Paseo
Publicado: Lun, 25 Nov 2024 11:25
I
Hoy he visto a la esposa de Thoreau:
la de ojillos cansados, la de labios ufanos.
Me ha besado la piel. Me ha cogido las manos,
¡oh, no hubo adiós, hermanos, no!
Corrí tras ella y fui feliz...
como el niño que abraza a una madre perdida
y, en torrente de lágrimas, augura que su herida
no será más que salva cicatriz.
Y pasé los maizales
de la fértil milicia
entre luz y cristal,
y eran esos penachos generales,
y eran las hojas de impartir justicia,
y era el ruido pecado capital.
Pequé, tal vez, pisando el mineral
y los restos decrépitos de los que antes pisaron...
y escuché, en mis entrañas, las espadas que entraron
solo para pasar el mal
y ser total mi puro amor...
¡Cuánta estirpe gloriosa de mis pasos es huella!
¡Cuánto rey, cuánta patria, cuánta sombra y estrella!
¡Cuántas noches han sido, cuánto albor!
Luego oí la romanza
que al marino sorprende,
y su brisa fue voz.
—¡Perdón inmerecido, oh, esperanza!
Dejé mi hogar. Mi verso solo ofende,
pero es tu lástima un favor atroz.
Yo me fui. Abandoné mi madre fiel.
Y he nacido entre fábricas... y carbones y guerra,
no conozco tu historia, he olvidado mi tierra,
¿por qué me ofreces tu vergel
como flor de pureza y paz...?
—¿Y a qué no hacerlo, niño? ¿No acarician mis ramas
tu cuna, recordando de ayer ánima y llamas?
¡Oh, mi paloma tímida y torcaz...!
¡Todo es grande en tu seno
de misterio y orgullo,
del león a la hormiga!
¿No me ves pequeño, casi obsceno,
meciéndome en tu tierno y manso arrullo
como una pobre, breve y cruel espiga...?
Ya al momento pensaba: «no es verdad:
no merezco perdón, sino látigo y pena».
Y en tu ánfora de unión, de dulce aliento llena,
se consoló mi necedad;
¡oh, lloré al cierzo...! Y me abrazó...
Y oí dos golpes luego; sacudiendo los charcos
como enérgicos niños, como furiosos barcos,
y el perro que jugaba me miró.
No sería tan digno
sin su lago este lobo.
«¡Si vieras Fontainebleau...!»
—Reí. ¡Oh, él mi alma vio y juzgó, benigno!
Y me manchó con tan ingenuo arrobo,
que limpiarme después me avergonzó.
Y allí escuché los bueyes sollozar...
y creí su canción un cantar de pastores
que el erial floreciente guarnecía de amores,
de claro azur y de pinar.
¡Si yo pudiera amarte así,
como sé que aman ellos su atardecer rosáceo!
Dormir al rosicler, en tu tálamo herbáceo,
¡y vivir solo para mí...!
Yo no quiero vivir
sino para la vida
más honesta y cabal...
y ser uno contigo, o sucumbir.
Y el manantial beber que en mi alma anida,
que es de beber tu hálito y cristal.
Pero mi sueño muere al ver cruzar
ese azor imperial, humilde y majestuoso,
que del polvo remonta... más santo que azaroso.
¡Cometa que es razón guiar
tu brazo de verdor y luz...!
¡Cometa que en los aires ondeas, misteriosa,
como esfinge de Orión o esfinge de la Osa,
marcando el brazo la testuz!
Él es el rey guerrero
que ordena la vanguardia
de tu tierra bendita,
y es mirífico, expédito, su esmero,
todo ve y todo exije... y es el guardia
de la madre que adora y necesita.
¡Ay, madre cabizbaja, ay, corazón!
Hemos cortado tu árbol del bien —y solo el bien—
y sembrado el del mal, como hijos del desdén.
¡Madre del sueño y la razón...
si te quisieras defender!
Tienes tus soldaditos de plomo, hechos bellotas...
¡y en tus trufas, los duendes afilan las picotas,
alejados del ruido, igual que ayer!
Yo casi puedo oír
al hermano perdido
mientras sigo mi viaje.
Y en vez de oro o de inmérito zafir,
me enaltece la flor que le has tendido
como rosa divina en tu paraje...
¡Dispara, oh, tu arco de oro al cazador,
como lo haces ahora con placer y provecho!
Pero hazlo con horror, Dea, hazlo con despecho,
y acaba ya con el traidor
que ensangrienta tu mar.
¡Saca tus armas, madre...! ¡Envía al saltamontes
que en tus ramas ve obstáculos y finge ver los montes!
¡Oh, a luchar y jinetear!
Deja a tu alondra esquiva,
¡oh, esquivar fauno y aire,
como debe la ninfa!
Y déjame ensalzar tu voz altiva;
en mi viaje de palma y de donaire,
y beber de tus lirios blanca linfa...
¡Tu agua es bautismo de ese Midas rey...!
Tus bandadas bravías... valientes marineros,
o alba constelación de los barcos primeros.
¡Oh, eres férrea y blanda ley,
eres rabia y también perdón...!
¡Madre, tienes adelfas... y las bestias pequeñas
y las grandes y hermosas! ¡Tú todo nos enseñas!
¡Y no aprendemos de tu acción!
Así seguí el camino.
Me perdí. Y no importó.
Todo allí me es precioso.
Yo prefiero el vivir salvaje al fino,
y el cantar del jilguero al de Rimbaud,
y odio el cuarto sin luz del estudioso.
Después... después debí de regresar
y deshacer los pasos que el alcor dibujaba.
Y en la vuelta penosa... yo tan solo pensaba
que tú siempre nos has amar...
que habrás de defenderte al fin
y que, otra vez, el nombre del templo sacrosanto
se habrá de celebrar entre lauro y acanto...
¡oh, del alto al más lánguido confín!
Hoy he visto a la esposa de Thoreau:
la de ojillos cansados, la de labios ufanos.
Me ha besado la piel. Me ha cogido las manos,
¡oh, no hubo adiós, hermanos, no!
Corrí tras ella y fui feliz...
como el niño que abraza a una madre perdida
y, en torrente de lágrimas, augura que su herida
no será más que salva cicatriz.
Y pasé los maizales
de la fértil milicia
entre luz y cristal,
y eran esos penachos generales,
y eran las hojas de impartir justicia,
y era el ruido pecado capital.
Pequé, tal vez, pisando el mineral
y los restos decrépitos de los que antes pisaron...
y escuché, en mis entrañas, las espadas que entraron
solo para pasar el mal
y ser total mi puro amor...
¡Cuánta estirpe gloriosa de mis pasos es huella!
¡Cuánto rey, cuánta patria, cuánta sombra y estrella!
¡Cuántas noches han sido, cuánto albor!
Luego oí la romanza
que al marino sorprende,
y su brisa fue voz.
—¡Perdón inmerecido, oh, esperanza!
Dejé mi hogar. Mi verso solo ofende,
pero es tu lástima un favor atroz.
Yo me fui. Abandoné mi madre fiel.
Y he nacido entre fábricas... y carbones y guerra,
no conozco tu historia, he olvidado mi tierra,
¿por qué me ofreces tu vergel
como flor de pureza y paz...?
—¿Y a qué no hacerlo, niño? ¿No acarician mis ramas
tu cuna, recordando de ayer ánima y llamas?
¡Oh, mi paloma tímida y torcaz...!
¡Todo es grande en tu seno
de misterio y orgullo,
del león a la hormiga!
¿No me ves pequeño, casi obsceno,
meciéndome en tu tierno y manso arrullo
como una pobre, breve y cruel espiga...?
Ya al momento pensaba: «no es verdad:
no merezco perdón, sino látigo y pena».
Y en tu ánfora de unión, de dulce aliento llena,
se consoló mi necedad;
¡oh, lloré al cierzo...! Y me abrazó...
Y oí dos golpes luego; sacudiendo los charcos
como enérgicos niños, como furiosos barcos,
y el perro que jugaba me miró.
No sería tan digno
sin su lago este lobo.
«¡Si vieras Fontainebleau...!»
—Reí. ¡Oh, él mi alma vio y juzgó, benigno!
Y me manchó con tan ingenuo arrobo,
que limpiarme después me avergonzó.
Y allí escuché los bueyes sollozar...
y creí su canción un cantar de pastores
que el erial floreciente guarnecía de amores,
de claro azur y de pinar.
¡Si yo pudiera amarte así,
como sé que aman ellos su atardecer rosáceo!
Dormir al rosicler, en tu tálamo herbáceo,
¡y vivir solo para mí...!
Yo no quiero vivir
sino para la vida
más honesta y cabal...
y ser uno contigo, o sucumbir.
Y el manantial beber que en mi alma anida,
que es de beber tu hálito y cristal.
Pero mi sueño muere al ver cruzar
ese azor imperial, humilde y majestuoso,
que del polvo remonta... más santo que azaroso.
¡Cometa que es razón guiar
tu brazo de verdor y luz...!
¡Cometa que en los aires ondeas, misteriosa,
como esfinge de Orión o esfinge de la Osa,
marcando el brazo la testuz!
Él es el rey guerrero
que ordena la vanguardia
de tu tierra bendita,
y es mirífico, expédito, su esmero,
todo ve y todo exije... y es el guardia
de la madre que adora y necesita.
¡Ay, madre cabizbaja, ay, corazón!
Hemos cortado tu árbol del bien —y solo el bien—
y sembrado el del mal, como hijos del desdén.
¡Madre del sueño y la razón...
si te quisieras defender!
Tienes tus soldaditos de plomo, hechos bellotas...
¡y en tus trufas, los duendes afilan las picotas,
alejados del ruido, igual que ayer!
Yo casi puedo oír
al hermano perdido
mientras sigo mi viaje.
Y en vez de oro o de inmérito zafir,
me enaltece la flor que le has tendido
como rosa divina en tu paraje...
¡Dispara, oh, tu arco de oro al cazador,
como lo haces ahora con placer y provecho!
Pero hazlo con horror, Dea, hazlo con despecho,
y acaba ya con el traidor
que ensangrienta tu mar.
¡Saca tus armas, madre...! ¡Envía al saltamontes
que en tus ramas ve obstáculos y finge ver los montes!
¡Oh, a luchar y jinetear!
Deja a tu alondra esquiva,
¡oh, esquivar fauno y aire,
como debe la ninfa!
Y déjame ensalzar tu voz altiva;
en mi viaje de palma y de donaire,
y beber de tus lirios blanca linfa...
¡Tu agua es bautismo de ese Midas rey...!
Tus bandadas bravías... valientes marineros,
o alba constelación de los barcos primeros.
¡Oh, eres férrea y blanda ley,
eres rabia y también perdón...!
¡Madre, tienes adelfas... y las bestias pequeñas
y las grandes y hermosas! ¡Tú todo nos enseñas!
¡Y no aprendemos de tu acción!
Así seguí el camino.
Me perdí. Y no importó.
Todo allí me es precioso.
Yo prefiero el vivir salvaje al fino,
y el cantar del jilguero al de Rimbaud,
y odio el cuarto sin luz del estudioso.
Después... después debí de regresar
y deshacer los pasos que el alcor dibujaba.
Y en la vuelta penosa... yo tan solo pensaba
que tú siempre nos has amar...
que habrás de defenderte al fin
y que, otra vez, el nombre del templo sacrosanto
se habrá de celebrar entre lauro y acanto...
¡oh, del alto al más lánguido confín!