Miradas de alquitrán
Publicado: Jue, 06 Jun 2024 13:28
“Hay veces que la locura se convierte en el reflejo real de nuestras vidas. Hay veces que aquello que se refleja, no es más que nuestra propia vida. Y todo, con la mente sentada en un rellano.”
¿Por qué me mira?
Su silencio me aturde,
me produce intriga,
su mirada es profunda,
trata de hurgar mi interior,
pero no lo conozco,
no se presenta,
me mira bajo un silencio atronador,
me aterroriza,
sus ojos son puñales de alquitrán,
tormentas de miedo,
me asusta la penumbra de su boca.
Le hablo,
amaga con decir,
mueve los labios sin pronunciar nada,
no dice nada.
Me enseña sus dientes desgastados,
me recuerdan los míos,
trato de hacerle una mueca,
intenta devolvérmela con un gesto,
no puedo limpiar la niebla de la mente,
se me agrietan las venas,
el corazón se me encoge,
sus ojos me perturban,
su mirada se clava en la mía,
la sombra de los párpados me hiela.
Intento esconderme,
tratar de evitar que me controle,
que sus oscuros ojos,
su negra oscuridad me invada.
Me responde con la frialdad del cinismo,
se mueve con sigilo,
con la levedad de un aura.
No puedo controlarlo,
lo pierdo, no lo veo,
desaparece como estrella bajo nubes.
A veces lo busco por todas partes,
no lo encuentro,
pero sé que está ahí,
amenazante,
vigilándome.
Estoy cansado,
la casa es un pasaje en penumbra,
un oráculo de infierno,
el panteón de la soledad.
Deslizo las cortinas del salón,
una tenue luz pasea con delicadeza,
invade cada rincón de la estancia,
y...
... Allí está,
se refleja en el ventanal,
de espaldas,
cómo sin querer verme,
está molesto,
callado,
inmóvil.
Le hablo,
me incomoda su actitud.
Lentamente doy la vuelta,
intranquilo,
maniatado y nervioso,
él también se gira,
amenazante,
me mira fijamente,
en silencio,
cómo siempre lo hizo,
cómo siempre lo hace.
A veces siento la mirada de la muerte.
Lee,
cuando yo lo hago,
cuando me siento,
se agacha,
si lo miras,
te devuelve la mirada,
te mira como si fueras tú mismo,
como si su imagen estuviera encadenada a la mía,
y calla,
siempre calla,
quizás debiera hacer lo mismo.
Más sigo intentando hablarle,
hace un amago,
intenta contestarme,
pero nunca dice nada,
nunca digo nada.
Le acompaño mientras tanto,
en silencio,
con la boca cerrada.
Sabe imitar mis gestos,
pasea y se mueve junto a mí.
Pero,
fuera del mismo lugar,
fuera de las miradas,
del silencio,
de las palabras insinuadas,
fuera de él,
fuera de mí,
fuera de yo,
no hay alquitrán,
no existen sombras,
no habita la negra penumbra.
Cierro la ventana,
corro la cortina,
apago la luz,
ahora se esconde su mirada de alquitrán,
los párpados se tiñen de oscuridad,
los labios ya no tienen esbozo,
la boca es de negro carbón,
y el único corazón que late es el mío.
Se habrá marchado a descansar,
quizá escondido en mi cuerpo,
en mi lánguida mirada,
con la mudez de mi inútil voz.
Nunca supe de quién eran esos ojos,
no sé quién me clava la mirada,
no lo sé,
algún día me hablará,
algún día sabré su secreto.
Pero hoy,
me atemoriza hasta la sombra de sus párpados,
y, aun así,
admiro su silencio,
agradezco su compañía.
Somos un mismo ser,
él, yo,
yo, él,
en espera de convertirnos en vidrios rotos.
Siempre en silencio.
¿Por qué me mira?
Su silencio me aturde,
me produce intriga,
su mirada es profunda,
trata de hurgar mi interior,
pero no lo conozco,
no se presenta,
me mira bajo un silencio atronador,
me aterroriza,
sus ojos son puñales de alquitrán,
tormentas de miedo,
me asusta la penumbra de su boca.
Le hablo,
amaga con decir,
mueve los labios sin pronunciar nada,
no dice nada.
Me enseña sus dientes desgastados,
me recuerdan los míos,
trato de hacerle una mueca,
intenta devolvérmela con un gesto,
no puedo limpiar la niebla de la mente,
se me agrietan las venas,
el corazón se me encoge,
sus ojos me perturban,
su mirada se clava en la mía,
la sombra de los párpados me hiela.
Intento esconderme,
tratar de evitar que me controle,
que sus oscuros ojos,
su negra oscuridad me invada.
Me responde con la frialdad del cinismo,
se mueve con sigilo,
con la levedad de un aura.
No puedo controlarlo,
lo pierdo, no lo veo,
desaparece como estrella bajo nubes.
A veces lo busco por todas partes,
no lo encuentro,
pero sé que está ahí,
amenazante,
vigilándome.
Estoy cansado,
la casa es un pasaje en penumbra,
un oráculo de infierno,
el panteón de la soledad.
Deslizo las cortinas del salón,
una tenue luz pasea con delicadeza,
invade cada rincón de la estancia,
y...
... Allí está,
se refleja en el ventanal,
de espaldas,
cómo sin querer verme,
está molesto,
callado,
inmóvil.
Le hablo,
me incomoda su actitud.
Lentamente doy la vuelta,
intranquilo,
maniatado y nervioso,
él también se gira,
amenazante,
me mira fijamente,
en silencio,
cómo siempre lo hizo,
cómo siempre lo hace.
A veces siento la mirada de la muerte.
Lee,
cuando yo lo hago,
cuando me siento,
se agacha,
si lo miras,
te devuelve la mirada,
te mira como si fueras tú mismo,
como si su imagen estuviera encadenada a la mía,
y calla,
siempre calla,
quizás debiera hacer lo mismo.
Más sigo intentando hablarle,
hace un amago,
intenta contestarme,
pero nunca dice nada,
nunca digo nada.
Le acompaño mientras tanto,
en silencio,
con la boca cerrada.
Sabe imitar mis gestos,
pasea y se mueve junto a mí.
Pero,
fuera del mismo lugar,
fuera de las miradas,
del silencio,
de las palabras insinuadas,
fuera de él,
fuera de mí,
fuera de yo,
no hay alquitrán,
no existen sombras,
no habita la negra penumbra.
Cierro la ventana,
corro la cortina,
apago la luz,
ahora se esconde su mirada de alquitrán,
los párpados se tiñen de oscuridad,
los labios ya no tienen esbozo,
la boca es de negro carbón,
y el único corazón que late es el mío.
Se habrá marchado a descansar,
quizá escondido en mi cuerpo,
en mi lánguida mirada,
con la mudez de mi inútil voz.
Nunca supe de quién eran esos ojos,
no sé quién me clava la mirada,
no lo sé,
algún día me hablará,
algún día sabré su secreto.
Pero hoy,
me atemoriza hasta la sombra de sus párpados,
y, aun así,
admiro su silencio,
agradezco su compañía.
Somos un mismo ser,
él, yo,
yo, él,
en espera de convertirnos en vidrios rotos.
Siempre en silencio.