El conde de Limón,
con gesto adusto, mirada severa,
aquella palabra anómala, Libertad,
dijo: “Tomemos estas islas
sin ron posible”.
Fue fácil, la Malinche nos guio.
Los brujos de don Juan
tenían preparado un ejército de palomas
junto a las señoritas de Aviñón,
del toque salimos comandantes
aquí y allá. Pinceladas graciosas
hacían de la conquista
una alborada, lunas de van Gogh
¡qué buenas paellas hacía el cabrón!
Todo era congruente:
Generamos estigmas en San Patricio,
rompimos los oleos que no le gustaban
para juntos morir dos veces más,
¿quién no se muere de vez en cuando
para que se llamara tal como ERA/ERES?
Divina, como la comedia,
Dante hubo de haberla conocido,
para así concebir tres infiernos más.
La cocina molecular
inundó las estancias,
Otoño sin medida
en la Biblioteca Nacional.
Yo te hice el crujiente de roca,
tu plato preferido,
tú la espuma de sacramento sufi,
me acostumbré.
Para alcanzar el milagro,
entre dioses no nos pisamos la manguera,
empezamos a enraizar Manhattan:
del Empire salieron hojas nuevas,
algún cuadro del MOMA
reverdeció, el puente de Brooklyn
eran lianas que llevaron nuestra memoria
hacia olvido de lo que no tiene
valor culinario:
Todo un sistema orgánico de vida.
Hno Renato




