de calor y vida…
IX
Soy una fallida estrella fugaz
que esparce anhelos incumplidos;
pero no es algo grave,
porque siendo vuestros propios testigos
ante el próximo almanaque
-el tiempo siempre se reconstruye-
podéis, con toda suerte de antídotos,
argucias e imposturas, lanzar nuevos deseos…
X
Efímero como la palabra
que, al sonar, nunca dura,
imagino el futuro como el niño
que envejece de pronto
y, por ello, muero un poco cada día.
XI
Todo lo que vaya viviendo,
todo cuanto yo sea,
será consumido por mi propio fuego
el último día del almanaque.
No hay certidumbre en mi modo de vivir,
pero sí memoria de un tiempo impetuoso
que pongo en vuestras manos
como huella y testigo de cada día.
XII
Solo espero
que cuando el final se acerque,
ya disuelta mi casa,
me queden el último paseo,
acompañado por la luz difusa de la tarde,
y la dulce fiesta de paz en el crepúsculo.
Cuando nací en algún lugar me posé,
nadie sabe dónde salvo los sueños,
pero no volverá a repetirse,
porque ya soy fruto rodando a tierra
que se pudre en el tiempo.
II
Mi voz brama como un lamento
con sabor a champán;
pero no soy más que un niño
sin nombre, acabado en cinco
o en tres o en siete,
y cuyo dios bien muerto está
salvo para los contumaces acólitos,
seres convertidos en lanzas
que me consideran su epifanía
y siguen esperando su voz
como refulgente metal blanco.
III
Vivo a flor de piel
en la llama alegre de una vela
o entre las notas
de una feliz melodía.
Del buen vino soy el brindis
y a la hora del café
recorro las sobremesas
con copas y puros, con versos
y coplas, con muchas palabras
azules, moradas y rojas.
Después de un tiempo, el necesario,
mis dulces criaturas estallan
como globos de cumpleaños.
IV
A nadie rindo cuentas de mis muecas
y estruendos agropecuarios;
de mis sombras,
de momento las justas,
y perfiles, algunos puntiagudos;
de mis heridas sangrando
tierra y mar y aire,
y de mis luces que son aves
que vuelan; de mis ansias de ola
y fuego y de mis recuerdos,
pocos y todavía tiernos.
V
Las lágrimas son libélulas
jugando en mis ojos,
pero vuelan raudas
cuando la muerte de un miserable
me hace cosquillas en los labios.
VI
Tengo seis guías en cada mano
que dibujan palabras
y escriben dibujos.
Si ambos, palabras y dibujos,
-los míos- pudieran matar,
el mundo sería como un mar
plateado por la Luna siempre.
VII
Quisiera maldecir a los hombres
que rubrican masacres
y siembran desgracias;
ojalá que mi odio hacia ellos
fuera denso, del tamaño de un tigre
y doloroso como una rosa de alfileres;
pero no soy más que un niño.
VIII
Sueño con pájaros
revoloteando en mi pecho, diciéndome
que el tiempo de los besos ha llegado,
y con un azul que despunta
y juncos de sangre verde
y con un río naciente, yo a la sombra
apoyado en un regazo de calor y vida…
IX
Soy una fallida estrella fugaz
que esparce anhelos incumplidos;
pero no es algo grave,
porque siendo vuestros propios testigos
ante el próximo almanaque
-el tiempo siempre se reconstruye-
podéis, con toda suerte de antídotos,
argucias e imposturas, lanzar nuevos deseos…
X
Efímero como la palabra
que, al sonar, nunca dura,
imagino el futuro como el niño
que envejece de pronto
y, por ello, muero un poco cada día.
XI
Todo lo que vaya viviendo,
todo cuanto yo sea,
será consumido por mi propio fuego
el último día del almanaque.
No hay certidumbre en mi modo de vivir,
pero sí memoria de un tiempo impetuoso
que pongo en vuestras manos
como huella y testigo de cada día.
XII
Solo espero
que cuando el final se acerque,
ya disuelta mi casa,
me queden el último paseo,
acompañado por la luz difusa de la tarde,
y la dulce fiesta de paz en el crepúsculo.