Inédita postal de pérdidas y adioses
Publicado: Lun, 27 May 2024 22:06
I.
Hay playas en el atardecer naciendo de tus manos,
hectáreas de palpitante mar bajo la mesa en luna nueva,
golpes de mar reflejándose en el sol de las granadas.
¿Es, acaso, este mar inédita postal de amor o canto al duelo?
II.
Recuerda cuando todo era futuro, aeroplanos de fe ciega
y estúpidas canciones de amor sonando en la radio.
Recuerda que era tiempo de aprender a caminar para que otros
pudieran correr, de descubrir la noche con sus esquinas dentro,
de perseguir tras las bufandas rostros sin eco en andenes brumosos.
III.
En tu pecho latía la breve sinfonía de una tragedia de bronces
que sonaban como puñales, o como lumbre ámbar de trigal maduro.
La vida es ahora, y después el destino que viene con su huso
de plata como un fogonazo de luz blanca reciente y azaleas.
Son estos días de sangre como escarcha y dalias frías, de dólmenes
que miran hacia el oriente, donde una suave lluvia a la sombra
de los árboles, ignora su desnudez hostil, y va tejiendo un idioma
nuevo y de voces foráneas. Así gime la tarde entre un llanto de violines.
IV.
Éramos la hoja caduca enfrentada a un viento letal y amargo,
éramos como la tierra con todos los poros abiertos, y alargaba
nuestra triste sombra de hamaca y fósiles la miel de los planetas.
En la noche, arañas melancólicas despedían luz de gas, mientras a solas
retumbaba con miedo de niño la tempestad de ayer en este cuarto oscuro.
V.
Si me vieras ahora, tú que atravesaste conmigo esas tormentas
y vestiste las mitad de mi disfraz, no me reconocerías, es el precio
de ir muriendo porque la vida no sabe estarse quieta, de ir perdiendo
la memoria de miles de días cuando el silencio va contando las sílabas
y se obstina en hablar, pero las palabras no acuden a la boca.
VI.
Es tiempo de ir quemando los viejos zapatos en una hoguera
cualquier noche de duendes. Pero yo volveré a esa mudez de piedra
y me quedaré cerca de la orilla, por ser el náufrago al que la noche
llama, sabiendo que la noche no es segura y, a veces, de ella no se vuelve.
VII.
Necesito saber que el sol vela por mí y se halla cerca, a la distancia
de un guijarro que va saltando sobre el agua, o, al menos, durante el tiempo
que el vino tarda en pudrirse en los odres. Cansado de esperar aquello que no vuelve,
te seguían mis ojos bajo el repicar del aguacero, volviendo, una y otra vez,
a estrellarme contra esta niebla de oscura voz de cántaro, o en ese ir creciendo
de las plantas al murmullo de la luna, mientras los astros arrullaban telescopios.
VIII.
Si pudiera regresar a aquellos años en que dentro de mí sonaba tu alegría,
volvería a poner en pie la casa, la música y los libros.
Hay playas en el atardecer naciendo de tus manos,
hectáreas de palpitante mar bajo la mesa en luna nueva,
golpes de mar reflejándose en el sol de las granadas.
¿Es, acaso, este mar inédita postal de amor o canto al duelo?
II.
Recuerda cuando todo era futuro, aeroplanos de fe ciega
y estúpidas canciones de amor sonando en la radio.
Recuerda que era tiempo de aprender a caminar para que otros
pudieran correr, de descubrir la noche con sus esquinas dentro,
de perseguir tras las bufandas rostros sin eco en andenes brumosos.
III.
En tu pecho latía la breve sinfonía de una tragedia de bronces
que sonaban como puñales, o como lumbre ámbar de trigal maduro.
La vida es ahora, y después el destino que viene con su huso
de plata como un fogonazo de luz blanca reciente y azaleas.
Son estos días de sangre como escarcha y dalias frías, de dólmenes
que miran hacia el oriente, donde una suave lluvia a la sombra
de los árboles, ignora su desnudez hostil, y va tejiendo un idioma
nuevo y de voces foráneas. Así gime la tarde entre un llanto de violines.
IV.
Éramos la hoja caduca enfrentada a un viento letal y amargo,
éramos como la tierra con todos los poros abiertos, y alargaba
nuestra triste sombra de hamaca y fósiles la miel de los planetas.
En la noche, arañas melancólicas despedían luz de gas, mientras a solas
retumbaba con miedo de niño la tempestad de ayer en este cuarto oscuro.
V.
Si me vieras ahora, tú que atravesaste conmigo esas tormentas
y vestiste las mitad de mi disfraz, no me reconocerías, es el precio
de ir muriendo porque la vida no sabe estarse quieta, de ir perdiendo
la memoria de miles de días cuando el silencio va contando las sílabas
y se obstina en hablar, pero las palabras no acuden a la boca.
VI.
Es tiempo de ir quemando los viejos zapatos en una hoguera
cualquier noche de duendes. Pero yo volveré a esa mudez de piedra
y me quedaré cerca de la orilla, por ser el náufrago al que la noche
llama, sabiendo que la noche no es segura y, a veces, de ella no se vuelve.
VII.
Necesito saber que el sol vela por mí y se halla cerca, a la distancia
de un guijarro que va saltando sobre el agua, o, al menos, durante el tiempo
que el vino tarda en pudrirse en los odres. Cansado de esperar aquello que no vuelve,
te seguían mis ojos bajo el repicar del aguacero, volviendo, una y otra vez,
a estrellarme contra esta niebla de oscura voz de cántaro, o en ese ir creciendo
de las plantas al murmullo de la luna, mientras los astros arrullaban telescopios.
VIII.
Si pudiera regresar a aquellos años en que dentro de mí sonaba tu alegría,
volvería a poner en pie la casa, la música y los libros.