por alcanzar los muros de una ciudad cerrada,
brota una melodía que hiere en una calle turbia,
postrada, olvidada, sin salida
como una mariposa que no sabe rezar
y mece un himno
ensangrentado de tinta entre las manos,
como una flor perdida en el misterio,
en un jarrón quebrado que muestra su agonía
y recita los pétalos de libertad de Jenny
en la frecuencia sublime que hablaba de redención.
Pero los poetas ya no escuchan la radio,
no dejan en las farolas un reguero de luz,
una estrofa de amor trémula, interrumpida
que lleguen a otros labios y derriben los muros.
Y tú y yo que cantamos tantas canciones,
que creímos en el poder taumatúrgico
de la música y la palabra
volvemos al silencio
mientras el mundo nos inunda con mensajes vacíos,
con rimas aceleradas en el pulso sin ritmo de la muerte.