Una punta de negro picón
Publicado: Jue, 07 Nov 2024 1:30
Cae lluvia sobre las tejas de arcilla y musgo
y la veo resbalar sobre los cristales
como lágrimas dormidas en la madera carcomida.
Es invierno, de esos que el frío te aprieta,
te desordena si no estás junto al brasero.
Es entonces cuando la tea enciende el negro picón,
y las brasas endulzan el calor de tu cuerpo helado.
Y sientes sobre tus piernas el manto de la mesa camilla,
al frío huir en busca de cobijo por cualquier rincón
en espera de un nuevo ataque,
hasta que tu cuerpo se acurruque en un colchón de borra
y sienta el calor de esa bolsa de agua caliente
qué mamá removió por las frías sábanas almidonadas.
Oyes golpear la lluvia sobre la repisa de una ventana
castigada por los años,
y sientes sobre tu cabeza desprotegida de calor
un chorro de aire húmedo
que la vieja madera es incapaz de evitar.
Te sientes, grande, protegido, seguro y abrigado,
y escuchas el lamento de un suave viento
al que la fina lluvia castiga.
Entre oscuridad y cansancio te duermes
tras escuchar la nana de unas ramas de árboles amigos
y de sus hojas bailando un vals,
bajo el llanto húmedo del cielo.
Y sueñas con dibujarlo todo por la mañana,
en tus hojas de papel arrugado,
con los lápices de colores arruinados de tamaño,
con tu cuerpo abrigado por un pijama de lana
y las piernas calientes en la mesa camilla.
Pero tus ojos ya no son los mismos de ayer,
mamá hace mucho tiempo que no prepara el brasero,
no calienta la cama,
el colchón ya no se alimenta de borra,
no cruje el somier de madera vieja ni de muelles hundidos,
no hay goteras,
ni existe madera podrida en un marco de aluminio.
Más aún buscas en la pared,
algún resquicio por donde salga un chorro de aire fresco.
Es entonces cuando te sientes de nuevo niño,
grande y abrigado,
pero, al mirar tras los cristales de la ventana,
no ves a tus amigos los árboles,
sus viejas ramas,
sus hojas dormidas cuando volaban en otoño,
el respirar fresco y puro de cualquier despertar de mañana,
el cielo azulado y bello pintado en un lienzo infinito,
tus pequeñas manos de fina piel…
Y desnudo, cabizbajo y en añoranza,
te separas de la ventana,
ahuyentas los viejos recuerdos y retornas a la realidad.
Y te das cuenta que aún tienes un sueño pendiente,
dibujarlo todo esta mañana,
pero no dispones de aquellos diminutos lápices de colores,
y estos, de mayor calidad y tamaño,
no valen para la imagen que ahora ven tus cansados ojos.
Así que abres la cajita de los tesoros,
donde antaño guardabas,
escondida entre huecos de pared y sueños de niño,
una punta de negro picón
con la que dibujar el paisaje de hoy.
El de antes, lo guardarás en la retina,
en la memoria,
y en el recuerdo de un niño sin necesidad de nada para ser feliz.
Tan solo te queda ya esa imagen en la memoria
y una cajita con una punta de negro picón.
y la veo resbalar sobre los cristales
como lágrimas dormidas en la madera carcomida.
Es invierno, de esos que el frío te aprieta,
te desordena si no estás junto al brasero.
Es entonces cuando la tea enciende el negro picón,
y las brasas endulzan el calor de tu cuerpo helado.
Y sientes sobre tus piernas el manto de la mesa camilla,
al frío huir en busca de cobijo por cualquier rincón
en espera de un nuevo ataque,
hasta que tu cuerpo se acurruque en un colchón de borra
y sienta el calor de esa bolsa de agua caliente
qué mamá removió por las frías sábanas almidonadas.
Oyes golpear la lluvia sobre la repisa de una ventana
castigada por los años,
y sientes sobre tu cabeza desprotegida de calor
un chorro de aire húmedo
que la vieja madera es incapaz de evitar.
Te sientes, grande, protegido, seguro y abrigado,
y escuchas el lamento de un suave viento
al que la fina lluvia castiga.
Entre oscuridad y cansancio te duermes
tras escuchar la nana de unas ramas de árboles amigos
y de sus hojas bailando un vals,
bajo el llanto húmedo del cielo.
Y sueñas con dibujarlo todo por la mañana,
en tus hojas de papel arrugado,
con los lápices de colores arruinados de tamaño,
con tu cuerpo abrigado por un pijama de lana
y las piernas calientes en la mesa camilla.
Pero tus ojos ya no son los mismos de ayer,
mamá hace mucho tiempo que no prepara el brasero,
no calienta la cama,
el colchón ya no se alimenta de borra,
no cruje el somier de madera vieja ni de muelles hundidos,
no hay goteras,
ni existe madera podrida en un marco de aluminio.
Más aún buscas en la pared,
algún resquicio por donde salga un chorro de aire fresco.
Es entonces cuando te sientes de nuevo niño,
grande y abrigado,
pero, al mirar tras los cristales de la ventana,
no ves a tus amigos los árboles,
sus viejas ramas,
sus hojas dormidas cuando volaban en otoño,
el respirar fresco y puro de cualquier despertar de mañana,
el cielo azulado y bello pintado en un lienzo infinito,
tus pequeñas manos de fina piel…
Y desnudo, cabizbajo y en añoranza,
te separas de la ventana,
ahuyentas los viejos recuerdos y retornas a la realidad.
Y te das cuenta que aún tienes un sueño pendiente,
dibujarlo todo esta mañana,
pero no dispones de aquellos diminutos lápices de colores,
y estos, de mayor calidad y tamaño,
no valen para la imagen que ahora ven tus cansados ojos.
Así que abres la cajita de los tesoros,
donde antaño guardabas,
escondida entre huecos de pared y sueños de niño,
una punta de negro picón
con la que dibujar el paisaje de hoy.
El de antes, lo guardarás en la retina,
en la memoria,
y en el recuerdo de un niño sin necesidad de nada para ser feliz.
Tan solo te queda ya esa imagen en la memoria
y una cajita con una punta de negro picón.