Juicio a Sócrates y la poesía
Publicado: Mar, 31 Dic 2024 14:21
PROPUESTA:
Al filo de despedir 2024 quiero proponer a la Asamblea Alaire este JUICIO A SÓCRATES. Se trataría de que diéramos continuidad al texto que propongo como punto de partida para completarlo con las reflexiones, conclusiones y veredicto de cada participante. Deberían salir historias y propuestas distintas, pero enriquecedoras, sobre Sócrates y - fundamentalmente- la Poesía, que es de lo que se trata.
No os dé pereza y vamos a ver si entre todos hacemos algo mucho más que interesante o si solamente se queda en una propuesta de año nuevo. Naturalmente, incluiré mi parte sobre este juicio una vez se hayan terminado las diferentes propuestas. Salud.
TEXTO

JUICIO A SÓCRATES
La condena de Sócrates y la poesía
Julio González Alonso
Ha resultado ser el caso que, leyendo los “Diálogos socráticos” de Platón, en la apología que ante el jurado ateniense hace el pensador griego en su defensa, vine a sentirme como uno más de aquellos ciudadanos airados que pedían la muerte del filósofo y, de igual modo, me sentí dudoso ante el sentido de mi voto en la Asamblea. Ciertamente, no iba mal encaminado el discurso de Sócrates con los argumentos esgrimidos en su legítima defensa que despertaban en mí una sincera simpatía y reconocimiento, más allá de la compasión.
Pero, hete aquí cómo, alcanzando a demostrar la ignorancia de los que creen saber algo y no saben que no saben nada, llegó al número de los poetas, despachando sin un asomo de titubeo las palabras que cito a continuación:
Pues, después de los políticos, me fui a los poetas, a los autores de tragedias y a los de ditirambos y a los demás, como en la idea de que allí sí que me iba a coger in flagrante a mí mismo de ser más ignorante que ellos. Recopilando pues de sus creaciones las que mejor trabajadas me parecía que les había salido, les iba preguntando a ellos qué era lo que querían decir, para de paso ir también aprendiendo de ellos alguna cosa.
Pues sí, me da vergüenza, ciudadanos, de deciros la verdad; mas sin embargo, hay que decirla. Que es que casi cualquiera, por así decir, de todos los que se hallaban presentes podía mejor que ellos mismos explicarse acerca de los poemas de que ellos eran los autores. A su vez pues conocí también sobre los poetas al cabo de poco tiempo que eso era lo que pasaba: que no por inteligencia o sabiduría creaban los poemas que creaban, sino por una cierta manera de ser suya y poseídos de divinidad, igual que los videntes y los adivinos; porque decir, también esos dicen muchas y hermosas cosas y palabras, pero saber, no saben nada de lo que dicen. Algo como eso se me apareció que era también el trance en se encuentran los poetas, y al mismo tiempo me di cuenta de que ellos, en virtud de su poesía, se creían también en otras cosas los más inteligentes y sabios de los hombres; en las que no lo eran. Me marché pues también de allí pensando que justamente quedaba yo por encima de ellos en lo mismo en que lo estaba sobre los políticos.
Lo primero que quise pensar es que Sócrates pecaba de soberbia, o al menos de arrogancia. Pero, consultando y meditando los distintos significados de arrogancia y soberbia, me pareció oportuno retirar de su figura dichos apelativos y, aun con el dolor de entender que los poetas, del mismo modo que los políticos, filósofos y artistas en general, no escapan a la crítica socrática, me pareció –digo- más honesto y productivo considerar primero lo que yo creo saber sobre el tema. A fin de cuentas, con el orgullo legítimo de quien pretende escribir algo o hacer versos sobre algo, nada perdería en el empeño y tal vez tuviera al final un juicio más claro a la hora de decidir con mi voto el destino de Sócrates.
Puestos a la tarea me planteé en primer lugar la cuestión de la poesía y el poema como una de las formas de expresión del lenguaje. Y habiendo diferentes formas de lenguaje en su uso y expresión, quise centrarme fundamentalmente en el lenguaje poético.
Pues bien, ¿qué sé yo del lenguaje poético? ¿Qué es? Me doy cuenta de que no es lo que podemos llamar lenguaje coloquial, si llamamos así a aquella forma de hablar para comunicarnos nuestros deseos y hacernos entender (o no) en las conversaciones o en las acaloradas discusiones y, en fin, con el cual resolvemos las necesidades de nuestra vida cotidiana; no es tampoco a mi parecer el lenguaje académico o el científico con el que avanzan y se desenvuelven las distintas ciencias y artes; tampoco parece serlo el lenguaje periodístico cuando informa obre sucesos destacables o se extiende en artículos de opinión. Encuentro, por tanto, que el lenguaje particular de la poesía viene a ser una clase de lenguaje literario, más próximo al lenguaje musical que otros lenguajes literarios. Así pues, me parece a mí ver cómo la poesía se sostiene en los lenguajes precitados, el literario y el musical.
Sobre la música he podido leer en Schopenhauer, y aun haberme convencido, que es la expresión pura de la emoción, el camino que conecta directamente y sin intermediarios con el pensamiento. El lenguaje oral (o reflejado en lo escrito) no puede reproducir, como hace el pensamiento, la realidad pensada de manera global y completa, sino segmentada en la expresión articulada de esa realidad pensada. Por eso creo que Antonio Gamoneda tiene razón cuando habla de “la poesía pensada o del pensamiento”. Ese camino que recorre el lenguaje en general, en el poético pretende –como en la música- alcanzar la emoción pensada (o sentida, que es en sí una forma de pensar, de darle forma al sentimiento), y, con sus herramientas, reproducir o evocar subjetivamente esa emoción.
Ciertamente, no estoy muy seguro de encontrar la aprobación de Sócrates abriéndome paso entre las sombras de este discurso. Me parece que, a pesar de los 25 siglos de silencio, su acento crítico puede alcanzar fácilmente el torpe desenvolvimiento de mis argumentos. Agradeceré, no obstante, su escucha respetuosa, como corresponde al sabio, antes de emitir él su crítica o veredicto y yo mi voto.
Vuelvo, pues, al ruedo argumental para declarar lo obvio, aunque tantas veces sea lo obvio lo más ignorado, y es que el lenguaje poético del que estamos tratando tiene –como todo lenguaje- un valor comunicativo, pero que –también a diferencia de muchos de los lenguajes- el lenguaje poético no pretende ser objetivo y funcional al modo del lenguaje ordinario, sino subjetivo y emocional. Por ende, podemos afirmar que la poesía sirve para expresar lo que no se puede decir de ninguna otra manera.
Entonces, ¿cómo se adquiere el lenguaje poético? Es en este punto, maestro Sócrates, donde dándote la razón te la quito en parte.
- ¿Pero qué dices, alma de Dios, o qué estás queriendo al fin querer decir? La razón o se tiene o no se tiene. ¿Es que cabe acaso partir la razón y contener a la vez dos cosas contrarias?
Pues a ello voy, Sócrates, que sobre la virtud del poeta pones dos cosas distintas, como son la expresión de su arte y la inteligencia o conocimiento de ese arte. Y que, así como el que tiene de natural una bonita voz puede cantar e incluso hacerlo de manera agradable sin que el que canta sepa cómo lo hace, puede el poeta muy bien componer sus poemas con agrado sin otro conocimiento, sino –como bien has dicho- merced a “una cierta manera de ser suya”. Todas las personas nacemos con el don de todos los tipos de lenguaje, pero en mayor o menor grado. Hay personas en las que estas facultades están más desarrolladas o manifiestan tener mayores aptitudes, y de ahí saldrá un buen músico, un buen escritor o, en fin, un buen poeta. A las capacidades naturales hay que añadirles mucho trabajo y dedicación en orden a desarrollarlas, lo mismo que el atleta hace con su cuerpo. Con trabajo y la actitud adecuada el poeta encontrará la manera de producir lo que llamamos “inspiración”, el momento propicio en el que arrancar para desenvolverse en la escritura de una composición.
Según lo expuesto, el poeta será esa persona capaz de captar y dar sentido al ritmo implícito del lenguaje para hacerlo poético. El sentido del ritmo, sea acentual, de intensidad, de tono y timbre o rima, se tiene o no se tiene en la medida suficiente, cosa que –con la sencillez expresiva de su gesto- también me advirtió Antonio Gamoneda. Es algo que no lo da el estudio. Y Miguel de Cervantes (El Quijote, II, 16) lo manifiesta con toda naturalidad: “El poeta nace ( ) El natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor. El arte no aventaja a la naturaleza, sino que la perfecciona”.
Se ha hecho el silencio en la Asamblea. Sócrates me dirige una mirada profunda. Sonríe levemente. Y quiero entender el mensaje del maestro, del buen maestro, que aprecia el esfuerzo realizado ante el desafío de la tarea encomendada, la búsqueda honesta de respuestas, los pequeños aciertos, los errores disculpables y las cuestiones pendientes aún por resolver. El maestro que no enseña, sino que propicia el camino para que aprendas por ti mismo, el que es acicate con su actitud ante la búsqueda constante, la duda y el desafío de la incertidumbre como la mejor de las virtudes en el camino de la verdad, renunciando al acomodo estéril de la verdad dogmática, estancada o aventajada para beneficio de los propios intereses, ajenos a los generales del bien común. La figura de Sócrates se alza agigantada plantado ante mi discurso y la Asamblea que lo juzga. De su presencia emana la sabiduría del humilde que, adelantándose al siglo de Descartes, sabía que no sabía nada.
No temblará mi mano alzándose en la votación para proclamar, con la inocencia de Sócrates, la culpa de los jueces. Los poetas, en este momento trascendental, lo absuelven. Pero siempre fue minoritaria la poesía. Sócrates toma la cicuta.
González Alonso
Al filo de despedir 2024 quiero proponer a la Asamblea Alaire este JUICIO A SÓCRATES. Se trataría de que diéramos continuidad al texto que propongo como punto de partida para completarlo con las reflexiones, conclusiones y veredicto de cada participante. Deberían salir historias y propuestas distintas, pero enriquecedoras, sobre Sócrates y - fundamentalmente- la Poesía, que es de lo que se trata.
No os dé pereza y vamos a ver si entre todos hacemos algo mucho más que interesante o si solamente se queda en una propuesta de año nuevo. Naturalmente, incluiré mi parte sobre este juicio una vez se hayan terminado las diferentes propuestas. Salud.
TEXTO

JUICIO A SÓCRATES
La condena de Sócrates y la poesía
Julio González Alonso
Ha resultado ser el caso que, leyendo los “Diálogos socráticos” de Platón, en la apología que ante el jurado ateniense hace el pensador griego en su defensa, vine a sentirme como uno más de aquellos ciudadanos airados que pedían la muerte del filósofo y, de igual modo, me sentí dudoso ante el sentido de mi voto en la Asamblea. Ciertamente, no iba mal encaminado el discurso de Sócrates con los argumentos esgrimidos en su legítima defensa que despertaban en mí una sincera simpatía y reconocimiento, más allá de la compasión.
Pero, hete aquí cómo, alcanzando a demostrar la ignorancia de los que creen saber algo y no saben que no saben nada, llegó al número de los poetas, despachando sin un asomo de titubeo las palabras que cito a continuación:
Pues, después de los políticos, me fui a los poetas, a los autores de tragedias y a los de ditirambos y a los demás, como en la idea de que allí sí que me iba a coger in flagrante a mí mismo de ser más ignorante que ellos. Recopilando pues de sus creaciones las que mejor trabajadas me parecía que les había salido, les iba preguntando a ellos qué era lo que querían decir, para de paso ir también aprendiendo de ellos alguna cosa.
Pues sí, me da vergüenza, ciudadanos, de deciros la verdad; mas sin embargo, hay que decirla. Que es que casi cualquiera, por así decir, de todos los que se hallaban presentes podía mejor que ellos mismos explicarse acerca de los poemas de que ellos eran los autores. A su vez pues conocí también sobre los poetas al cabo de poco tiempo que eso era lo que pasaba: que no por inteligencia o sabiduría creaban los poemas que creaban, sino por una cierta manera de ser suya y poseídos de divinidad, igual que los videntes y los adivinos; porque decir, también esos dicen muchas y hermosas cosas y palabras, pero saber, no saben nada de lo que dicen. Algo como eso se me apareció que era también el trance en se encuentran los poetas, y al mismo tiempo me di cuenta de que ellos, en virtud de su poesía, se creían también en otras cosas los más inteligentes y sabios de los hombres; en las que no lo eran. Me marché pues también de allí pensando que justamente quedaba yo por encima de ellos en lo mismo en que lo estaba sobre los políticos.
Lo primero que quise pensar es que Sócrates pecaba de soberbia, o al menos de arrogancia. Pero, consultando y meditando los distintos significados de arrogancia y soberbia, me pareció oportuno retirar de su figura dichos apelativos y, aun con el dolor de entender que los poetas, del mismo modo que los políticos, filósofos y artistas en general, no escapan a la crítica socrática, me pareció –digo- más honesto y productivo considerar primero lo que yo creo saber sobre el tema. A fin de cuentas, con el orgullo legítimo de quien pretende escribir algo o hacer versos sobre algo, nada perdería en el empeño y tal vez tuviera al final un juicio más claro a la hora de decidir con mi voto el destino de Sócrates.
Puestos a la tarea me planteé en primer lugar la cuestión de la poesía y el poema como una de las formas de expresión del lenguaje. Y habiendo diferentes formas de lenguaje en su uso y expresión, quise centrarme fundamentalmente en el lenguaje poético.
Pues bien, ¿qué sé yo del lenguaje poético? ¿Qué es? Me doy cuenta de que no es lo que podemos llamar lenguaje coloquial, si llamamos así a aquella forma de hablar para comunicarnos nuestros deseos y hacernos entender (o no) en las conversaciones o en las acaloradas discusiones y, en fin, con el cual resolvemos las necesidades de nuestra vida cotidiana; no es tampoco a mi parecer el lenguaje académico o el científico con el que avanzan y se desenvuelven las distintas ciencias y artes; tampoco parece serlo el lenguaje periodístico cuando informa obre sucesos destacables o se extiende en artículos de opinión. Encuentro, por tanto, que el lenguaje particular de la poesía viene a ser una clase de lenguaje literario, más próximo al lenguaje musical que otros lenguajes literarios. Así pues, me parece a mí ver cómo la poesía se sostiene en los lenguajes precitados, el literario y el musical.
Sobre la música he podido leer en Schopenhauer, y aun haberme convencido, que es la expresión pura de la emoción, el camino que conecta directamente y sin intermediarios con el pensamiento. El lenguaje oral (o reflejado en lo escrito) no puede reproducir, como hace el pensamiento, la realidad pensada de manera global y completa, sino segmentada en la expresión articulada de esa realidad pensada. Por eso creo que Antonio Gamoneda tiene razón cuando habla de “la poesía pensada o del pensamiento”. Ese camino que recorre el lenguaje en general, en el poético pretende –como en la música- alcanzar la emoción pensada (o sentida, que es en sí una forma de pensar, de darle forma al sentimiento), y, con sus herramientas, reproducir o evocar subjetivamente esa emoción.
Ciertamente, no estoy muy seguro de encontrar la aprobación de Sócrates abriéndome paso entre las sombras de este discurso. Me parece que, a pesar de los 25 siglos de silencio, su acento crítico puede alcanzar fácilmente el torpe desenvolvimiento de mis argumentos. Agradeceré, no obstante, su escucha respetuosa, como corresponde al sabio, antes de emitir él su crítica o veredicto y yo mi voto.
Vuelvo, pues, al ruedo argumental para declarar lo obvio, aunque tantas veces sea lo obvio lo más ignorado, y es que el lenguaje poético del que estamos tratando tiene –como todo lenguaje- un valor comunicativo, pero que –también a diferencia de muchos de los lenguajes- el lenguaje poético no pretende ser objetivo y funcional al modo del lenguaje ordinario, sino subjetivo y emocional. Por ende, podemos afirmar que la poesía sirve para expresar lo que no se puede decir de ninguna otra manera.
Entonces, ¿cómo se adquiere el lenguaje poético? Es en este punto, maestro Sócrates, donde dándote la razón te la quito en parte.
- ¿Pero qué dices, alma de Dios, o qué estás queriendo al fin querer decir? La razón o se tiene o no se tiene. ¿Es que cabe acaso partir la razón y contener a la vez dos cosas contrarias?
Pues a ello voy, Sócrates, que sobre la virtud del poeta pones dos cosas distintas, como son la expresión de su arte y la inteligencia o conocimiento de ese arte. Y que, así como el que tiene de natural una bonita voz puede cantar e incluso hacerlo de manera agradable sin que el que canta sepa cómo lo hace, puede el poeta muy bien componer sus poemas con agrado sin otro conocimiento, sino –como bien has dicho- merced a “una cierta manera de ser suya”. Todas las personas nacemos con el don de todos los tipos de lenguaje, pero en mayor o menor grado. Hay personas en las que estas facultades están más desarrolladas o manifiestan tener mayores aptitudes, y de ahí saldrá un buen músico, un buen escritor o, en fin, un buen poeta. A las capacidades naturales hay que añadirles mucho trabajo y dedicación en orden a desarrollarlas, lo mismo que el atleta hace con su cuerpo. Con trabajo y la actitud adecuada el poeta encontrará la manera de producir lo que llamamos “inspiración”, el momento propicio en el que arrancar para desenvolverse en la escritura de una composición.
Según lo expuesto, el poeta será esa persona capaz de captar y dar sentido al ritmo implícito del lenguaje para hacerlo poético. El sentido del ritmo, sea acentual, de intensidad, de tono y timbre o rima, se tiene o no se tiene en la medida suficiente, cosa que –con la sencillez expresiva de su gesto- también me advirtió Antonio Gamoneda. Es algo que no lo da el estudio. Y Miguel de Cervantes (El Quijote, II, 16) lo manifiesta con toda naturalidad: “El poeta nace ( ) El natural poeta que se ayudare del arte será mucho mejor. El arte no aventaja a la naturaleza, sino que la perfecciona”.
Se ha hecho el silencio en la Asamblea. Sócrates me dirige una mirada profunda. Sonríe levemente. Y quiero entender el mensaje del maestro, del buen maestro, que aprecia el esfuerzo realizado ante el desafío de la tarea encomendada, la búsqueda honesta de respuestas, los pequeños aciertos, los errores disculpables y las cuestiones pendientes aún por resolver. El maestro que no enseña, sino que propicia el camino para que aprendas por ti mismo, el que es acicate con su actitud ante la búsqueda constante, la duda y el desafío de la incertidumbre como la mejor de las virtudes en el camino de la verdad, renunciando al acomodo estéril de la verdad dogmática, estancada o aventajada para beneficio de los propios intereses, ajenos a los generales del bien común. La figura de Sócrates se alza agigantada plantado ante mi discurso y la Asamblea que lo juzga. De su presencia emana la sabiduría del humilde que, adelantándose al siglo de Descartes, sabía que no sabía nada.
No temblará mi mano alzándose en la votación para proclamar, con la inocencia de Sócrates, la culpa de los jueces. Los poetas, en este momento trascendental, lo absuelven. Pero siempre fue minoritaria la poesía. Sócrates toma la cicuta.
González Alonso