Laberinto #10
Publicado: Vie, 25 Oct 2024 22:10
10
Hubo un tiempo en que vivía rodeado de setos.
El Sol se colaba estirado y húmedo
como las gotas resbalando;
minúsculo e insuficiente
igual que las migajas del pan en la mesa;
alargado y blanco como la cocaína en la pantalla.
Yo lo devoraba y lo bebía y lo esnifaba,
en ese momento creía que bastaba mi fuego
para quemar los muros de la fronda
que me engullía
y confiado -Ícaro, Faetonte-
quise encontrar el centro del laberinto
como quien trata de encontrar el sentido del amor.
Así corría por los pasadizos verdes de mis días
como los críos maleducados por la tienda,
como los niños mimados en los restaurants,
como los niñatos con pasta por los clubes.
Así corría de día y noche como quien huye,
hasta que terminó la midriasis
y me dí cuenta que había perdido mis apuestas,
y esa infancia que perseguía
al adentrarme en los amaneceres desbaratados
desnutrido y deshidratado y desnortado.
Cuando me llegó la nueva patada en el pecho
me sacudió hasta los capilares.
Entonces ví las flores que había chafado,
las enredaderas partidas y colgantes;
la podredumbre;
y agoté lo del llanto y el flagelo,
lo de los pulmones huecos y el óxido en mis venas,
y lo de sísifo
y lo de tántalo
Lo de atlas.
Solo al sentir el vacío entre mis átomos llenarse
tras un abrazo umbilical y rojo,
entendí que me faltaba un plan para romper los portones,
que solo con mi débil llama
no alcanzaba.
Encontré mi núcleo y su suelo fértil
-mil campos en barbecho-
y nacieron leones incandescentes de mi mano,
llené mi espalda de ventanas
y en los huecos de las puñaladas anidaron las golondrinas,
las cigüeñas y los halcones, los gorriones y los colibríes;
en los huecos de las puñaladas habían nuevas vidas.
Empecé a hablar de lo de prometeo,
a construir un rompeolas y una playa en mis retinas,
y doblé el último recodo
y respiré como hacía tanto que no hacía.
Ví un arco verde y un sol de mármol;
la sombra se quedaba tras mis talones
y solo entonces, con toda esa compañía,
supe que saldría.
Hubo un tiempo en que vivía rodeado de setos.
El Sol se colaba estirado y húmedo
como las gotas resbalando;
minúsculo e insuficiente
igual que las migajas del pan en la mesa;
alargado y blanco como la cocaína en la pantalla.
Yo lo devoraba y lo bebía y lo esnifaba,
en ese momento creía que bastaba mi fuego
para quemar los muros de la fronda
que me engullía
y confiado -Ícaro, Faetonte-
quise encontrar el centro del laberinto
como quien trata de encontrar el sentido del amor.
Así corría por los pasadizos verdes de mis días
como los críos maleducados por la tienda,
como los niños mimados en los restaurants,
como los niñatos con pasta por los clubes.
Así corría de día y noche como quien huye,
hasta que terminó la midriasis
y me dí cuenta que había perdido mis apuestas,
y esa infancia que perseguía
al adentrarme en los amaneceres desbaratados
desnutrido y deshidratado y desnortado.
Cuando me llegó la nueva patada en el pecho
me sacudió hasta los capilares.
Entonces ví las flores que había chafado,
las enredaderas partidas y colgantes;
la podredumbre;
y agoté lo del llanto y el flagelo,
lo de los pulmones huecos y el óxido en mis venas,
y lo de sísifo
y lo de tántalo
Lo de atlas.
Solo al sentir el vacío entre mis átomos llenarse
tras un abrazo umbilical y rojo,
entendí que me faltaba un plan para romper los portones,
que solo con mi débil llama
no alcanzaba.
Encontré mi núcleo y su suelo fértil
-mil campos en barbecho-
y nacieron leones incandescentes de mi mano,
llené mi espalda de ventanas
y en los huecos de las puñaladas anidaron las golondrinas,
las cigüeñas y los halcones, los gorriones y los colibríes;
en los huecos de las puñaladas habían nuevas vidas.
Empecé a hablar de lo de prometeo,
a construir un rompeolas y una playa en mis retinas,
y doblé el último recodo
y respiré como hacía tanto que no hacía.
Ví un arco verde y un sol de mármol;
la sombra se quedaba tras mis talones
y solo entonces, con toda esa compañía,
supe que saldría.