Los belenes se han perdido en las costuras de los pañales
Publicado: Jue, 19 Dic 2024 1:24
Cae la luz cuando al cielo le incomoda el paisaje,
las estrellas llaman a batalla
para combatir la sequedad de la visión convertida en oscuridad.
Y el niño se ilusiona,
sonríe buscando a su alrededor algo cómplice,
algo que le permita soñar,
descontar los días y esperar la bienaventuranza.
Los patios se esconden entre humedades y hollín,
las calles se arrinconan entre braseros de tea, anea y picón,
guantes de lana mugrienta con los dedos amputados,
manos de negra hornada,
sartén perforada, castañas asadas y mantas de negro linaje.
Calles desordenadas,
vacías cuando el frío ataca sin piedad,
la luz de unas bombillas desgastadas,
las casetas de madera con sus figuritas de barro,
el silencio durmiendo en la azotea,
la escarcha helada,
llorando en los adoquines desgastados,
mi calle callada, la suya adormecida,
la de ellos, entre cartones y ratas amigas.
Y los días pasan y las nubes no paran,
dicen que ya queda menos,
que casi ya está aquí,
y el niño mira y mira, vibra y vibra,
y tiembla de ilusión,
y se llena de esperanza.
Suenan zambombas, carracas, panderetas,
las calles se iluminan cuando el cielo se acuesta,
niños cantan villancicos,
la gente sonríe al ver el belén.
Abrazados en sueños, llegan a Nochebuena,
un trocito de pollo asado,
unas cuantas patatas,
sidra, algún polvorón, un trocito de turrón de cacahuete,
abrigos, bufandas, las doce menos diez,
misa de gallo.
Vuelta a casa, con visita al belén,
los reyes ya casi llegan,
la ilusión sigue viva,
y el rezo para que sepan que he sido bueno.
La noche de reyes nos envuelve entre viejas mantas,
sabanas de rayas y colchón de borra,
zapatos cosidos varias veces por el zapatero remendón
junto a la ventana,
a la espera del rey favorito y aquello que le pedí.
Amanece, pero al cielo aún le incomoda el paisaje.
Todo continua oscuro,
y junto a la ventana
tan solo se vislumbra la sombra de unos viejos zapatos.
Ahora me despierto con la calefacción encendida,
las luces de colores por toda la casa,
infinidad de regalos,
-apenas me hace falta nada-,
y una bata, unas zapatillas
y chocolate caliente para desayunar.
Junto a la ventana,
la sombra de unos viejos zapatos,
y la cara de un niño con lágrimas en los ojos.
A pesar de ello,
las arrugas ya nunca recuperarán aquella ilusión.
Los belenes se han perdido en las costuras de los pañales,
la Navidad nunca más volverá a ser aquella.
Tan solo nos quedan los recuerdos
y el sonido de una zambomba cuando cantábamos villancicos.
las estrellas llaman a batalla
para combatir la sequedad de la visión convertida en oscuridad.
Y el niño se ilusiona,
sonríe buscando a su alrededor algo cómplice,
algo que le permita soñar,
descontar los días y esperar la bienaventuranza.
Los patios se esconden entre humedades y hollín,
las calles se arrinconan entre braseros de tea, anea y picón,
guantes de lana mugrienta con los dedos amputados,
manos de negra hornada,
sartén perforada, castañas asadas y mantas de negro linaje.
Calles desordenadas,
vacías cuando el frío ataca sin piedad,
la luz de unas bombillas desgastadas,
las casetas de madera con sus figuritas de barro,
el silencio durmiendo en la azotea,
la escarcha helada,
llorando en los adoquines desgastados,
mi calle callada, la suya adormecida,
la de ellos, entre cartones y ratas amigas.
Y los días pasan y las nubes no paran,
dicen que ya queda menos,
que casi ya está aquí,
y el niño mira y mira, vibra y vibra,
y tiembla de ilusión,
y se llena de esperanza.
Suenan zambombas, carracas, panderetas,
las calles se iluminan cuando el cielo se acuesta,
niños cantan villancicos,
la gente sonríe al ver el belén.
Abrazados en sueños, llegan a Nochebuena,
un trocito de pollo asado,
unas cuantas patatas,
sidra, algún polvorón, un trocito de turrón de cacahuete,
abrigos, bufandas, las doce menos diez,
misa de gallo.
Vuelta a casa, con visita al belén,
los reyes ya casi llegan,
la ilusión sigue viva,
y el rezo para que sepan que he sido bueno.
La noche de reyes nos envuelve entre viejas mantas,
sabanas de rayas y colchón de borra,
zapatos cosidos varias veces por el zapatero remendón
junto a la ventana,
a la espera del rey favorito y aquello que le pedí.
Amanece, pero al cielo aún le incomoda el paisaje.
Todo continua oscuro,
y junto a la ventana
tan solo se vislumbra la sombra de unos viejos zapatos.
Ahora me despierto con la calefacción encendida,
las luces de colores por toda la casa,
infinidad de regalos,
-apenas me hace falta nada-,
y una bata, unas zapatillas
y chocolate caliente para desayunar.
Junto a la ventana,
la sombra de unos viejos zapatos,
y la cara de un niño con lágrimas en los ojos.
A pesar de ello,
las arrugas ya nunca recuperarán aquella ilusión.
Los belenes se han perdido en las costuras de los pañales,
la Navidad nunca más volverá a ser aquella.
Tan solo nos quedan los recuerdos
y el sonido de una zambomba cuando cantábamos villancicos.