Prisionera e invasora
Publicado: Lun, 29 Jul 2024 16:28
En aquel bar,
como los alcatraces en los nublos.
Así tú entraste en mí,
invasora, en aquella hora íntima
(quizás sería alguna de la alta madrugada)
manchada de cubatas
que convertía sombras en silencios
para la copa última,
y en deseo de ir en busca de otra barra.
No las oscuras calles,
cogidos de la mano y sin destino,
sino el furtivo beso conoció de nosotros
una posible historia apenas iniciada,
la lentitud de pasos
que empezaban a unirse en uno solo.
Aquel jardín perdido
bajo un sauce llorón serenamente cómplice
de una ciudad dormida, su encubierta desidia,
fue el refugio de dos cuerpos ardientes,
el mío sobre el tuyo, en ti clavado
como un injerto se une a la corteza abierta,
que apaciguó las ansias y el deseo.
Te vi partir cuando los adoquines
de las húmedas calles se teñían de luces
como los amarillos del otoño,
inédita, sin nombre,
más allá de la noche
y los primeros semáforos vivos,
y de los jardineros que regaban,
y de los pájaros en vuelo lento,
del instante de un pecho sin latido
del que te separabas.
Dejaste de ser cuerpo, solo sombra de un sueño,
fragancia de jazmín de cuando tus quince años,
prisionera en la cárcel de mi mente.
Cuando me sangras por adentro, se oye
como un eco en el tiempo
y un temblor silencioso de cadenas.
como los alcatraces en los nublos.
Así tú entraste en mí,
invasora, en aquella hora íntima
(quizás sería alguna de la alta madrugada)
manchada de cubatas
que convertía sombras en silencios
para la copa última,
y en deseo de ir en busca de otra barra.
No las oscuras calles,
cogidos de la mano y sin destino,
sino el furtivo beso conoció de nosotros
una posible historia apenas iniciada,
la lentitud de pasos
que empezaban a unirse en uno solo.
Aquel jardín perdido
bajo un sauce llorón serenamente cómplice
de una ciudad dormida, su encubierta desidia,
fue el refugio de dos cuerpos ardientes,
el mío sobre el tuyo, en ti clavado
como un injerto se une a la corteza abierta,
que apaciguó las ansias y el deseo.
Te vi partir cuando los adoquines
de las húmedas calles se teñían de luces
como los amarillos del otoño,
inédita, sin nombre,
más allá de la noche
y los primeros semáforos vivos,
y de los jardineros que regaban,
y de los pájaros en vuelo lento,
del instante de un pecho sin latido
del que te separabas.
Dejaste de ser cuerpo, solo sombra de un sueño,
fragancia de jazmín de cuando tus quince años,
prisionera en la cárcel de mi mente.
Cuando me sangras por adentro, se oye
como un eco en el tiempo
y un temblor silencioso de cadenas.