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Como hemos visto, el curso educativo que Platón contempla para los jóvenes de la polis ideal avala únicamente poemas que les confieran instrucción moral. De éstos hay dos tipos. El primero contiene poemas no imitativos en los que directamente se alaba a personas honorables o se canta a los dioses, y en los que por tanto se presentan modelos de personas a emular y ejemplos de cómo venerar lo sagrado. El segundo contiene poemas imitativos en los que se representan hombres buenos consumando acciones buenas. Los jóvenes que han crecido escuchando este tipo de poemas se manifestarán en contra de conductas vergonzosas cuando se enteren de ellas y su desarrollo moral se efectuará, por lo menos en parte, a través de un ejercicio imitativo similar al que se da en los poemas mismos —se convertirán en personas de bien a través de la imitación de personas de bien—.
Así pues, tras el cursus poético platónico subyace una concepción mimética del crecimiento moral: imitemos a personas buenas para convertirnos en personas buenas, no imitemos a personas corruptas para no convertirnos en personas corruptas. Aunque a primera vista una concepción tal pueda parecer desesperadamente simplista, no es del todo implausible. De hecho, Aristóteles desarrolla persuasivamente una posición de este tipo en la Etica a Nicómaco, cuando argumenta que las disposiciones morales correctas, cuya formación comienza a temprana edad, se adquieren por medio de la repetición frecuente de ejemplos apropiados, y que con el tiempo dichas disposiciones se van haciendo permanentes por fuerza del entrenamiento y la costumbre. Para Aristóteles, nos convertimos en personas justas actuando de manera justa, es decir, actuando como actuan las personas justas.15
No es difícil entender que quien suscriba una teoría del desarrollo moral de este tipo encontrará razonable concluir que no es prudente exponer a niños pequeños a representaciones de acciones moralmente reprensibles. Con lo que no es tan fácil estar de acuerdo es con la postura que adopta Platón respecto al efecto que tiene la poesía en la psyche madura. En esencia, lo que preocupa a Platón es que el contacto con la poesía imitativa desencadena emociones que desafían la autoridad de la razón sobre la mente. Ante esta postura, es natural preguntarse si la respuesta emocional propiciada por la mímesis poética es necesariamente desestabilizadora y peligrosa. Esto es, justamente, lo que Aristóteles pone en duda en su Poética. Como sucede con su respuesta a la acusación, según la cual los poetas son intelectualmente incompetentes, la que, como vimos, desvirtuó observando que el tragedista desprende verdades universales acerca del carácter humano, la respuesta de Aristóteles a la actual preocupación es reveladora de profundas debilidades en la posición platónica.
Aristóteles concede sin ambages que la tragedia desencadena en su público una respuesta emocional: lo que no entiende es que esto necesariamente tenga efectos dañinos para el alma. Es más, según él, el telos de la tragedia es propiciar una catharsis de las emociones de piedad y miedo (véase Poética, 1449b, 28). Ahora bien, aunque es claro que Aristóteles considera dicha catarsis emocional como algo benéfico para quien la experimenta, desafortunadamente no es tan claro cómo sucede. Una manera de interpretar la noción de catarsis trágica es referirse a un proceso de alivio emocional, similar al que, en un contexto diferente, Aristóteles afirma que propicia la música (véase Política, 1341b, 37 y ss.). Según esta lectura, al presenciar una tragedia, el individuo asistiría a un despertar de las emociones de piedad y miedo; el contexto teatral permitiría que dichas emociones surgieran y se disiparan de manera controlada, volviéndolas inofensivas. La tragedia serviría, pues, como una especie de purgante emocional; lejos de representar la amenaza que Platón detectaba, funcionaría más bien como un remedio para la psyche, como algo que contribuye a asegurar su bienestar.
Una debilidad de la interpretación anterior es que no constituye una buena réplica a la crítica platónica de la mímesis poética. Platón sospecha de la poesía precisamente porque suscita una respuesta emocional, lo que, de acuerdo con la teoría psicológica desarrollada a lo largo de la República, es algo que necesariamente altera la armonía del alma. Como sostiene en su tercer y más grave argumento contra la poesía imitativa en el libro x, la poesía "alimenta y riega" los deseos y las emociones: y una vez que estas manifestaciones de la parte irracional del alma despuntan, de manera progresiva van ganando fuerza y desplazando a la razón de su posición de control. Con sólo afirmar que la tragedia suscita un despertar y una posterior purga emocional no se está proporcionando una respuesta a la psicología racionalista de la República: simplemente se la está contraviniendo, sin proporcionar indicios de una teoría que la reemplace.
Independientemente de lo observado, la interpretación de la catarsis trágica como una purga emocional ha sido ampliamente criticada (véanse Golden, 1973; Lear, 1988; y Nussbaum, 2001: 388–391). No pretendo ahondar en estas críticas; apenas señalaré que la lectura en cuestión presupone que Aristóteles entiende como beneficioso para la psyche deshacerse de las emociones de piedad y miedo, mientras que en repetidas veces dice que hay ocasiones en las cuales es apropiado sentir estas (y otras tantas) emociones, e inapropiado no sentirlas (véanse Etica a Nicómaco, 1105b, 20–30; y Retórica, II). Lo que sí me interesa, en cambio, es delinear una lectura alternativa de la postura aristotélica que permita dar una mejor réplica a la desconfianza platónica de las emociones (para esto me apoyo en Schaper, 1968; Lear, 1988; y Halliwell, 2002: cap. 6).
Como dije antes, Aristóteles piensa en la catarsis de las emociones de piedad y miedo como el objetivo mismo de la tragedia. También observa que la mímesis poética induce un cierto placer: al presenciar una tragedia, y como resultado de la catarsis, el espectador experimenta placenteramente la piedad y el miedo. Cabe preguntarse: ¿por qué derivaríamos placer al presenciar los eventos representados en una tragedia (infanticidio, parricidio, incesto, traición, mutilación, asesinato)? Según Platón, el placer experimentado no es más que la gratificación de la parte irracional del alma, a la cual le ha sido permitido surgir y manifestarse en respuesta a la representación de eventos ficticios; la preocupación resultante es que la laxitud del espectador permita que su faceta irracional se acreciente y comience a ejercer influencia en juicios y acciones más allá del contexto teatral. De acuerdo con Aristóteles, en contraste, el placer experimentado como resultado de presenciar una tragedia no es algo moralmente problemático, pues en general no sentimos placer al enterarnos del sufrimiento ajeno en contextos no ficticios, a menos que seamos pervertidos. Pero, entonces, ¿qué suscita dicho placer? Tal como lo entiendo, la respuesta de Aristóteles es que el placer lo suscita la tragedia en sí: la imitación lograda y deliberada de una acción coherente y autocontenida en la que se presentan eventos que nos llenan de piedad y de miedo. En otras palabras, la catarsis de las emociones de piedad y de miedo conlleva al disfrute de una obra de arte.
¿De qué manera operaría este proceso? Es cierto que la reacción emocional del espectador de una tragedia responde a eventos que él o ella reconocen como espantosos. Pero el espectador también entiende que los eventos representados por el tragedista son universalizables, en el sentido de que podrían ocurrirle a personas como él o ella. Dicho de otra manera, ser afectado por una tragedia es hacerse una idea de la falibilidad, la vulnerabilidad y el sufrimiento humano. Como esta idea es producto de una respuesta emocional, difiere de un entendimiento puramente intelectual de la condición humana, pero no hay motivo para pensar que esto disminuya su valor. No obstante, es importante notar que el proceso catártico así interpretado necesariamente involucra al entendimiento, pues transforma la respuesta emocional del espectador en una forma de conocimiento. Así pues, a diferencia tanto de la teoría platónica como de la interpretación de catarsis como purga emocional, la actual lectura explica por qué la respuesta emocional del espectador de una tragedia es cualitativamente diferente de las emociones que las dramatis personae experimentan en escena.
Si lo anterior es acertado, la Poética ofrece un argumento según el cual, gracias a sus méritos temáticos y formales, una tragedia provoca en el espectador una respuesta emocional que, transformada por el intelecto, acrecienta su conciencia moral. Esto podría sugerir que, en general, Aristóteles valora las emociones cuando desembocan en algún tipo de estado cognoscitivo, e intenta rescatar las emociones de la crítica de Platón mostrando cómo en ocasiones pueden suplementar a la razón. Pero aunque Aristóteles, en efecto, piensa que las emociones pueden jugar ese papel, también piensa que son valiosas en sí mismas (cfr., Nussbaum, 2001: 391–392; y 1994: cap. 3). Para él, una persona de buen carácter no es aquella que, confrontada con una situación moralmente comprometedora, simplemente responde de manera intelectualmente apropiada, sino aquella cuya respuesta también es apropiada en el plano emocional (véase Etica a Nicómaco, 1109b 30–32). Tomemos como ejemplo el caso del dolor causado por alguna gran desgracia, como la pérdida de un hijo. Para Platón, una persona razonable y moralmente madura debe, en la medida de lo posible, contener ese dolor, en privado y especialmente en público. Esto es algo que debe ser hecho mediante una especie de cálculo racional: al confrontarse con un evento desafortunado, una persona así entenderá que
[...] lo más positivo es guardar al máximo la calma [...] y no irritarse, dado que no está claro qué hay de bueno y qué hay de malo en tales sucesos, que no se adelanta nada en afrontarlos coléricamente y que además ninguno de los asuntos humanos es digno de gran inquietud; y que la aflicción se torna un obstáculo para lo que debería sobrevenir rápidamente en nuestra ayuda en tales casos, [esto es,] la reflexión sobre lo que ha acontecido. Como cuando se echan los dados, frente a la suerte echada hay que disponer los propios asuntos del modo que la razón escoja como el mejor; y no hacer como los niños, que, tras haberse golpeado, se agarran la parte afectada y pasan el tiempo dando gritos, sino acostumbrar al alma a darse la curación rápidamente y a levantar la parte caída y lastimada, suprimiendo la lamentación con el remedio. (Rep., X 604 b–d)
Aristóteles no concuerda con esta concepción proto–estóica de la virtud. Para él, una persona de buen carácter, una persona que aspire a la excelencia moral, es aquella que logre encontrar un "término medio tanto en las acciones como en las pasiones" (Etica a Nicómaco, 1109a 23–24). Así, Aristóteles está de acuerdo con Platón en pensar que un padre cuyo hijo ha muerto no debería quedar paralizado por el dolor y entregarse a la lamentación. Sin embargo, Aristóteles considera que sería indicio de una carencia moral si el padre no experimentara pesar y duelo a raíz de su pérdida: esto sería como si para él la vida de su hijo y el lazo paterno fueran cosas de poco valor.
El desacuerdo entre Platón y Aristóteles es, pues, fundamental: es, en esencia, un desacuerdo sobre lo que constituye una vida virtuosa. Para Platón
[...] el hombre [razonable] será el que más se baste a sí mismo para vivir bien; y que se diferencia de los demás en que es quien menos necesita de otro [...] y será también quien menos se lamente cuando le acontezca una desgracia como verse privado de un hijo o de un hermano, o bien de riquezas o de cualquier otro bien, y el que con mayor moderación la soportará. (Rep., III 387 d–e)
Una persona así no siente apego por los asuntos humanos, y se vale del cálculo racional para suprimir sus emociones, evitando que éstas interfieran con su proceder. Aristóteles rechaza el ideal ascético de la República, afirmando en cambio la importancia de los lazos interpersonales y de los asuntos del mundo, cuando éstos se emprenden en forma apropiada. Adicionalmente, Aristóteles rechaza la idea de que ciertas emociones deben ser reprimidas por siempre, sustituyéndola por una teoría moral según la cual, así como el resto de nuestro carácter, nuestras respuestas emocionales deben ser cultivadas y entrenadas. Ésta es una empresa para la cual, a diferencia de Platón, puede reclutar la ayuda de algo que con razón tiene como uno de los más grandes logros de su cultura: la tragedia.
BIBLIOGRAFÍA
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NOTAS
1 La postura que Platón adopta respecto de la poesía a través de sus diálogos ha dado lugar a una muy variada y amplia literatura (para una revisión bibliográfica reciente véase Griswold, 2009). Lo que aquí se propone es una lectura fresca, sistemática y crítica de aquellos pasajes de la República que forman parte central de esta discusión.
2 En Banquete, 205c, la sacerdotisa Diotima instruye a Sócrates: "Tú sabes que la idea de creación (poíesis) es algo múltiple, pues en realidad toda causa que haga pasar cualquier cosa del no ser al ser es creación, de suerte que también los trabajos realizados en todas las artes son creaciones y los artífices de éstas son todos creadores (poietaí) [...] Pero también sabes [que a dichos artífices] no se les llama 'poetas', sino que tienen otros nombres y que del conjunto entero de creación se ha separado una parte, la concerniente a la música y al verso, y se la denomina con el nombre del todo. Únicamente a esto se llama, en efecto, 'poesía', y 'poetas' a los que poseen esta porción de la creación".
3 Banquete, 210a ss. No se infiera de lo dicho que Platón jamás utiliza el concepto de belleza en un sentido por lo menos parcialmente estético: véase, por ejemplo, Rep., V 476b.
4 Platón tiene dos razones para exigir que los habitantes de una ciudad idealmente constituida se dediquen a una sola función. La primera es que, en vez de que cada persona intente satisfacer todas sus necesidades, es más eficiente que cada trabajador se especialice en una actividad y que con lo que devengue de su trabajo obtenga de otros lo que no pueda procurase por sí mismo. La segunda es que, como resultado de una división estricta del trabajo, las personas pueden dedicarse al tipo de actividad más acorde con su naturaleza. A este respecto véanse Rep., II 369d–370c y 374b; III 394e–395b; y IV 423c–d y 443c–e.
5 Platón menciona explícitamente la pintura, el tejido, el bordado y la arquitectura (Rep., III 401a).
6 Los tragedistas son llamados imitadores en Rep., X 597e; Homero (y por extensión los demás poetas épicos) en Rep., X 598e.
7 Aristóteles insiste en este punto cuando argumenta que el espectador aprende algo cuando observa una pintura imitativa, siendo ésta la razón, según él, por la cual se deriva placer de la imitación. Véase Poética, IV 1448b, 8–20.
8 Cuando Aristóteles compara la poesía y la pintura (Poética, I 1447a, 19–20; y II 1448a, 4—

, lo hace para justificar la afirmación, heredada directamente de Platón, de que la tragedia, la comedia y la épica son modos de imitación. La diferencia es que Aristóteles en ningún momento intenta desacreditar a la pintura o a la poesía como actividades intelectualmente desdeñables.
9 Véanse Apología, 22b–c; Menón, 99c–d; Ion, 534e–535a. En Fedro, 245a, aunque la poesía también es entendida como una forma de locura divinamente inspirada, es vista de manera favorable por esa precisa razón. Martha Nussbaum (2001: 200–227) propone una lectura del Fedro como (entre otras cosas) una retracción parcial de la postura adoptada en la República frente a la poesía.
10 El paradójico uso por parte de Platón de extensos recursos poéticos (la adopción de la forma del diálogo, la referencia a mitos en el seno de sus argumentos ––incluida la discusión con la que culmina el propio libro X de la República–– , las frecuentes citas a versos homéricos) ha suscitado grandes debates, al margen de los cuales tendré que permanecer para efectos de este trabajo. Algunas discusiones recientes pueden encontrarse en Rosen, 1988: cap. 1; y Brisson, 2004.
11 Es posible que Aristóteles haya teorizado sobre géneros poéticos diferentes a la tragedia, pero si lo hizo sus textos no sobrevivieron.
12 El argumento presentado en Rep., X 602c–605c es poco claro y su interpretación famosamente elusiva. La actual lectura se apoya, en parte, en Nehamas, 1982: 64–66.
13 Véase Rep., IV 434d–441c. La teoría psicológica iniciada en este pasaje es desarrollada en los libros VIII y IX.
14 Sergio Ariza (2009: 19) propone una explicación de por qué Platón piensa que la mímesis poética tiende a atraer la parte inferior del alma distinta de la que se explora aquí. El género mimético se rige por leyes estéticas propias. Mientras que bien se puede hacer una narración simple sin hacer uso de recursos poéticos (el resultado será una narración no poética, mas no necesariamente una mala narración), si se hiciera una imitación que no siguiera ciertos principios poéticos, el resultado no sería una imitación no poética, sino una mala imitación. El problema es que las leyes estéticas que rigen a la mímesis no coinciden con los objetivos morales perseguidos por Platón: dichas leyes privilegian los discursos exaltados de personas no moderadas por encima de personificaciones de carácteres sobrios, cuya representación resulta sosa y no captura el interés de su audiencia pretendida.
15 Véase Etica a Nicómaco, II–IV, en particular la discusión en 1104b, 9–14 y 1105b, 5–10, y también Poética, 1448b, 8.
INFORMACIÓN SOBRE EL AUTOR
Federico Marulanda: Doctor en filosofía por la Columbia University (2007). Profesor–investigador en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Sus principales líneas de investigación son la filosofía de la lógica, la filosofía política y la historia de la filosofía. Sus publicaciones recientes incluyen: "La noción de contradicción como punto de entrada a la filosofía de la lógica del Wittgenstein tardío" (por aparecer en Wittgenstein en español, vol. III, Veracruz, Universidad Veracruzana, 2012), "Límites y virtudes de la formalización lógica" (en Contribuciones a la teoría de la argumentación, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 2010).
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