Nada existe sin nosotros III
Publicado: Jue, 30 May 2024 13:17
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Todo esto ha tenido lugar mientras andaba descalzo sobre los abrojos y las serpientes languidecían por la ebriedad de los cielos, vigilados por las cuatro cabezas de custodia en parte animal en parte consciente de sí, cabezas rubricadas de los días pasados en la contemplación de la montaña sagrada.
Tenían los pasos ruedas con dientes de piedra caliza hundida en el mosto subterráneo, fluían en sus ojos infantiles las corrientes por galerías hasta la extensión del lago donde de espaldas leía su vivo reflejo, animado de oscuridad, ensombrecido bajo el árbol con ramas de hilo y hojas de estiércol.
Iban sus pasos giratorios adquiriendo el volumen y la fisonomía a contraluz del manto sublime, corría con más ilusión al extender las manos con tal de aparecer tocando el cuerpo sublime bajo el manto azul, hincando el fuego del contorno de las manos a la encía del animal.
Temblaba al intuir algo sin forma que lo poseía como una pregunta sin formular que escapaba a su infancia.
Tenía las bendiciones, pero la carga de la verdad sin la pregunta apropiada hundía sus huesos en aquella espesura de bosque sin luz bajo roca caliza.
Mas no encontraba límites al número cuatro y tampoco el proceso tenía conciencia de sí como punto neurálgico triangular; aún corrían elefantes en blanco y negro por la neblina de la nuca en la parte posterior del cerebro.
Al punto que las visiones salvajes lo hicieron temeroso en la Santa Cova de Montserrat, punto de inicio y fin de la infancia robada; esfinge donde iba a yacer postrado en crepúsculos y en cuentas del rosario sin fin amaneciendo a la contemplación de la doncella con el libro donde en letras doradas grabamos su nombre, imperecedero en los caminos, subido a las ruedas con el hato de serpientes depositadas en su tez hundida, a la entrada, sintiendo los latidos invisibles de la tierra, que hizo de Él la conciencia del animal, multiplicando dos por dos cuatro - mitad de ocho.
Visitado en sueños por animales proféticos con aspecto humano. Acompañado por ángeles en la ascensión, ángeles con aspecto humano.
Enhiesto en el fuego con sietes espadas de incandescencia perforando su corazón dañado hasta la extenuación y el desvanecimiento frente a lo intocable sin forma alguna, ni animal, ni humana o angélica, solo comienzo imposible no habiendo final; imposible pregunta de la impotencia sin infancia del hombre perdido, robado a los cielos.
Aquí sí hacemos estruendo en sus oídos calmando la sed de justicia que lo habita y sofocando la ira de sus ojos cárdenos.
Comienza a ver un punto encendido en mitad del triángulo. Ascienden los pájaros tirando de las muñecas y cae en la perplejidad.
Pacientemente vamos metiendo las cánulas de vidrio por los oídos tocando los tímpanos juveniles del desconcierto, hasta anestesiar el furor de su cuerpo o corpúsculo sin importancia alguna para la conciencia en expansión.
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Todo esto ha tenido lugar mientras andaba descalzo sobre los abrojos y las serpientes languidecían por la ebriedad de los cielos, vigilados por las cuatro cabezas de custodia en parte animal en parte consciente de sí, cabezas rubricadas de los días pasados en la contemplación de la montaña sagrada.
Tenían los pasos ruedas con dientes de piedra caliza hundida en el mosto subterráneo, fluían en sus ojos infantiles las corrientes por galerías hasta la extensión del lago donde de espaldas leía su vivo reflejo, animado de oscuridad, ensombrecido bajo el árbol con ramas de hilo y hojas de estiércol.
Iban sus pasos giratorios adquiriendo el volumen y la fisonomía a contraluz del manto sublime, corría con más ilusión al extender las manos con tal de aparecer tocando el cuerpo sublime bajo el manto azul, hincando el fuego del contorno de las manos a la encía del animal.
Temblaba al intuir algo sin forma que lo poseía como una pregunta sin formular que escapaba a su infancia.
Tenía las bendiciones, pero la carga de la verdad sin la pregunta apropiada hundía sus huesos en aquella espesura de bosque sin luz bajo roca caliza.
Mas no encontraba límites al número cuatro y tampoco el proceso tenía conciencia de sí como punto neurálgico triangular; aún corrían elefantes en blanco y negro por la neblina de la nuca en la parte posterior del cerebro.
Al punto que las visiones salvajes lo hicieron temeroso en la Santa Cova de Montserrat, punto de inicio y fin de la infancia robada; esfinge donde iba a yacer postrado en crepúsculos y en cuentas del rosario sin fin amaneciendo a la contemplación de la doncella con el libro donde en letras doradas grabamos su nombre, imperecedero en los caminos, subido a las ruedas con el hato de serpientes depositadas en su tez hundida, a la entrada, sintiendo los latidos invisibles de la tierra, que hizo de Él la conciencia del animal, multiplicando dos por dos cuatro - mitad de ocho.
Visitado en sueños por animales proféticos con aspecto humano. Acompañado por ángeles en la ascensión, ángeles con aspecto humano.
Enhiesto en el fuego con sietes espadas de incandescencia perforando su corazón dañado hasta la extenuación y el desvanecimiento frente a lo intocable sin forma alguna, ni animal, ni humana o angélica, solo comienzo imposible no habiendo final; imposible pregunta de la impotencia sin infancia del hombre perdido, robado a los cielos.
Aquí sí hacemos estruendo en sus oídos calmando la sed de justicia que lo habita y sofocando la ira de sus ojos cárdenos.
Comienza a ver un punto encendido en mitad del triángulo. Ascienden los pájaros tirando de las muñecas y cae en la perplejidad.
Pacientemente vamos metiendo las cánulas de vidrio por los oídos tocando los tímpanos juveniles del desconcierto, hasta anestesiar el furor de su cuerpo o corpúsculo sin importancia alguna para la conciencia en expansión.